Durante muchos años, estrategas han debatido sobre si Turquía sería un «puente» o un «barranco» entre la Europa predominantemente cristiana y el Oriente Medio árabe-musulmán. Si Turquía fuera admitida en la Unión Europea, sería un puente que uniría a estos dos mundos. Si la mantuvieran fuera de la UE, podría convertirse en un barranco separando a ambos.
Resulta que, en últimas fechas, Turquía no es ni puente ni barranco. Es una isla; una isla de estabilidad relativa entre dos grandes sistemas geopolíticos que se están rajando: la eurozona que fue creada después de la Guerra Fría y el sistema de estado árabe que empezó a existir después de la Primera Guerra Mundial se están despegando.
Las tensiones se están extendiendo a todos. Las reacciones van desde los asesinatos verdaderamente horrendos perpetrados por la mafia de la familia Assad, que se aferra al poder en Siria, hasta la perturbadora lucha que estalló el jueves pasado en un programa matutino de entrevistas por televisión en Grecia, en el cual el portavoz de un partido ultraconservador le arrojó agua al rostro a una mujer del partido de izquierda en el programa y después golpeó tres veces en la cara a otra panelista.
La isla de Turquía se ha convertido en uno de los mejores lugares para observar estos dos mundos. Al oriente, se ve a la Unión Monetaria de Europa combándose bajo el peso de su propia arrogancia; líderes que fueron demasiado lejos al forjar una divisa en común sin el gobierno en común para sostenerla. Y, al sur, se ve a la Liga Árabe derrumbándose bajo el peso de su propio deterioro: líderes que nunca fueron en pos del gobierno aceptable y la educación moderna requerida para prosperar en la era de la globalización.
Los europeos no lograron erigir a Europa, y ahora eso es un gran problema porque, a medida que su divisa común enfrenta presión y la UE cae más profundamente en recesión, todo el mundo siente los efectos. Los sirios no lograron erigir a Siria, los egipcios no lograron formar a Egipto, los libios fallaron en la construcción de Libia, los yemenitas no lograron formar Yemen. Esos son problemas incluso mayores porque, a medida que sus estados han sido objeto de tensión o fracturas, nadie sabe cómo serán rearmados de nuevo.
Para expresarlo de otra manera: En Europa, el proyecto supranacional no funcionó, y ahora, en cierta medida, Europa está recayendo en estados individuales. En el mundo árabe, el proyecto nacional no funcionó, así que algunos de los estados árabes están recayendo en sectas, tribus, regiones y clanes.
En Europa, el proyecto supranacional no funcionó porque los estados europeos nunca estuvieron listos para ceder el control sobre sus presupuestos a una autoridad central que asegurara una política fiscal en común para respaldar una divisa en común.
En el mundo árabe, el proyecto nacional no funcionó - en muchos, mas no en todos los casos - porque las tribus, sectas, clanes y grupos regionales que conforman estos estados árabes, cuyas fronteras fueron trazadas por potencias coloniales, no estuvieron dispuestos o no fueron capaces de fundirse en genuinas comunidades nacionales.
Así que la UE hoy día tiene muchos ciudadanos, pero ni un solo estado-nación de tipo supranacional al que todos estén dispuestos a cederle autoridad económica. Además, el mundo árabe tiene muchos estados nacionales, pero muy pocos ciudadanos. En Siria, Yemen, Irak, Líbano y Bahréin hay una secta o tribu gobernando a otros por la fuerza; no porque hayan forjado un contrato social voluntario entre sí. En Egipto y Túnez, existen sociedades más homogéneas y un sentido de ciudadanía más fuerte, razón por la cual tienen una mejor oportunidad de hacer la transición hacia una política más consensual.
Siendo justos, en Siria, Bahréin, Yemen, Líbano e Irak hay muchas personas, particularmente rebeldes jóvenes, que quieren ser ciudadanos. Ellos quieren vivir en estados donde la gente tenga derechos y obligaciones y partidos multiétnicos. Sin embargo, no es claro que tengan el liderazgo y las clases medias educadas que hacen falta para forjar modernas identidades políticas a partir de las de tipo atávico.
Una de las preguntas que intrigarán a historiadores es por qué estos dos grandes sistemas geopolíticos se fracturaron a la vez. La respuesta, creo, es la fusión que se intensifica de la globalización y la revolución de la tecnología informática, que volvió al mundo drásticamente más plano en los últimos cinco años, a medida que pasamos de conectados a hiperconectados. En el mundo árabe, esta hiperconectividad dejó simultáneamente a los jóvenes con mejores capacidades para ver cuán atrasados estaban - con toda la ansiedad que eso indujo - y les permitió comunicarse y colaborar para hacer algo al respecto, rajando a sus osificados estados.
En Europa, esta hiperconectividad expuso tanto el grado justo de falta de competitividad de algunas de sus economías, como también el grado de independencia que habían adquirido. Fue una combinación letal. Cuando países con culturas tan diferentes se interconectan y se vuelven interdependientes a este grado, se termina con ahorradores alemanes furiosos con los trabajadores griegos, y viceversa.
¿Y nosotros? El flexible sistema federal de Estados Unidos lo vuelve, en teoría, bien adaptado para prosperar en un mundo hiperconectado, pero solo si ponemos en orden a nuestra casa macroeconómica y a la educación a la par (o mejor).
Nosotros deberíamos ser la isla de estabilidad del mundo hoy día. Pero, no lo somos. En las palabras de Mohamed el-Erian, el director ejecutivo del gigante de bonos Pimco: «Sencillamente somos la camisa sucia más limpia que hay».
Fuente: New York Times - 15.6.12
Traducción: www.israelenlinea.com
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