Como perro y gato han estado ambos países durante los últimos cuatro años. En 2009, durante la operación «Plomo fundido» en Gaza, el primer ministro turco, Erdogán, le espetó a la cara al presidente israelí, Shimón Peres, que «estaban asesinando gente» y cometiendo un crimen contra la humanidad.
En mayo de 2010, cuando los comandos israelíes abordaron la flotilla que pretendía romper el cerco marítimo sobre la Franja de Gaza y causaron la muerte de nueve ciudadanos turcos en el Mavi Marmara, las autoridades de ese país llamaron a Israel «Estado terrorista» y retiraron a su embajador en Tel Aviv.
La retórica antiisraelí de Erdogan creció y creció y llegó a proclamar lo que más le duele a Israel, que el sionismo es un crimen contra la humanidad comparable al fascismo. Y eso lo dijo delante del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, hace menos de un mes.
¿Quién podría esperar, por lo tanto, que Netanyahu llamara a su homólogo turco para pedirle disculpas por lo ocurrido en medio del Mediterráneo?
Esa llamada la hizo el primer ministro israelí ante la presencia de Obama justo cuando el presidente estaba a punto de tomar su avión para continuar la gira en Jordania. Y aunque un tanto pírrica en relación con los retos que tiene en la zona, la reconciliación entre Israel y Turquía supone una victoria importante para Estados Unidos. Después de pasar dos días efectuando llamamientos vacíos a la paz entre israelíes y palestinos, lo menos que podía conseguir era meter en cintura a sus dos principales aliados en la zona.
La excusa es Siria. El empeoramiento de la situación y el riesgo de que la guerra civil se extienda a los países vecinos requieren, en opinión de la diplomacia norteamericana, que las principales potencias de la zona con las que mantiene buenas relaciones militares permanezcan unidas en el mismo bando.
No era difícil, en principio, puesto que Erdogan se ha convertido en uno de los principales azotes de Assad. Pero además, como país musulmán gobernado por sunnitas moderados, es una pieza clave en el enfrentamiento contra los aliados de Irán en Líbano (Hezbolá) y en Gaza (Hamás), ambos próximos a Siria y viejos enemigos también de Israel.
En momentos tan difíciles como este, con la amenaza de un Irán armado con bombas atómicas en un futuro próximo, a Israel no le quedaba más remedio que hacer de la necesidad virtud y aceptar la presión de Estados Unidos para poder aminorar el aislamiento en el que los cambios recientes en la zona le han sumido.
Pero después de cuatro años azuzando al enemigo no será fácil, ni para las autoridades turcas ni para las israelíes, convencer a los suyos de la necesidad de esa reconciliación.
Aunque no es un país árabe, la animadversión de Turquía hacia Israel nace de la solidaridad de la mayoría de sus ciudadanos con la causa palestina. El máximo exponente fue precisamente esa flotilla organizada por activistas turcos que acabó en tragedia.
Aunque Netanyahu ha pedido perdón y se ha comprometido a compensar a los familiares de los fallecidos, los organizadores de la flotilla ya han advertido que es necesario encontrar a los responsables de las muertes y condenarles a cadena perpetua. Pero esto es algo que Israel no podrá aceptar nunca. Ya lo ha advertido el anterior ministro de Exteriores, Avigdor Liberman.
Aunque está a la espera de un fallo judicial para poder recuperar su puesto, la opinión de Liberman continúa teniendo mucho peso en el ejecutivo israelí. Y lo que ha dicho es que pedir perdón a Turquía es un «serio error» porque, según él, «daña la motivación de los soldados israelíes y refuerza a los extremistas».
Obama quedó plenamente satisfecho de haber conseguido un objetivo que parecía difícil, pero la alianza entre Turquía e Israel no será definitiva mientras solo se sustente en la necesidad de afrontar a los mismos enemigos, Siria e Irán.
Y seguirá siendo frágil mientras se mantenga la incertidumbre sobre el conflicto palestino y las negociaciones de paz continúen estancadas, un asunto primordial en el que Obama apenas ha entrado en esta gira.