Los israelíes celebramos la semana pasada el 65º aniversario de nuestra independencia. Pero, ¿qué le depara el futuro a nuestro país mientras la «primavera árabe» cambia el panorama politico de Oriente Medio?
Por un lado, el aniversario es una ocasión para que los judíos de todo el mundo reflexionen sobre lo notable que es Israel: cómo sobrevivió a los intentos por destruirlo, cómo ganó siete guerras contra los ejércitos de sus vecinos árabes, cómo desarrolló con éxito una industria de alta tecnología que lo coloca a la vanguardia de la economía mundial, cómo lanzó satélites y ganó premios en todas las ramas de la ciencia y la cultura y cómo sigue siendo la democracia más dinámica de Oriente Medio, con una prensa libre y sin miedo.
Sin embargo, la situación del único Estado judío del mundo dista de ser perfecta. La «primavera árabe» trajo aparejado el surgimiento de una ideología islamista radical entre nuestros vecinos. Egipto está gobernado por los Hermanos Musulmanes, progenitores de Hamás, que gobierna la Franja de Gaza y está comprometido a destruir Israel. Siria está en llamas y en Jordania el islamismo va también en aumento.
Dentro de Israel crecen las divisiones entre ricos y pobres y entre laicos y ultraortodoxos, una población en rápida expansión. A fuego lento, también aumenta el resentimiento entre los ciudadanos árabes, que representan el 20% del Estado hebreo.
Militarmente, somos es el país más fuerte de Oriente Medio. Pero la opinión pública internacional no para de criticarnos, culparnos y demonizarnos sin medida al tiempo que ignora masacres y constantes violaciones de derechos humanos en otras partes del mundo.
Durante 45 años, tenemos el control militar de la mayor parte de Cisjordania, un territorio habitado por palestinos sin Estado propio y con quienes comenzamos a negociar hace 20 años, durante los cuales abandonamos la Franja de Gaza, para tratar de convivir en paz.
Somos la nación más poderosa de la región, por lo tanto la cuestión que suscita nuestro 65° aniversario no es si vamos a sobrevivir, sino de qué forma.
Israel fue fundado principalmente por sionistas laicos, como un Estado judío y democrático. Ellos tenían la esperanza de limitar la teocracia a los templos. Pero así como el islamismo está transformando el mundo árabe, también la teocracia judía nos está transformando. Nuestro nacionalismo religioso-mesiánico llevó a la expansión de los asentamientos en Cisjordania. En la actualidad 2,6 millones de palestinos viven allí y en Jerusalén Oriental. De no haber una retirada israelí de Cisjordania, los datos demográficos sugieren que no podremos sobrevivir como un Estado judío y democrático.
Muchos diputados apoyan la idea de anexionar parte o la totalidad de Cisjordania, creando así el «Gran Israel». La parlamentaria del Likud, Tzipi Hotovely, me dijo que «si uno apoya esa idea tiene que hacerlo de manera completa, darles a los palestinos la ciudadanía israelí y que puedan ser ciudadanos de Israel iguales a los demás». Pero si hiciéramos eso, la población árabe de Cisjordania e Israel podría llegar a ser mayor que la judía. Nuestras instituciones y nuestra cultura dominantes podrían, entonces, dejar de ser judías.
Sin embargo, si mantenemos el control total de Cisjordania sin darles a los palestinos el derecho a voto, ya no podríamos pretender ser una democracia, y perderíamos una carta importante que tenemos en una región que aún lucha por convertirse en democrática, a pesar de la «primavera árabe».
Hace 20 años, durante las negociaciones entre palestinos e israelíes en Oslo, se esbozó un plan para construir un Estado independiente para los palestinos. Sin embargo, ambas partes aún no se ponen de acuerdo sobre los términos, y la desconfianza entre ellos se hizo tan profunda que ya parece que nunca lo harán.
