En los meses que precedieron el anuncio por parte del gobierno venezolano de la muerte de Hugo Chávez, había un tema central en el debate sobre el futuro político del país: ¿en qué medida el chavismo - un término que engloba tanto el estilo autoritario de Chávez como su ideología radical - sobrevivirá a la era post Chávez?
Se trata de una cuestión que es especialmente pertinente para la comunidad judía de Venezuela, así como para el Estado de Israel.
Durante sus catorce años en el poder, la política exterior de Chávez se basó en alianzas con algunos de los Estados más belicosos y anti-EE.UU del mundo, como Cuba, Irán y Siria.
Inevitablemente, dada la estrecha relación entre EE.UU e Israel, Venezuela se convirtió en el origen de una de las retóricas anti-Israel más incendiarias que se hayan escuchado en la última década y media después de los líderes iraníes.
De modo igualmente inevitable, este antagonismo hacia Israel se convirtió en una hostilidad abierta hacia la decreciente comunidad judía venezolana, que se encontró en el papel de una quinta columna en busca de socavar la revolución bolivariana de Chávez.
Ahora que Chávez abandonó este mundo, ¿continuarán las tendencias chavistas de injuriar a los judíos o desaparecerán? Por el momento, lamentablemente hay pocas razones para ser optimistas con respecto a ello.
Las organizaciones judías en EE.UU, que mantienen un estrecho contacto con la comunidad judía venezolana, señalan que, salvo que suceda algún extraño e imprevisible hecho, es poco probable que vuelva a haber un éxodo masivo ahora que Chávez falleció.
El tamaño actual de la comunidad se estima entre 7.000 y 9.000 personas, un descenso enorme desde los 30.000 judíos al comienzo de la era Chávez. Los que se quedaron, por el momento, mirarán de de cerca los acontecimientos políticos, con la esperanza de que los sucesores de Chávez adopten un enfoque más pragmático y conciliador.
«Es difícil predecir el futuro del antisemitismo en Venezuela», dijo Daniel Duquenal, autor de un blog disidente venezolano muy importante. En caso de que Nicolás Maduro, actual presidente en funciones y sucesor elegido por Chávez, se convierta en el próximo líder de Venezuela, Duquenal argumenta que hay pocas razones para creer que el antijudaísmo se disipará.
Maduro es un seguidor dogmático de Chávez, pero le falta el carisma del fallecido comandante. Contra esa debilidad, «las corrientes pro-Irán, anti-EE.UU y anti-Israel quizás quieran usar el antisemitismo como un argumento», señaló Duquenal.
Sammy Eppel, un importante activista de derechos humanos judío venezolano, piensa de manera similar. «Los medios de comunicación controlados por el Estado venezolano que promueven el antisemitismo continuarán haciéndolo a menos que les den una directiva clara en sentido contrario».
Eppel se muestra particularmente preocupado por la declaración de Maduro de que el cáncer que se cobró la vida de Chávez fue implantado deliberadamente. Al hacer esa extraña afirmación, Maduro dijo a la prensa que se había referido explícitamente a la muerte del líder palestino Yasser Arafat.
Haciéndose eco de la insistencia de muchos palestinos de que Arafat fue envenenado, Maduro dijo, al igual que Chávez, que «Arafat también fue inoculado con una enfermedad». «El infundio de que el cáncer de Chávez fue inducido por una conspiración extranjera es preocupante», agregó Eppel.
Hasta el momento, Maduro no vinculó las acusaciones de envenenamiento con Israel o con la comunidad judía local. Sin embargo, los temores de que podría hacerlo no se pueden descartar simplemente como paranoia. Sobre todo en los últimos diez años, un claro patrón de hostigamiento contra los judíos se hizo visible. En 2004 y nuevamente en 2007, los servicios venezolanos de seguridad allanaron instituciones judías en Caracas. El mes pasado, un sitio web argentino reveló que SEBIN, la agencia de inteligencia venezolana, estuvo espiando el Espacio Ana Frank, un centro sin fines de lucro que utiliza las experiencias de Ana Frank durante el nazismo como base de sus programas sobre derechos humanos y tolerancia.
Un expediente de SEBIN afirmó que el centro «funciona como un brazo estratégico de la inteligencia israelí en el país... que opera en el campo de la influencia sociopolítica subversiva a través de los representantes de los grupos sionistas de extrema derecha y las élites económicas». Paulina Gamus, directora del Espacio Ana Frank, respondió: «Ellos nos acusan de pertenecer al Mossad y a los servicios secretos israelíes sólo porque somos una institución que promueve el respeto a las diferentes religiones y culturas y tiene un componente judío, a pesar de que todos somos venezolanos».
Los partidos opositores en Venezuela, vilipendiados por el régimen a diario como agentes de potencias extranjeras, también podrían proporcionar más materia prima para sostener la tendencia antisemita. Por el momento, Henrique Capriles Radonsky, un católico devoto que señala con orgullo los orígenes judíos de su familia, es considerado el candidato de la oposición más probable, si se llamara a elecciones.
Capriles, quien se enfrentó a Chávez en las elecciones presidenciales de octubre pasado, en las que obtuvo el 44% de los votos, fue objeto de una ferviente campaña de difamación antisemita durante todo el proceso electoral.
La semana pasada, mientras Capriles visitaba a unos parientes en Nueva York, Maduro declaró: «Tengo todos los datos, exactamente dónde se encuentra en Manhattan, en Nueva York, en este momento». No se necesita una gran imaginación para especular que Maduro acusará a Capriles de tener otros motivos para viajar a los EE.UU.
Por otro lado, el blogger Daniel Duquenal aseguró que si el rival principal de Maduro, Diosdado Cabello, un rico hombre de negocios con fuertes lazos con los militares venezolanos, prevaleciera como candidato del gobierno, «quizás se pueda ver el final del antisemitismo formal que se percibe ahora en medios de comunicación estatales». Sin embargo, cualquier lucha de poder entre Maduro y Cabello seguramente será amarga y, por lo tanto, vulnerable a todo tipo de teorías conspirativas, incluyendo las antisemitas.
Sobre todo, el incentivo del antisemitismo y del antisionismo fueron un elemento fundamental de la campaña del régimen de Chávez para convertirse en el centro ideológico de los Estados radicales del mundo.
Con otros países latinoamericanos como Argentina, Ecuador y Bolivia ahora compitiendo por el puesto de guardián de los elementos revolucionarios del continente, los chavistas que sobrevivieron a Chávez quizás consideren que reducir la retórica antijudía es, por el momento, una concesión demasiado extrema.
Fuente: Haaretz
Traducción: www.israelenlinea.com