El proyecto sionista era a todas luces descabellado: crear un Estado judío, revivir la lengua hebrea muerta por dos mil años, fomentar la emigración a una región sin alternativas económicas y obtener apoyo diplomático para la idea. A pesar de los desafíos, todo lo anterior se logró.
En sus 65 años, Israel ha absorbido millones de emigrantes de más de 100 países, incluyendo las grandes olas migratorias de judíos provenientes de Marruecos, Irak, Yemen, Rusia y Etiopía.
Tres universidades israelíes están entre las 100 mejores del mundo. Ciudadanos del Estado hebreo han ganado diez premios Nobel, seis en ciencias. Israel está a la vanguardia global de la innovación en áreas como telecomunicaciones, agricultura, medio ambiente, energías alternativas, desarrollo médico y farmacéuticos, y se ubica entre los primeros 20 en el índice de desarrollo humano de la ONU.
Inventos que cambiaron nuestras vidas como el WiFi, la mensajería instantánea, los microprocesadores y la USB surgieron en laboratorios de este pequeño Estado de 20.000 kilómetros cuadrados que además tiene una reconocida industria militar y ha desarrollado grandes plantas de desalinización para volver potable el agua de mar en una región de escasos recursos hídricos.
Como inesperado colofón, Israel comenzó hace apenas unas semanas la extracción de gas de importantes yacimientos en el Mediterráneo, los cuales le traerán a la vuelta de unos años independencia energética.
Cabe destacar las estrechas y crecientes relaciones que Israel mantiene con grandes países de Asia: China, Japón, Corea del Sur e India, además de sus aliados tradicionales en Europa y Estados Unidos y sus estratégicos acuerdos de paz con Egipto y Jordania. Los recurrentes intentos por aislar a Israel han fracasado estruendosamente.
Sin embargo, y como en cualquier país, hay nubarrones. Una sociedad dividida entre religiosos y laicos, una desigualdad social que condujo a gigantescas protestas en el verano de 2011 y una minoría árabe, 20%, que a pesar de los derechos de que goza, tiene camino por recorrer, especialmente en su participación en las instituciones y dignidades del Estado.
Israel es y debe seguir siendo una democracia vibrante, incluyente, participativa y ejemplar ante intentos por parte de algunos sectores de limitarla.
A sus 65 años, la asignatura pendiente para lograr la definitiva inserción de Israel en la región es lograr la paz con el pueblo palestino.
Los palestinos tienen el mismo derecho a su dignidad, independencia y un Estado propio en Cisjordania y Gaza.
Las perspectivas de un acuerdo de paz no son halagüeñas por la complejidad de los temas a tratar y la incertidumbre en que está sumida la región por la «primavera árabe».
Imperativo es seguir buscándola. Para Israel y la Autoridad Palestina.