La solución de dos Estados agoniza a pesar de los intentos de Obama de revivirla. Las críticas a Israel a menudo contienen una suposición de que si no fuera por los asentamientos, los palestinos estarían de acuerdo en los demás términos. Es fácil ver por qué. Es como si ambas partes estuvieran discutiendo sobre cómo compartir una pizza mientras una de ellas se la sigue comiendo.
En 2008 el entonces primer ministro Ehud Olmert ofreció a los palestinos el 94% de Cisjordania, con la mayoría del 6% restante compuesta por trozos de Israel, un acuerdo sobre la división de Jerusalén con líneas étnicas y un regreso simbólico de los refugiados palestinos.
De acuerdo con la entonces Secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás, le dijo que no podía aceptarlo. Abbás niega haber dicho eso. Una cosa es segura: no hubo acuerdo.
La AP es a menudo mencionada como la alternativa laica y moderada a sus rivales más militantes y religiosos de Hamás, que gobierna Gaza. Pero incluso en Cisjordania, gobernada por la AP, la población en general es cada vez más religiosa.
La AP dice que están comprometida con una solución de dos Estados y bajo la presidencia de Abbás los ataques desde ese territorio disminuyeron drásticamente en los últimos años. Pero muchos israelíes siguen sin estar convencidos de sus intenciones a largo plazo. Aún tienen grabados en la memoria los atentados suicidas de la segunda Intifada de hace una década.
Dichos atentados crearon en nosotros un sentimiento tan generalizado de impotencia contra la cultura yihadista asesina, que nos provocaron un escepticismo profundo y duradero. Incluso hoy en día la televisión de la Autoridad Palestina emite elogios a los «mártires» palestinos muertos que atacaron deliberadamente a civiles israelíes para perpetrar asesinatos en masa. Además, algunos comentarios imprudentes de funcionarios de la AP también afirmaron que aún ven la existencia de Israel como algo temporal y que una solución de dos Estados es apenas un escalón más en el camino hacia nuestra desaparición definitiva.
Efraim Halevy, ex jefe del Mossad, señaló una vez que «ideológicamente, el conflicto no puede terminar jamás. Ambas partes siempre afirmarán que son los únicos que tienen todos los derechos sobre estas tierras. Ninguna de ellas puede en modo alguno renunciar a sus derechos sobre cada pulgada de estos territorios, porque es Tierra Santa».
Si esto sigue así, Halevy prevé un conflicto permanente que ninguna de las partes podría sostener. Israel se convertiría en una fortaleza rodeada de vallas de seguridad y se hundiría cada vez más en el aislamiento global a la vez que tendría que ganar cada ronda de ataques, lo que reduciría la calidad de vida de sus ciudadanos a un nivel intolerable.
«Sin embargo, ese panorama desolador es también motivo de esperanza», agregó Halevy. «Ante tener que elegir entre el pueblo israelí y la tierra bíblica, Israel elegiría a la mayoría de sus ciudadanos y se retiraría de Cisjordania, desmantelando los asentamientos, aunque no los principales bloques que protegen sus fronteras».
Este idea de «unilateralismo constructivo» significa la retirada sin condiciones acordadas con los palestinos. Sus defensores incluyen a varios ex altos mandos del Ejército y jefes de Inteligencia como Halevy, que dice que más de la mitad de los israelíes la apoyan. Ya que la paz negociada no es posible, piensan, cada parte debe tomar medidas unilaterales para tratar de avanzar en el principio de dos Estados para dos pueblos.
Halevy dice sentirse confiado de que los «sentimientos correctos» prevalecerán, aunque advierte que eso ocurrirá «a último momento». Israel podría entonces esperar obtener una mejor imagen en todo el mundo, y la presión se trasladaría a los palestinos, que deberían actuar en consecuencia.
La esperanza israelí, entonces, sería que Hamás y la población de Gaza vieran con envidia cómo dos Estados se hacen realidad y que su ideología radical de que toda Palestina es un don sagrado islámico desde que los conquistadores musulmanes así lo consagraron, se desvanezca en la irrelevancia.
Fuente: Haaretz
Traducción: www.israelenlinea.com