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Discurso y realidad

Barack ObamaSu discurso es simplemente magnético. Siempre lo ha sido. En esta ocasión, podríamos decir que Obama ha cautivado a todos y a todas. El problema con el mandatario estadounidense, como le suele suceder, es que hay una enorme distancia entre el «Yes We Can» y el arte de lo posible.

La visita de Obama a Israel fue muy importante desde la dimensión de lo simbólico, tocando puntos medulares que van desde las percepciones y las ideas acerca de la vigencia de la histórica y estratégica alianza entre el Estado judío y Estados Unidos, hasta otro tipo de cuestiones como el antisemitismo o el sionismo con sus visitas a sitios como Yad Vashem o la tumba de Herzel.

El viaje de Obama fue importante también desde el punto de vista político en cuanto a refrendar posturas clave de Washington, no siempre del todo gratas a Jerusalén.

Sin embargo, fuera del gran logro de reconciliar a Israel con Turquía, desafortunadamente no debemos esperar mayores resultados concretos como producto de esta visita en temas cruciales como el añejo conflicto israelí-palestino.

Lo que hubo

Un rápido balance de esta visita de Estado podría incluir los siguientes puntos:

Se cumplió el objetivo de re-acercar en la medida de lo posible a Obama con Netanyahu, mediante la reafirmación del respaldo de Estados Unidos a Israel en lo general, es decir, en cuanto a su derecho a la existencia y seguridad, y la promesa no abandonarle en esa lucha. Mientras haya Estados Unidos, «Atem lo levad», les dijo en hebreo a los jóvenes israelíes, ustedes no están solos. La misma visita es una primera señal de ello, pero las palabras de Obama lo son también, una y otra vez.

Obama construyó cuidadosamente un discurso que convence y reconforta, que se acerca a los jóvenes, que ofrece garantías mínimas por parte de la superpotencia en momentos sumamente delicados para Israel.

Obama consiguió que Netanyahu finalmente, después de casi tres años, ofrezca disculpas a Turquía por el incidente de la flotilla en el que murieron varios ciudadanos de aquél país a manos de fuerzas del Ejército israelí, con lo que se logró acercar a esos dos cruciales y estratégicos aliados de Washington.

Obama refrendó posiciones que ya se le conocían. Lo hizo amablemente, pero en sus palabras dulces reafirmó lo siguiente:

Estados Unidos no tolerará un Irán nuclearmente armado; aunque omitió decir que sí tolerará a un Irán con capacidad nuclear - o sea capaz de armar un arma atómica si lo decidiera - siempre y cuando no arme la bomba, situación extrema para Israel.

Aunque dijo que no es un tema sencillo, su postura es el reconocimiento de dos Estados para dos pueblos viviendo en paz y con fronteras seguras, pero con justicia para todos.

Desacuerdo total con la construcción de asentamientos israelíes en Cisjordania.

Obama desaprobó lo más amable que le fue posible decirlo, el manejo que ha efectuado Netanyahu del conflicto israelí-palestino. Buscó sensibilizar a la población israelí, sobre todo a los jóvenes, acerca de la falta de justicia inherente a la ocupación.

Lo que no hubo

Además de lo que sí ocurrió es importante reiterar lo que faltó o lo que no produjo esta visita y que desafortunadamente difícilmente se verá en los meses que vienen:

No se lograron medidas concretas para reactivar el proceso de paz entre Israel y la Autoridad Palestina, fuera de posicionamientos y llamados a conseguirlo. Faltó el activismo, la pasión, la voluntad para realmente revivir un proceso muerto hace años. No es que sea simple o que sea culpa de Obama el no lograr que las partes consigan bases mínimas para sentarse a negociar, pero al final este es un resultado que simplemente no se materializó.

No se consiguió mejorar la percepción para la parte palestina de que EE.UU puede fungir como un mediador serio. Al revés, a pesar de que Obama refrendó su respaldo a Mahmud Abbás como socio para la paz, sus posicionamientos, por razones obvias, terminaron produciendo percepciones en los palestinos, incluido los moderados de Al Fatah, como la descrita por un funcionario de la Autoridad Palestina: «Obama demostró que es más israelí que los israelíes».

Hubo, sí, un llamado a la redefinición del conflicto, un llamado hacia la juventud para que se pongan los unos en los zapatos de los otros, y como siempre, grandes ovaciones después de los discursos. Pero no hubo una mesa, un lápiz y un papel para dibujar la ruta específica a seguir o trazar compromisos concretos no ya para una paz duradera, sino para sentarse a conversar.

Lo que hay de fondo es un problema estructural que no puede ser salvado por las bellas palabras o buenos deseos. Estados Unidos se encuentra en una fase histórica de repliegue global y restricción presupuestaria. Todas las decisiones tienen que pasar por ese filtro. Y eso ocurre precisamente cuando Israel se encuentra en uno de los momentos en su historia que suponen mayores riesgos a su seguridad debido a dificultades añejas que subsisten y se anquilosan, al mismo tiempo en el que se añaden nuevos retos en su entorno que dificultan la estabilidad regional.

Obama, ante tal escenario puede pronunciar los mejores discursos - y vaya que lo hace bien - pero sus dificultades internas y la confluencia de otros temas geopolíticos en el planeta que requieren su atención, han chupado y seguirán chupando sus limitados recursos tanto materiales como políticos.

Vivir con esa realidad, implica entender dentro del discurso lo que se puede y lo que no se puede esperar para los próximos años.