A nadie le gusta admitir errores. A mí tampoco, pero a veces no hay más remedio. Uno de estos sábados viajé hacia el norte y pasé largas horas observando como los Altos del Golán enrojecían al ponerse el sol. Pero, de a poco, el deleite de esa belleza natural se me fue transformando en un pesado malestar.
No podía dejar de pensar qué estaría sucediendo hoy en día si la posición ideológica que defendí durante años hubiese sido aceptada: Paz a cambio del Golán. No podía dejar de meditar en ello; en lo que estaría pasando ahora si Ehud Barak no hubiera detenido su decisión ante Hafez al-Assad en el 2000, o si Ehud Olmert no se hubiera echado para atrás frente a Bashar al-Assad en 2008.
Debo aceptar que si la concepción en la cual creía hubiera sido implementada, batallones de la Yihad global estarían ahora al lado de Ein Gev y bases de Al Qaeda se encontrarían en las orillas del Kineret. El norte de Israel y sus fuentes hidráulicas limitarían este verano con una entidad extremista islámica incontrolable.
Desde adulto creía en una paz con Siria. Mis argumentos parecían racionales y sólidos. La paz con Siria evitaría un terrible conflicto en el norte y desarmaría la unión de fuerzas que amenazaba dicho frente de Israel. La paz con Siria aislaría a Irán con un golpe estratégico de restricción. La paz con Siria sería tan duradera como la de Egipto. Israel estaría rodeado por un anillo estable de acuerdos políticos. La paz con Siria fortalecería a grupos moderados en el mundo árabe y consolidaría un sistema regional mesurado que llevaría a los palestinos a aceptar concesiones.
Estas suposiciones no fueron exclusivamente mías. Eran también las de Itzjak Rabin, Shimón Peres y las de sus sucesores de centro-izquierda. También fueron adoptadas por todos los jefes del Estado Mayor y por todos los comandantes de Inteligencia militar,
El partido que defendía la paz con Siria no era el izquierdista Meretz, sino el Ejército israelí. Y yo también. Me cansé de escribir en la prensa y de hablar por televisión sobre de la necesidad de conseguirla a cambio del Golán. Insistía enérgicamente en la necesidad de una «paz con Siria ahora». La posición opuesta me parecía irrazonable e inmoral. Pensaba que los opositores eran gente peligrosa; estaba furioso con personas como Itzjak Shamir y Ariel Sharón por bloquear las tratativas con Siria e impedir la paz. Me veía convencido de que un día la historia juzgaría su negativismo y se relacionaría a ellos como lo hace ahora con Golda Meir, Moshe Dayán e Israel Galili.
Y resulta que era al revés; ¡todo al revés! Si se hubiera firmado la paz en el 2000, si nos hubiéramos ido a dormir con Assad hace una década, nos hubiéramos despertado este año con la Yihad global en la frontera. Si hubiéramos renunciado Katzrín y Snir, habríamos recibido terror en Dan y Dafna. Diversas y extrañas sustancias se hubieran derramado en las fuentes del Jordán. Frecuentes incidentes armados estallarían en Tel Katzir y Haón. Los Altos del Golán se habrían transformado en un agujero negro mucho más peligroso que el del desierto del Sinaí. La idea de paz, que en su momento parecía metodológicamente correcta, se habría convertido actualmente en una pesadilla difícil de soportar.
Tarde o temprano, Israel se habría visto obligado a subir nuevamente a Tel Faher y Nafah y a seguir desde allí hasta Kunetra. Sólo que esta vez, escalar el Golán hubiese costado el precio de numerosos misiles balísticos lanzados sobre Tel Aviv. La paz en la que creí y recomendé, se habría convertido en una gran guerra en la que miles de personas, posiblemente, hubieran muerto.
Las montañas del Golán, finalmente, casi desaparecieron en la penumbra. Había llegado el momento de volver a casa. ¿El mensaje es que no se debe perseguir la paz? No; es obligación conseguir una paz real.
¿El mensaje es que debemos aceptar la ocupación? No; debemos tratar de buscar soluciones creativas que pongan fin a la ocupación paulatinamente. Pero con cuidado amigos; con humildad; escuchando las advertencias de quienes piensan diferente y manteniendo una visión sensata del mundo real en el cual vivimos.
Fuente: Haaretz - 24.8.12
Traducción: www.israelenlinea.com
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