Imaginemos una solución de dos Estados en Israel y la Autoridad Palestina en la que los palestinos tendrían el derecho de retorno, los israelíes se establecerían dondequiera que compraran tierra en Cisjordania y Jerusalén no tendría que ser dividida.
Ésta no es una visión fantasiosa, sino una reinvención absolutamente creativa de la condición de Estado del siglo XXI. Además, la reciente visita del presidente estadounidense, Barack Obama, a Israel constituye una oportunidad para explorar realmente las nuevas reflexiones.
Desde que Bill Clinton casi lograra en 2000 que se negociara un acuerdo amplio, el mantra entre los partidarios del proceso de paz israelí-palestino ha sido que si bien existe una solución, no hay líderes israelíes y palestinos que tengan la voluntad de alcanzarla.
La solución es una versión del acuerdo que Clinton vislumbró: dos Estados soberanos basados en las fronteras de 1967 con intercambios de tierras negociados que reflejaran los patrones de asentamiento existentes. El acuerdo incluiría un corredor que conectaría Gaza y Cisjordania; una Jerusalén dividida con el acceso garantizado a todos a los lugares santos; la renuncia de los palestinos al derecho de retorno; la obligación de Israel de desmantelar asentamientos fuera de las fronteras acordadas y el reconocimiento de los dos Estados en Oriente Medio.
Pero supongamos que la razón por la que palestinos e israelíes no quieren concluir un acuerdo de esa naturaleza tiene que ver con el hecho de que la solución en sí es nacionalmente intolerable en ambos lados. Imaginemos que mientras una versión de ese acuerdo es la única opción posible, la expansión física de Israel y la expansión demográfica de los árabes israelíes seguirán socavando sus fundamentos. Pese a todas las advertencias urgentes de que la ventana de oportunidades para una solución de dos Estados se está cerrando rápidamente - o ya se cerró -, la solución en sí es el problema.
En 2008, un estudiante de Filosofía de la Universidad de Princeton, Russell Nieli, dio una conferencia en el Center for Jewish Life en Princeton que fue tan bien recibida que más tarde la amplió y escribió un artículo para la revista estadounidense «Tikún» (Arreglo, en hebreo), cuyo fundador es el rabino Michael Lerner.
El artículo, «Hacia una paz permanente entre Israel y Palestina - argumentos a favor de dos Estados en condominio», se publicó con el objetivo de estimular la reflexión productiva de ideas entre la generación de jóvenes judíos y árabes, no limitada por una visión restrictiva y políticas fallidas del pasado.
La idea de «dos Estados en condominio» es tan visionaria como su nombre inadecuado. La idea central es que los israelíes y palestinos serían ciudadanos de dos Estados separados y por ende se identificarían con dos autoridades políticas individuales. Palestina se definiría como el Estado del pueblo palestino, e Israel, como un Estado judío, bajo «condominio», no obstante, tanto palestinos como israelíes «tendrían el derecho de establecerse en cualquier parte del territorio de cualquiera de ambos Estados, con lo que formarían así una comunidad binacional de asentamientos».
Consideremos esa idea por un momento. Como lo explica Nieli, los palestinos tendrían el derecho de establecerse en cualquier parte de Israel, así como los judíos podrían establecerse en cualquier lugar del territorio del Estado palestino. Independientemente de en cuál de los dos Estados vivieran, todos los palestinos serían ciudadanos del Estado palestino, y todos los judíos serían ciudadanos de Israel.
Cada Estado tendría la autoridad y la obligación de satisfacer las necesidades económicas, culturales, religiosas y de prosperidad de sus ciudadanos que vivan en el territorio del otro Estado. Estos serían derechos y responsabilidades extraterritoriales, así como Estados Unidos, por ejemplo, atiende las necesidades de un gran número de expatriados, como los dependientes civiles del personal militar estadounidense residente en el extranjero.
Para que funcione, primero tendrían que definirse las fronteras de cada Estado; presumiblemente las de 1967 con intercambios mutuamente acordados de tierras. Los árabes israelíes entonces tendrían que transferir su ciudadanía, identidad nacional y derecho nacional de voto - pero no su residencia - al nuevo Estado palestino. Tendrían el derecho permanente de vivir en Israel y conservarían los beneficios a que tienen derecho actualmente como ciudadanos israelíes, pero no votarían como ciudadanos de Palestina.
Todos los demás palestinos que viven en Israel tendrían derechos y beneficios únicamente de acuerdo con la ley palestina.
La solución de dos Estados en condominio da cuenta de la realidad de la profunda interrelación de los habitantes de los asentamientos judíos en Cisjordania con el resto de Israel a través de caminos, instalaciones de suministro de agua, instalaciones eléctricas, estructuras administrativas y relaciones económicas; al igual que partes israelíes y palestinas de Jerusalén son interdependientes.
En los años '50, después de cuatro décadas de sangrientas guerras en Europa, la idea de una Unión Europea en la que los ciudadanos de los Estados miembros pudieran vivir y trabajar libremente a través de las fronteras nacionales sin perder su pertenencia política e identidad cultural parecía igualmente increíble.
En efecto, el nombre del proceso político sobre el cual habría de construirse la Unión Europea, el «neofuncionalismo» era tan abstracto y torpe como hoy lo es el de «dos Estados en condominio». Con todo, los estadistas franceses y alemanes tuvieron la visión y la voluntad de iniciar un experimento osado, que ha evolucionado hasta convertirse en una economía única con 500 millones de personas.
¿Por qué otro lugar en el que hay enemistades añejas no podría ser la fuente de una nueva concepción de Estado?