Ante un proceso electoral en todo Estado democrático, y especialmente en aquél que pretende ser la «única democracia de Oriente Medio», sus ciudadanos deberían definir su votación en base a lista de candidatos de los distintos partidos, pero fundamentalmente en base a programas electorales de estas agrupaciones políticas.
Como es muy común en muchos aspectos de los que se jacta, también en éste se puede afirmar que Israel no necesariamente cumple con todas las condiciones. En estos días, a tres semanas del llamado a las urnas, el Likud, que pretende continuar en el liderazgo del Estado hebreo, aún no dio a conocer su plataforma electoral y no sabe si incluir en ella - o no - nada menos que el apoyo a la idea de «dos Estados para dos pueblos», tal como básicamente la expresó Netanyahu en su famoso discurso en la Universidad de Bar Ilán en junio de 2009 y no la desechó hasta el día de hoy [1].
Postergar o abstenerse de dar público conocimiento a una posición tan crucial en el destino de Israel en estos críticos momentos preelectorales no es un capricho personal de Bibi ni obedece a una táctica sofisticada. Simplemente es el resultado de la realidad a la que se expone para mantenerse por un largo tiempo en la posición de primer ministro.
Con este fin, Netanyahu no dudó en silenciar y disimular toda concepción ideológica clara y auténtica para convertir su partido, el Likud, en un tipo de contratista dispuesto a ofrecer servicios gubernamentales en provecho de sus socios naturales a condición que le otorguen un permanente apoyo parlamentario que asegure su estabilidad gubernamental.
En su nueva versión, Netanyahu demuestra disponer de una brillante habilidad conductiva en el singular panorama politico de Israel. Su originalidad no emana de su condición de estadista brillante ni de su respaldo ideológico. Todo lo contrario. Sus alegatos, por su trivialidad, ni se acercan a aquellos memorables de Menajem Begin.
Lo que claramente distingue a Netanyahu es su capacidad de consensuar al máximo las aspiraciones - muchas veces contradictorias - de cada uno de esos componentes de la coalición gubernamental. La destreza de Bibi permite tomar decisiones de gobierno que dejan satisfechos a cada socio de la coalición a la vez que se las ingenia para esquivar todo tipo de conflicto con los demás, inclusive a costo de afectar los intereses de la mayoría de la ciudadanía de Israel.
Aunque dispone de una visión política determinada, Netanyahu carece de un proyecto claro y en la práctica se compromete a llevar a cabo toda acción que satisfaga mayormente las aspiraciones de cada facción más o menos cercana políticamente en retribución a la predisposición de este grupo a darle el apoyo que garantice estabilidad a su gobierno.
Los cuantiosos sondeos de opinión e intenciones de voto de las últimas semanas y de muy diferentes fuentes se caracterizan por una clara uniformidad de pronóstico [2]. La predominancia del bloque denominado de derecha - Likud, Israel Beiteinu de Liberman que en estas elecciones se presenta como lista conjunta junto al Likud, religiosos nacionalistas, religiosos ultraortodoxos y habitantes de asentamientos de Cisjordania - permanece más o menos estable con una mayoría de un 55% de los votos y, con un alto grado de seguridad, será la base del próximo gobierno.
La oposición (denominada centro-izquierda) no es alternativa gubernamental. En el 45% restante, la cuenta matemática incluye un 10% del total de votos de partidos que representan a ciudadanos árabes cuya participación en una coalición gubernamental es automáticamente considerada inadmisible en la renombrada «democracia israelí».
El dato más significativo de estos sondeos es la composición interna de los futuros parlamentarios de este bloque de derecha. Los últimos acontecimientos determinan que está prevista una drástica reducción de representantes del Likud a favor de un evidente incremento de religiosos nacionalistas. De los 32/33 escaños pronosticados para la lista conjunta Likud-Beiteinu, sólo unos 20 serían del Likud neto (27 en el Parlamento saliente). O sea, el partido que nomina al primer ministro dispondrá irrisoriamente sólo del 16% de bancas en el Parlamento y posiblemente menos del 30% de la coalición gubernamental.
Con esta realidad a Netanyahu no le quedan muchas alternativas más que comportarse como un buen contratista al servicio de la política de sus socios de derecha y ultraderecha si pretende permanecer en su tan alto cargo.
Con este panorama, con seguridad seremos testigos de la continuación y profundización de las tendencias del último Gobierno de Bibi.
La prepotencia y la intransigencia dominarán la política exterior y la colonización; los partidos religiosos condicionarán la delicada relación Estado-religión-sociedad en tanto que la política económica continuará guiada básicamente según los intereses de los magnates y los grandes emporios económicos con su poderosa influencia en los despachos gubernamentales y sobre parlamentarios por medio de ágiles lobistas.
[1] «Jerarcas del Likud exigen eliminar de la plataforma electoral el ítem de dos Estados del discurso Bar Ilán»; Haaretz; 24.12.12.
[2] El sitio Walla.co.il publica un apartado con un resumen de todos los sondeos.