El éxito de los indignados israelíes lo encabeza Yair Lapid, un afamado periodista sin ningún pasado político pero que creó una formación llamada Yesh Atid (Hay futuro, en hebreo) que supo recoger el voto de protesta que surge con fuerza en todas las sociedades de corte occidental, incluida la israelí, aunque con connotaciones añadidas.
Uno de los analistas políticos más influyentes de Israel, Nahum Barnea, justificaba en su columna del diario «Yediot Aharonot» el previsible éxito de Lapid con el ambiente de ansiedad que se vive en el Estado judío.
«Los jóvenes están desesperados por el alto precio de la vivienda y la falta de trabajo; los mayores están desesperados por el aislamiento de Israel en el mundo y la crisis económica. Y todo el mundo está deseperado por la guerra», escribió Barnea.
Esta misma deseperación es la que sacó a las calles de las ciudades de Israel a centenares de miles de ciudadanos guiados por los jóvenes de Facebook y Twitter en el verano de 2011, un movimiento que emocionó al escritor Amós Oz.
«Decían a voz en grito que no se podía vivir en una 'caja de quesitos' por el tamaño de los apartamentos relacionado el aumento de precio del queso cottage, que fue el detonante de las protestas, y que se gastaba demasiado dinero en los asentamientos judíos en Cisjordania, una política que sólo conlleva problemas según ellos», afirmó Oz.
Muchos de esos jóvenes estaban en las listas de Yesh Atid y en las del Partido Laborista; y a partir de ahora se harán oír en el Parlamento puesto que dichas facciones a las que se apuntaron se convirtieron en la segunda y tercera fuerza política con 34 diputados en total.
Se trata, además, de un movimiento laico que hizo suya la exigencia de que los jóvenes ultraortodoxos hagan el servicio militar como todos los demás, una propuesta que al gobierno de Netanyahu no le quedó más remedio que aceptar el verano pasado y que supone un cambio sustancial en las costumbres de un país marcado por la religión.
La irrupción de Lapid y Yesh Atid en las recientes elecciones y el aumento de escaños del Partido Laborista suponen un serio aviso a Netanyahu y a su política dura con los palestinos.
Aunque apenas se habló de ese tema durante la campaña electoral, el mensaje del centro-izquierda israelí está claramente identificado con la política de dos Estados que apoya Estados Unidos y que cada vez se encontraba más lejos de las aspiraciones del último gobierno israelí.
La recomposición de fuerzas políticas siempre es complicada en un Parlamento tan atomizado como el israelí, pero algunos politólogos piensan que a Netanyahu no le quedará más remedio que aceptar varias de las propuestas de centro-izquierda si no quiere verse abocado a convocar unas nuevas elecciones en menos de dos años.
Y si resulta que Yair Lapid se convierte en ese dirigente claro del que carece la actual oposición es también posible que la política israelí dé un giro importante en un plazo no demasiado lejano.
A la pérdida de apoyo dentro de Israel, Netanyahu debe sumar otros dos factores importantes que vienen de fuera. Por un lado, su mala relación con un Obama que acaba de firmar por otros cuatro años y que en este segundo prometió hacer todo lo posible por potenciar las negociaciones entre israelíes y palestinos.
Por otro, el mensaje lanzado por el gobierno británico el mismo día de las elecciones. El ministro de Exteriores, William Hague, advirtió que el próximo gobierno israelí debe saber que se está aproximando la última oportunidad de alcanzar una solución en el conflicto con los palestinos, y condenó las recientes decisiones del Netanyahu expandir los asentamientos y de llevar adelante una política que está perdiendo el apoyo de la comunidad internacional y que hará imposible la solución de dos Estados.
El próximo gobierno israelí, sea cual sea su composición, no tendrá más remedio que escuchar las voces que resuenan con fuerza, dentro y fuera, y que le dicen que están cansadas de guerras.