Primero, mis felicitaciones y condolencias para John Kerry porque fue nominado para convertirse en nuestro próximo secretario de Estado. No hay nadie mejor para el puesto actualmente, ni peor trabajo que se pueda tener hoy día. No es casualidad que hayamos empezado a medir a nuestros cancilleres más por los kilómetros recorridos que por los hitos alcanzados. Ahora ya es sumamente difícil hacer gran diplomacia.
¿Por qué? Bien, como secretario de Estado estadounidense en estos tiempos le toca lidiar con Vladimir Putin, quien cree que es lo máximo. Esto es, aun cuando la economía de Rusia sea enormemente corrupta y para nada tan innovadora como debería, el líder ruso está sentado sobre una descomunal reserva de petróleo y gas que lo hace pensar que es un genio y no tiene necesidad de escuchar a nadie.
Cuando lo criticaron hace poco por la mala conducta de su régimen, su primer instinto fue impedir que padres de familia estadounidense adoptaran huérfanos rusos, aun cuando muchos de ellos necesitan hogares con urgencia. Si existiera un antipremio Nobel de la Paz, Putin lo ganaría sin lugar a dudas.
Si Putin no está disponible para irritarnos, China, a quien le debemos 1.000 millones de dólares, siempre está lista para entrar. Esas dos son las verdaderas naciones, donde cuando menos hay alguien que conteste el teléfono y nos cuelgue. En otras partes, el canciller tendrá que lidiar con Estados fallidos o fallando, como Mali, Argelia, Afganistán y Libia, cuyos gobiernos no pueden cumplirle a su pueblo, ya no digamos a nosotros.
Si está buscando un respiro, Kerry siempre podría llamar a nuestro aliado de tiempo atrás, Egipto, cuyo presidente, Mohammed Mursi, nos enteramos, describió a los judíos en el 2010 como «descendientes de simios y credos». ¿Quién lo diría?
¿Entonces, qué debe hacer el secretario de Estado? Yo sugeriría probar algo radicalmente nuevo: crear las condiciones para la diplomacia donde no existen evitando a los líderes y yendo directamente a la gente.
Yo empezaría con Irán, Israel y Palestina. Vivimos en una era de redes sociales en las que cada líder, fuera de Corea del Norte, se ve obligado a participar en una conversación entre dos con sus ciudadanos. Ya no existe meramente el «de arriba abajo». La gente en todas partes está encontrando su voz, y los dirigentes están aterrados. Necesitamos volver esto a nuestro favor para adquirir influencia en diplomacia.
Rompamos todas las reglas.
En vez de negociar con los dirigentes de Irán en secreto - lo cual, hasta ahora, no ha producido nada y permite que los líderes iraníes controlen la narrativa y le digan a su pueblo que están padeciendo sanciones debido a la intransigencia de Estados Unidos - ¿por qué no negociar con el pueblo iraní?
El presidente Obama debería poner una simple oferta sobre la mesa, en idioma farsi, para que la vean todos los iraníes: Estados Unidos y sus aliados permitirán que Irán mantenga una capacidad de enriquecimiento nuclear con fines civiles - que alega que es todo lo que quiere para cubrir sus necesidades de electricidad -, siempre y cuando acceda a observadores de Naciones Unidas y restricciones que impedirían a Teherán fabricar algún día una bomba nuclear.
Nosotros no sólo deberíamos hacer esta oferta en público sino también decirle al pueblo iraní una y otra vez: «La única razón de que su divisa esté siendo aplastada, sus ahorros se evaporen rápidamente por la inflación, sus graduados universitarios estén desempleados y su comercio mundial se encuentra impedido y el riesgo de guerra penda en el aire, es que sus dirigentes no quieren aceptar un trato que le permitiría a Irán el desarrollo de energía nuclear para fines civiles, pero no una bomba». Irán quiere que su pueblo piense que no tiene socio alguno para un trato nuclear de uso civil. Estados Unidos puede demostrar lo contrario.
Con respecto a Israel y Palestina, el secretario de Estado debería ofrecer en público al presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás, lo siguiente: Estados Unidos reconocería a la AP en Cisjordania como el Estado independiente de Palestina sobre la base provisional de las líneas del 4 de junio de 1967, apoyo a su plena membresía en la ONU y el envío de un embajador norteamericano a Ramallah, con la condición de que los palestinos acepten el principio de «dos Estados para dos pueblos» - un Estado árabe y un Estado judío en conformidad con la Resolución 181 de la Asamblea General de la ONU - y accedan a que las fronteras permanentes, la seguridad y los intercambios de tierras serían tratados directamente con Israel. El estatus de los refugiados sería negociado entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que representa a todos los palestinos dentro y fuera de los territorios. Gaza, actualmente un pequeño Estado de facto, sería reconocido como parte de Palestina sólo cuando su Gobierno reconozca a Israel, renuncie a la violencia y se una de nuevo a Cisjordania.
¿Por qué hacer esto? Porque no habrá un solo progreso entre israelíes y palestinos a menos que las mayorías silenciosas en ambas partes sepan que tienen un socio; que los palestinos han acogido dos Estados para dos pueblos y que los israelíes han aceptado de buena gana la formación de un Estado palestino.
Ni el primer ministro, Bibi Netanyahu, ni Abbás han demostrado un verdadero compromiso con el fomento de estas precondiciones para la paz, y nuestra diplomacia secreta con ambos sólo es capitalizada por ellos.
Necesitamos descubrir de golpe esa farsa intentando mostrarles públicamente a iraníes, israelíes y palestinos que ellos realmente tienen opciones que sus líderes no quieren que ellos vean.
Las recientes elecciones en Israel demostraron que el la pacifista sigue vivo y es considerable. Quizá no funcione. Los líderes aún podrían obstruirlo o la gente pudiera no estar interesada.
Sin embargo, necesitamos empezar a comportarnos como una superpotencia e imponer un momento de la verdad. Nuestras manos están llenas ahora, y no podemos desperdiciar cuatro años más con aliados o enemigos que nos estén engañando.
Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com