A fin de cuentas, somos un pueblo afortunado. Es verdad, Moisés nos dirigió en el desierto durante 40 años para llevarnos al único lugar de la zona sin petróleo. Es verdad, Herzl sacó a muchos de nosotros de Europa y nos trajo a uno de los lugares más disputados y violentos del mundo. Es verdad, nuestro Gobierno deja algo que desear, al igual que nuestro sistema político, y nuestra clase media ni siquiera definió qué es lo que quiere primero.
Sin embargo, pensando en los 65 años de independencia que celebramos recientemente, uno debe reconocer que a pesar de todo somos afortunados. Año tras año, lo volvemos a lograr. La mano del destino benévolo nos ayuda. Con el correr del tiempo, cuando parece que las paredes de la historia se cierran sobre nosotros, un evento inesperado nos devuelve al espacio abierto.
A mediados de los '50, Israel se vio en una situación de peligro estratégico. La cooperación entre la Unión Soviética y el nacionalismo árabe moderno amenazaba el futuro de la nación hebrea. Pero entonces llegó la inesperada alianza con Francia que nos trajo los aviones Mirages y el reactor nuclear de Dimona, y que nos convirtió en una pequeña potencia regional.
A mediados de los '60, Francia le dio un espaldarazo a Israel. De Gaulle y su embargo de armamentos nos dejaron en solitario. Fue en ese momento que llegó la alianza con Estados Unidos que nos proporcionó los Skyhaws, los Phantoms y el puente aéreo, permitiéndonos así resistir la Guerra de Desgaste (1968-9) y la de Yom Kipur (1973).
Al finalizar los '70, la inesperada paz con Egipto nos sacó de la depresión post-traumática del desastre de Yom Kipur. Al concluir los '80, la sorpresiva inmigración de los países que pertenecían a la Unión Soviética nos sacó, por un tiempo, de la pesadilla demográfica. En los '90, nuestros avances tecnológicos nos transformaron en una nación con potencial que nos permitió lidiar con las ruinas de los Acuerdos de Oslo.
En cada década nos sucedio un evento impredecible, creando una mejora en la situación del Estado judío. La suerte le permitió a Israel hacer un número de trucos de magia, al estilo Houdini, que liberaron al país de la carga que amenazaba hundirlo.
No hay duda de que el evento afortunado de esta década fue encontrar yacimientos de gas natural en el Mediterráneo. Este año ya se verán los resultados; se reducirán los gastos de las industrias israelíes y mejorará nuestra rentabilidad. A corto plazo, le darán a Israel independencia energética, lo cual significará un considerable crecimiento como país. Basta con pensar que a fines de esta década, Israel podría, si programa con cautela, financiar su defensa, educación y justicia social.
La importancia de los yacimientos «Tamar» y «Leviatán» no es únicamente económica. Un tubo de gas entre Israel y Turquía podría estabilizar la delicada relación entre las recientemente reconciliadas potencias no-árabes. Un tubo de gas entre Israel y Jordania reforzaría la relación entre el reino hachemita y el movimiento sionista. Un tubo de gas entre Israel y la Autoridad Palestina podría aliviar el conflicto con nuestros vecinos y reducir el riesgo de una tercera Intifada en Cisjordania. La cooperación con Egipto podría asegurar una base económica para la frágil relación entre ambos Estados.
En vista de los recientes levantamientos en la región, el gas israelí es un bien cuyo valor estratégico es tan o más importante que su valor económico.
Verdaderamente, qué suerte. La nueva era en Oriente Medio está llena de peligros. La posibilidad de conseguir esa paz con la que soñamos en los '90 está casi perdida. Sin embargo, si renovamos esperanzas en este nuevo descubrimiento podríamos enfrentar la nueva y desafiante realidad estratégica.
Si actuamos sabiamente, el gas israelí nos permitirá llevar a cabo el truco Houdini de este decenio.
Fuente: Haaretz
Traducción: www.israelenlinea.com