Cuando esta semana Obama entre en el acalorado entorno político de Oriente Medio, no se dedicará a buscar una solución extraordinaria a los profundos problemas de la región.
Su meta será evitar que los problemas, desde los supuestos intentos de Irán de fabricar armas nucleares hasta la discordia entre israelíes y palestinos, se salgan de control durante su mandato.
Obama llegará a Jerusalén en su primer viaje a Israel como presidente. Su prioridad será componer su relación con el ahora debilitado Netanyahu, la cual se vio sujeta a fuertes tensiones, y evaluar el nuevo gobierno de coalición que el primer ministro israelí consiguió formar a último momento.
El líder estadounidense también tratará de mejorar su imagen ante un público israelí escéptico, así como entre los frustrados palestinos.
«El viaje ahora no tiene por objetivo lograr nada. Es sólo un primer paso», afirmó Aarón David Miller, asesor de paz en Oriente Medio de seis secretarios de Estado norteamericanos que actualmente forma parte del Centro Internacional Woodrow Wilson.
Durante buena parte del primer período de Obama, autoridades de la Casa Blanca consideraron que había pocos motivos para que visitara la región sin una oportunidad realista de un acuerdo entre Israel y la Autoridad Palestina.
Los funcionarios consideran que las expectativas menos auspiciosas en la actualidad son una oportunidad de crear un espacio para diálogos francos entre Obama y las dos partes sobre qué hace falta para que regresen a las tratativas. El mandatario aprovechará las reuniones cara a cara con el fin de persuadir a las dos partes a no tomar medidas unilaterales provocativas que pudieran llevar el proceso al fracaso.
La visita le da a Obama la oportunidad de reunirse con Netanyahu en su propio terreno, lo que pudiera ayudar a aliviar la tensión que en ocasiones definió las relaciones entre ambos líderes.
Pero más allá de la paz en Oriente Medio, los dos dirigentes tienen metas similares para la región, como poner fin a la violencia en Siria y contener la inestabilidad política en Egipto, que firmó un tratado de paz con Israel en 1976.
El viaje de Obama también ocurre en un momento de cambio político en Israel, en el que Netanyahu pasó apuros para formar un gobierno de coalición. Ben Rhodes, asesor adjunto de Seguridad Nacional de Obama, reconoció que con el nuevo ejecutivo «uno no espera cerrar un acuerdo sobre ninguna iniciativa importante», pero agregó que comenzar ese diálogo ahora «puede dar un marco a las decisiones que a final de cuentas se tomarán».
Entre esas decisiones estarán los próximos pasos a tomar sobre el programa nuclear iraní. Israel amenazó repetidamente con tomar acciones militares si Irán se pone a punto de hacerse de armamento nuclear. Y Estados Unidos requiere más tiempo para permitir que la presión diplomática y las sanciones económicas hagan efecto, aunque Obama insiste que las medidas militares nunca dejarton de ser una opción. Pero en el actual escenario de crisis económica mundial, el presidente no está demasiado dispuesto a embarcarse en nuevas aventuras bélicas ni arriesgarse a que pueda producirse una nueva crisis del petróleo.
La visita a Israel podría también tranquilizar a los críticos en Estados Unidos que interpretan el que no estuvo en Israel en su primer mandato como una señal de que apoya menos que sus predecesores al Estado hebreo.
La principal presentación de Obama será un discurso ante una audiencia integrada en su mayor parte por estudiantes israelíes, parte de su esfuerzo por establecer contacto con el público, particularmente los jóvenes.
El presidente hará varias visitas culturales en la región, todas llenas de simbolismo. Acudirá al Memorial del Holocausto en Yad Vashem; al Monte Herzl, donde colocará coronas de flores en la tumba de Teodoro Herzl, fundador del sionismo político moderno, y en la de Itzjak Raíin, el primer ministro asesinado. También visitará museos, la Iglesia de la Natividad en Belén e incluso cenará con la nueva Miss Israel, la primera reina de la belleza hebrea de origen etíope.
Además, acudirá a Cisjordania, donde se reunirá con Mahmud Abbás, presidente de la Autoridad Palestina, y el primer ministro Salam Fayyad en Ramallah.
La siguiente escala será una visita de 24 horas a Jordania, un importante aliado estadounidense, donde el mandatario centrará la atención en la violencia en la vecina Siria. Más de 450.000 sirios se refugiaron en territorio jordano, atestando campamentos y abrumando la capacidad de ONGs y entidades nacionales de asistencia.
«Mi objetivo en este viaje es escuchar; escuchar de todos cuál es su estrategia, cuál es su visión, hacia dónde creen que deberían ir las cosas», dijo Obama este fin de semana en una entrevista al Canal 2 israelí.
Y la verdad es que el nuevo-viejo escenario creado en Israel con el recién pactado ejecutivo tampoco ofrece grandes posibilidades de avance.
Quien fuera ministra de Exteriores, Tzipi Livni, consiguió que el nuevo gobierno de Jerusalén acuerde volver a la mesa de negociación con los palestinos, pero pocos esperan que esta concesión de Netanyahu sea algo más que una fachada. Su socio nacionalista religioso, Habait Haiehudí, aboga por la anexión de Cisjordania y defiende la política del actual primer ministro en funciones de ampliar asentamientos en los territorios, por lo que es posible que cualquier intento en las negociaciones esté condenado al fracaso si Netanyahu quiere asegurar la supervivencia de su coalición.
Obama vuelve a Oriente Medio. Pero a diferencia de aquella visita en 2009, cuando consiguió despertar dormidas esperanzas en la región y su discurso en la Universidad de El Cairo trajo un viento fresco a los apolillados salones de la diplomacia árabe, hoy pocos esperan algo de sustancia en su recorrido. Ni políticas nuevas ni planes para impulsar. Pura cortesía.