La reciente miniguerra entre Israel y Hamás fue la primera prueba en el orden posterior al despertar árabe en el Oriente Medio. Hamás, al enzarzarse en un duelo de misiles con Israel y llamar después a los países árabes en su auxilio, particularmente a Egipto, puso a prueba tanto a El Cairo como a Jerusalén.
Y la pregunta que Hamás le planteó a los egipcios fue sencilla: ¿Egipto tuvo una revolución democrática el año pasado para parecerse más a Irán o a China? En otras palabras, ¿Egipto está dispuesto a sacrificar la paz de Camp David, la ayuda de Estados Unidos y su desarrollo económico para apoyar el programa radical proiraní de Hamás o no?
La respuesta de El Cairo fue NO. El presidente egipcio, Mohamed Mursi, surgido de los Hermanos Musulmanes, no quiso verse arrastrado a una ruptura total con Israel a nombre de Hamás y prefirió aplicar el peso de su país para mediar un cese al fuego.
Pero eso plantea una pregunta interesante para más adelante: si Mursi, que por ahora demostró que prefiere ser más como Deng Xiaoping que como el ayatolá Jomeini, tiene alguna inclinación a ser también como Anwar Sadat. Esto es, aprovechar su influencia para lograr un avance entre israelíes y palestinos de modo que Egipto no vuelva a verse atrapado en ese atolladero.
Es imposible no atormentarse por la fuerza de la palanca que Mursi podría blandir en el proceso de paz, si alguna vez decide comprometer a Israel. Precisamente porque representa a los Hermanos Musulmanes, la vanguardia del islam árabe, y porque fue elegido democráticamente, si Mursi ejerciera su influencia en un acuerdo de paz palestino-israelí, este sería mucho más valioso para Israel que la gélida paz que Sadat le entregó y que Hosni Mubarak mantuvo. Sadat les ofreció a los israelíes la paz con el Estado egipcio. Mursi podría ofrecérsela con el pueblo egipcio y, a través de él, con el mundo musulmán en general.
Empero, todo esto depende de que MUrsi no se convierta en un dictador como Mubarak, sino que siga siendo un presidente legítimamente electo, un auténtico representante del pueblo egipcio. Eso ahora está en duda, considerando la inquietante toma de poder que efectuó en días recientes y la violenta reacción de la calle egipcia. El presidente Barack Obama debe tener cuidado de no presentar a la democracia egipcia como responsable de la calma entre Israel, Egipto y Hamás. Hicimos ese intento con Mubarak y no resultó bien.
Sin duda, el precio de Mursi por comprometerse con Israel sería la iniciativa de paz árabe: la retirada completa del Estado judío de Cisjordania y de Jerusalén Oriental, de mayoría árabe, salvo por algunos intercambios de tierras acordados, y el regreso de algunos refugiados, a cambio de relaciones completas y normales. Si Mursi presentara tal propuesta en pláticas directas con los israelíes, podría revivir al bando pacifista israelí con la mano en la cintura.
¿Eso es lo que espero? No más de lo que espero ganarme la lotería. Los Hermanos Musulmanes odiaron desde siempre al Estado judío, así como al pluralismo político y religioso y al feminismo. Por lo tanto, esto es lo que yo espero: más problemas entre Israel y Hamás que continuamente amenazarán con arrastrar a Egipto. Hamás es una organización vergonzosa. Subordina los intereses del pueblo palestino a Irán - y antes a Siria -, que quiere que Hamás haga todo lo posible por hacer imposible la solución de dos Estados, pues así Israel queda bloqueado en un abrazo mortal permanente en Cisjordania, lo que será la ruina de la democracia israelí y distraería al mundo de la conducta asesina de Irán y de Siria.
Israel se retiró totalmente de Gaza en el 2005 y Hamás tuvo dos opciones: podía reconocer a Israel, tener una frontera abierta e importar computadoras, o bien, podía seguir negando la existencia de Israel, mantener sellada la frontera y contrabandear cohetes por ella. Eligió cohetes en vez de computadoras.
Con cada cohete que cae cerca de Tel Aviv o de Jerusalén, hay otro israelí que dice: «¿Cómo podríamos abandonar Cisjordania y arriesgarnos a que nos cierren el aeropuerto?». Eso es precisamente lo que quieren Hamás e Irán: la ocupación permanente israelí de Cisjordania que erosione su democracia, destruya su legitimidad y lo aísle globalmente. Y están felices de usar al pueblo palestino como sacrificio humano para lograr ese objetivo.
Para Israel, la mejor forma de socavar a Hamás sería darle poder en Cisjordania a la Autoridad Palestina, el gobierno presidido por Mahmud Abbás, para que obtenga mayor independencia y levante una economía próspera. Así, los palestinos podrían comparar qué estrategia da mejores resultados: colaborar con Israel o trabajar en su contra.
El gobierno de Netanyahu no pudo hacerlo pues es muy miope. Pero Hamás le facilita a Israel salirse con la suya, pues ignora lo que nos enseñó la historia: que va a ganar cualquiera que haga que la mayoría silenciosa de Israel se sienta moralmente insegura por la ocupación, pero estratégicamente segura en Israel.
Cuando Sadat viajó a Jerusalén los israelíes supieron que no había forma moral de que pudieran seguir en el Sinaí y estratégicamente no sintieron esa necesidad. Cuando el rey Husein de Jordania y Yasser Arafat hicieron lo mismo, cada quien recuperó su tierra.
Ahora, no hay nada que haga que los israelíes se sientan más estratégicamente inseguros y moralmente seguros con la ocupación que los asesinos ataques con cohetes de Hamás, aun después de la retirada de Israel.
Así pues, como podemos ver, el conflicto sin resolver entre israelíes y palestinos, el futuro de la democracia egipcia y la lucha de Estados Unidos, Israel y el mundo árabe con Irán y Siria ahora están entretejidos.
Un liderazgo inteligente y valiente podría desactivar el conflicto palestino-israelí, hacer avanzar la democracia egipcia y aislar a los regímenes de Irán, de Siria y a Hamás. Un liderazgo débil o irresponsable solo les dará más poder.
Ahora es el gran momento.
Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com