Todos tienen parte de razón; los que sostienen que el primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, tiene ahora motivos para estar preocupado; y también los que aseguran que la relación entre Israel y Estados Unidos va más allá de los gobernantes de turno.
La tensión de los últimos tiempos entre Netanyahu y Obama no es un secreto, así como tampoco el hecho que al parecer, de entrada, no han tenido especial «química». Es legítimo, también entre políticos y hombres de Estado.
El principal detonante del problema en los últimos tiempos fue la presión pública que el jefe de gobierno israelí ejerció para que Washington determine una «línea roja» en lo relacionado al tema del esfuerzo de Irán por alcanzar poderío nuclear.
Cuando se manifestó al respecto en entrevistas a cadenas televisivas norteamericanas, luego de haber recibido un «No» explícito del líder estadounidense, ello fue interpretado como un intento de intervenir en la campaña electoral, aunque Netanyahu lo negó rotundamente, aclarando que su relación personal de más de 30 años con el candidato republicano, Mitt Romney, no tiene nada que ver.
Fuentes allegadas a los republicanos en Estados Unidos dan a entender que «Israel lidiará ahora con situaciones complejas» debido a la reelección de Barack Obama, quien en su segundo período, sin duda, sentirá mayor margen de maniobra y, en principio, puede ser más fuerte y estar menos limitado que en el primero.
Pero la mayor parte de los analistas especializados en el tema de Estados Unidos que se han pronunciado en los medios israelíes en las últimas horas, desde la confirmación de la reelección, sostienen que aunque pueda haber ahora en Jerusalén cierta incomodidad, sería una tontería carente de fundamento pensar que lo que guiará ahora al presidente norteamericano será un deseo de «vengarse» de Netanyahu.
Las relaciones entre Israel y Estados Unidos tienen una base sólida y fuerte, basada más en intereses comunes y menos en la «química» entre los jefes de Ejecutivos.
Sería un error considerar que chocan necesariamente un presidente del Partido Demócrata con un primer ministro del Likud. La historia de los vínculos bilaterales ha mostrado estrechas relaciones entre jefes de gobierno o, por el contrario, grandes crisis, tanto cuando en la Casa Blanca había mandatarios republicanos o demócratas.
Bill Clinton, el demócrata, y George Bush, el republicano, fueron de los presidentes más cercanos a Israel. Excelentes relaciones desarrollaron con ambos tanto el laborista Itzjak Rabín como Ariel Sharón también cuando estaba al frente del Likud.
El primer ministro Ehud Olmert, como jefe de Kadima, tuvo una estrechísima relación con el presidente Bush (hijo) y al mismo tiempo supo discrepar con él y tomar decisiones en base a lo que consideró fue el interés de Israel, aún cuando Estados Unidos no estaba de acuerdo.
También Netanyahu tendrá que hallar el delicado punto de equilibrio, ya que lo más claro de todo es que un conflicto abierto con el principal aliado de Israel, no sirve a ninguno de sus intereses y necesidades de seguridad.
Cabe suponer que la reelección no modificará la concepción de mundo básica de Obama sino todo lo contrario. Llegó a la Casa Blanca recalcando la importancia del diálogo - aunque sin renunciar al campo de batalla cuando lo considere necesario - y no abandonará ese enfoque ahora, tampoco con Irán. Es más: ya hay una representante norteamericana abocada a las negociaciones con Teherán.
Israel tendrá que hallar la forma de garantizar una buena relación con Washington, maniobrando entre la política de Obama y el interés de seguridad nacional tal cual lo vea el gobierno.
Es recomendable, sea como sea, que no se actúe como si Israel tuviera la obligación de decir «Amén» a lo que sale de la Casa Blanca, pero tampoco como si la relación con Estados Unidos no fuera suficientemente importante como para cuidarla.
La gran pregunta, claro, es si acaso, ante la eventualidad de que fracasen la diplomacia y las sanciones económicas a Irán, Obama, que por ahora quiere darles más tiempo, estaría dispuesto a dar un paso más y atacar las instalaciones nucleares de la República Islámica.
Y el tema no es sólo lo que piensa ahora Obama en su fuero íntimo, sino cómo lo percibe Irán, cómo lo «leen» los radicales en la región. La posición de Estados Unidos, como potencia, en la zona, ha ido en franco deterioro y es indudable que los extremistas se aprovechan de su imagen.
Lo que para Obama fue, por ejemplo en su histórico discurso en la Universidad de El Cairo en junio del 2009, un auténtico intento de acercarse al mundo islámico, para no pocos analistas fue una lamentable muestra de su desconocimiento de la mentalidad de la zona. El tono casi apologético con el que habló sobre la relación entre Estados Unidos y el Islam, fue contraproducente.
Israel puede ver esa tendencia con preocupación. Pero cometerían un gran error - y una gran injusticia - todos aquellos que afirmen que por las discrepancias de estilo y a veces de contenido con el presidente Obama, debe vérselo como un «enemigo» de Israel. Y no sólo por las rotundas declaraciones sobre la alianza «inquebrantable» con el Estado hebreo y su compromiso para con su seguridad, sino por algo más fuerte que las palabras: la ayuda concreta, la aprobación de más de 200 millones de dólares para las baterías antimisiles «Cúpula de Hierro», de altísimo porcentaje de éxito, que interceptan los misiles disparados desde Gaza hacia el sur de Israel.
Y no se puede olvidar que con la misma fuerza con la que apoyó la creación de un Estado palestino independiente, se opuso y sigue oponiéndose a la iniciativa unilateral de la Autoridad Palestina de que se reconozca a Palestina como Estado no miembro en la Asamblea General antes de volver a negociar. «La paz será lograda mediante negociaciones directas entre las partes», recalcó Obama repetidamente, e insistió al respecto.
Y en una era y un mundo en los que no suele ser políticamente correcto discrepar con la Autoridad Palestina, su énfasis sobre el diálogo bilateral y su resistencia a apoyar el paso que el presidente Abbás quiere dar en la ONU, no son poca cosa.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay