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Bibi frágil

Binyamín NetanyahuEl proceso de formación del nuevo gobierno de coalición en Israel llevado a cabo por Binyamín Netanyahu traduce con precisión los cambios operados en el escenario israelí e incorpora al líder de la segunda fuerza política, Yair Lapid, como gran esperanza de cambio de prioridades.



Lapid es descrito como centrista, pero el centrismo tuvo su apoteosis con Kadima, el partido fundado por Ariel Sharón y administrado después por Ehud Olmert y Tzipi Livni que fue el más votado hace cuatro años y ahora prácticamente desapareció.

Livn, quei percibió la caída, fundó su propia facción, Hatnuá, con la que consiguió seis escaños que en un dividido Parlamento de 120 son un tesoro.

Equivocándose mucho, Livni aceptó además ser ministra de Justicia y encabezar el equipo negociador con la Autoridad Palestina bajo la mirada atenta del propio Netanyahu. O sea que ambos intentarán llegar a una negociación con los palestinos, que exigen una congelación previa de la construcción de asentamientos, a la cual se opone el nuevo ministro de Industria y Comercio, Naftalí Bennett, el líder del partido religioso nacionalista Habait Haiehudí, que aboga por la anexión de Cisjordania. En el momento de la verdad, si es que llega, Bibi deberá encuadrar ese círculo; una situación que llevaría a nuevas elecciones.

Por si fuera poco, Bennett se aseguró para los el ministerio de Construcción y Vivienda, es decir, parte central de la política de asentamientos.

Así, un gobierno formado por la derecha nacionalista clásica de Netanyahu, el nuevo centrismo de Lapid, la ultraderecha de los habitantes de los asentamientos y la ex canciller Livni, junto con el general Moshé Yaalón en Defensa y Avigdor Liberman en Exteriores, es el nuevo mensaje de esperanza en Israel.

No servirá de nada en lo tocante al conflicto con los palestinos y el presidente norteamericano, Barack Obama, que llega esta semana en visita oficial al país, lo sabe perfectamente.

Los resultados de las elecciones dejaron patente que la cuestión palestina es el elefante en la tienda de cristalería con el que casi ningún partido se atreve a medirse. Los israelíes, incrédulos tras décadas de negociaciones frustradas, también parecen haber tirado la toalla.

Durante su campaña, Lapid habló de los asentamientos y del proceso de paz, pero no mucho. Lapid no es un ideólogo. A pesar de sus declaraciones a favor de la indivisibilidad de Jerusalén no cree en el Gran Israel. Se trata de un político que se mueve según los vientos que soplen.

Si se crea una situación en la que los israelíes llegan a la conclusión de que tienen que solucionar el conflicto, Lapid no se va a oponer. Pero si la opinión pública no lo pide, él no va tomar la iniciativa. Puede terminar por inclinarse hacia cualquier lado.

Sin embargo, hay suficientes israelíes a los que les preocupa la imagen internacional del Estado judío. El problema es que hoy en día no existe en él una alternativa política estratégica a favor del proceso de paz y eso es más importante que el malestar de los laicos hacia los ultraortodoxos por la desigualdad en los esfuerzos laborales y militares.

Aunque parezca mentira, si el centroizquierda quiere reconstruirse debería formar alianzas con los ultraortodoxos. Estos partidos religiosos podrían convertirse en una pieza clave en un futuro proceso de paz. Los grandes asentamientos ultraortodoxos se encuentran cerca de la Línea Verde y sería fácil proponer un intercambio de territorios. Otra unión crucial para la izquierda serían los partidos árabes presentes en el Parlamento israelí; pero a ello no se animarían pues perderían votantes.

Al día de hoy, desde un punto de vista práctico, no hay esperanza de alcanzar la solución de dos Estados. Lo que se hizo hasta ahora, no funciona.

Bibi aparece demasiado frágil y deberá optar por cambiar el cómo o cambiar el qué.