Al cumplirse un nuevo aniversario de la reunificación de Jerusalén, nos duele saber que en realidad no está plenamente unida. Formalmente, Este y Oeste son parte del mismo territorio municipal, pero son dos mundos que no es seguro se puedan realmente juntar.
No disponemos en este momento de cifras exactas, pero nos consta claramente que no pocos israelíes, precisamente por su amor a Jerusalén y por querer vivir en ella, quisieran ver a los barrios árabes separados, en su marco, sin tener que preocuparse por la tensión, los roces, la problemática política que cada tanto estalla por las diferentes formas de vida que influyen en la rutina diaria y la mutua sospecha.
Pero el comentario con el que optamos por abrir estas líneas no debe ser interpretado en términos absolutos, en negro o blanco.
Las diferencias existen y son notorias, pero al mismo tiempo, la normalidad de Jerusalén, aún con sus contradicciones, es mucho mayor que lo que podría imaginar cualquiera que se guíe, desde lejos, únicamente por los titulares de la prensa internacional.
Los más de 200.000 árabes de la parte oriental, que tienen cédula de identidad israelí aunque no son ciudadanos sino residentes permanentes, si bien concentran en general su vida en dicho sector, tienen libertad de movimiento en la ciudad toda y su presencia es notoria, por ejemplo, en centros comerciales muy concurridos.
Aunque sea por esa dinámica que la vida impone y no por mutuo amor, el hecho es que árabes con kefía y mujeres con la cabeza cubierta se cruzan constantemente con israelíes de diversos orígenes, religiosos de variados matices y quienes no lo son, en una normalidad diaria que no deja de impactar a quien no está acostumbrado. Y salvo extremistas despreciables que a veces se convierten en noticia - y los hay también del lado judío - la vida diaria transcurre con tranquilidad.
Día de fiesta decíamos, junto a la reflexión sobre los comentarios menos festivos que teníamos para hacer.
Y si, es fiesta, aunque la situación lejos esté de ser perfecta. Es fiesta porque antes de aquel emotivo 8 de junio de 1967 en el que los paracaidistas de las Fuerzas de Defensa de Israel irrumpieron a la Ciudad Vieja por la Puerta de los Leones, llegaron al Muro de los Lamentos, izaron la bandera con la Estrella de David y liberaron la Jerusalén ocupada por la Legión Arabe de Jordania, antes de todo eso… Jerusalén estaba dividida. Y fue una división impuesta por una guerra que Israel no provocó.
Y por más que ahora nos enoje cuando algún jovencito irresponsable cree que honra a Jerusalén si al marchar con la bandera de Israel por la Ciudad Vieja provoca con burlas a árabes parados a un costado del camino, no podemos dejar de recordar que antes del '67 los judíos no podían ni acercarse a las murallas que ayer fueron escenario de la tradicional marcha del Día de Jerusalén.
Y hay que recordar que eso de «Jerusalén árabe», término con el que se presenta a menudo a Jerusalén oriental, también es producto de guerras que Israel no quería.
Claro que la Ciudad Vieja está poblada mayormente por árabes… ¡si todos los judíos fueron expulsados cuando Jordania ocupó parte de la ciudad en la Guerra de Independencia de Israel!.
Lo que quedó al este de la línea de armisticio, y que pasó luego a gobierno israelí cuando Israel lo conquistó en 1967, se llamó por eso Jerusalén Este, simplemente por hallarse del otro lado de la línea separatoria. Una línea, que antes no existía… porque no había dos Jerusalén.
Nunca hubo dos Jerusalén… hasta que Jordania atacó, ocupó parte y la controló hasta que Israel triunfó en la Guerra de los Seis Días. Si el entonces Rey Hussein no hubiese disparado hacia Jerusalén en el '67, quizás Israel ni siquiera la habría conquistado.
Eso no quita, claro, que hoy haya que tomar en cuenta la realidad existente para llegar a una solución que ponga fin al conflicto.
Pero precisamente para que eso funcione, hay que conocer también la historia. Y entre otras cosas, ello significa tener presente que el pueblo judío no es un extraño llegado a Jerusalén. No hay excavación en la zona que no deja en claro una y otra vez cuan milenaria es la presencia judía en la ciudad.
Los palestinos suelen acusar a Israel de «judaizar» Jerusalén. Israel no lo necesita. Jerusalén es judía. Negarlo con mentiras y tergiversaciones no ayudará a la paz.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay