Por primera vez en mucho pero mucho tiempo, un demócrata contiende por la presidencia de Estados Unidos y tiene la clara ventaja en la política para la seguridad nacional. No es así «como se supone que sean las cosas», y los republicanos suenan apopléjicos al respecto.
Sin embargo, existe una razón por la cual el presidente Barack Obama va a la cabeza en cuanto a seguridad nacional, y se evidenció en su discurso ante la ONU la semana pasada, en el cual se mostró como un presidente que entiende que realmente vivimos en un mundo más complejo hoy día y decirlo no es evasión. Es una hoja de ruta.
Mitt Romney, dados sus antecedentes internacionales en los negocios, debería comprenderlo, pero, en cambio, actúa como si aprendiera relaciones internacionales en La Casa Internacional de los Pancakes, donde raras veces cambian el menú y la arquitectura.
En lugar de realmente pensar de nuevo en el mundo, Romney eligió, en cambio, los mismos huevos con tocino de siempre del viejo Partido Republicano: que los demócratas son unos debiluchos ineficaces, que no quieren hacer frente a nuestros enemigos o alzarse por nuestros valores, que los republicanos son rudos y que es 1989 otra vez.
Es decir, Estados Unidos, a horcajadas en el mundo, con poder inigualable para doblarlo a nuestra manera, y lo único que falta es un presidente con «voluntad». Lo único que falta es un presidente que esté listo para simultáneamente confrontar a Rusia, golpear a China, decirles a los iraquíes que no nos salimos de su país, desdeñar al mundo musulmán al subcontratarle nuestra política árabe-israelí al primer ministro israelí, darle luz verde a Israel para bombardear Irán y aumentar el presupuesto para defensa mientras se reducen los impuestos y se elimina el déficit.
Todo es «actitud»; sin el menor indicio de cómo sería posible que hiciéramos todas esas cosas contradictorias al mismo tiempo, ni el más mínimo reconocimiento de que dos guerras y la gigantesca reducción de impuestos del expresidente George W. Bush limitaron nuestra capacidad para hacer siquiera la mitad de ellas.
Veamos el mundo en el que realmente vivimos. Es un mundo que se ha vuelto mucho más interdependiente, tanto que si ahora fallan nuestros amigos - como Grecia -, nos pueden dañar tanto como las amenazas de nuestros enemigos, y el colapso de nuestros rivales - como China - nos puede dañar tanto como su ascenso. Es un mundo en el que un video barato en YouTube, hecho por un individuo superempoderado, puede causarnos más problemas que la campaña de propaganda de un millón de dólares de una superpotencia competidora.
Se trata de una economía mundializada en la cual la Cámara de Comercio de Estados Unidos, el organismo de cabildeo más grande del país, se ha opuesto a la promesa de Romney de acusar a China de manipular su moneda y presiona al Congreso para que le levante a Rusia, un país al que Romney etiquetó como «el enemigo geopolítico número uno» de Estados Unidos, las restricciones comerciales de la guerra fría.
Es un mundo donde, en ocasiones, retroceder - y centrarse en reconstruir nuestra fortaleza interna - es la iniciativa de política exterior más significativa que podemos emprender, porque cuando Estados Unidos está en su mejor momento - sus instituciones, escuelas y valores -, puede inspirar emulación, mientras que Rusia y China todavía tienen que depender en transacciones o intimidaciones para hacer que otros los sigan.
Sigue siendo un mundo en el que se requiere el uso de la fuerza, o la amenaza de la fuerza, contra enemigos implacables - Irán -, pero uno donde un codazo en el momento y el lugar adecuados también puede ser efectivo.
Si se suma todo, se trata de un mundo en el que Estados Unidos tendrá una mayor responsabilidad - porque nuestros aliados europeos y japoneses están debilitados en este momento - y hay menos recursos - porque tenemos que reducir el presupuesto de la defense - para manejar a un conjunto más complicado de actors, porque muchos de los estados con los que tenemos que lidiar ahora son democracias nuevas, donde el poder emana del pueblo y no de un solo hombre - como Egipto - y estados fallidos - como Pakistán -, donde nuestra ventaja sobre otras potencias importantes es limitada porque el ingreso masivo por el petróleo y el gas de Rusia le da gran independencia y tendríamos que pedirle prestado dinero a China para cualquier guerra que quisiéramos pelear en Asia.
Esta complejidad no es un argumento a favor del aislacionismo. Es para utilizar nuestro poder con criterio y en forma matizada. Por ejemplo, si se hubiese oído a Romney criticar a Obama de debilidad después del ataque contra el consulado estadounidense en Bengasi, Libia, ustedes habrían pensado que si Romney hubiera sido el presidente, habría ordenado de inmediato algún tipo de contraataque. Sin embargo, de haberlo hecho, habría abortado lo que era una respuesta muchísimo más significativa: los propios libios salieron a las calles bajo la consigna: «No nos robarán nuestra revolución», e irrumpieron en las oficinas centrales de las milicias islamistas que asesinaron al embajador estadounidense. Muestra qué tanto puede sorprender esta complejidad.
La única área en la que Romney pudo realmente haber impugnado a Obama en cuanto a política exterior fue su mala decisión de duplicar la apuesta sobre Afganistán. Sin embargo, Romney no puede hacerlo porque el Partido Republicano quería triplicarla. Así es que no tenemos ningún debate sobre cómo salirnos de nuestro mayor lío de política exterior, y de un debate de cartones - yo soy rudo; él no lo es - sobre todo lo demás. En ese sentido, la política exterior se parece mucho a la interna.
La mañana después de las elecciones, enfrentaremos un gran «precipicio»: cómo lidiar con Afganistán, Irán y Siria sin la guía de los candidatos ni un mandato del electorado. Los votantes tendrán que confiar en sus instintos respecto de cuál candidato les late más para navegar por este mundo.
Obama ha demostrado que tiene algo que ofrecer. No así Romney.
Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea