En un primer momento, que hoy parece muy lejano, trataron de ocultarlo. Pero ni la República Islámica de Irán ni la organización terrorista libanesa Hezbolá esconden actualmente que apoyan directamente al régimen del presidente sirio Bashar al-Assad, desplegando denodados esfuerzos para impedir su caída y festejando ahora sus últimas victorias militares, con las que espera demostrar que se apresuraron los que vaticinaron que sus días están contados.
Al contrario. Se enorgullecen de su rol en una guerra en la que ya han perdido la vida 82.000 personas, en su enorme mayoría civiles inocentes.
«Todos estamos involucrados en la lucha en todos los aspectos de la guerra, militar y cultural», declaró en agosto del año pasado por primera vez una alta fuente militar de Irán, el General Salar Abnoush. Desde entonces han sido numerosas las confirmaciones al respecto. También de boca de chiítas de Hezbolá ese es el tono, hace ya mucho.
Irán envía, como siempre, armas y dinero y todo tipo de ayuda. Hezbolá, manda a sus propios hombres, no pocos de los cuales vuelven luego en ataúdes a territorio libanés, lo cual ha despertado serias críticas en el país. Pero que quede claro: no es una actitud loable de un amigo que está dispuesto a arriesgarse con tal de apoyar a su aliado. En absoluto. Lo que hay aquí es una fuerza extranjera que está dispuesta a pisotear las reivindicaciones de la ciudadanía siria con tal de preservar la existencia de un régimen sanguinario que no respeta los derechos de su gente, un régimen como el de Assad que le sirve de punto de contacto directo con Irán, patrón de Hezbolá, que le hace llegar todos los cargamentos de armas que Teherán envía a través del aeropuerto de Damasco y que avala y ayuda a concretar plenamente su política de terror.
Es la política del almacenamiento de más de 60.000 misiles en el sur de Líbano, prontos para ser utilizados contra Israel cuando Hezbolá considere que el momento es el apropiado. Son misiles instalados en aldeas habitadas por civiles, convertidas en blancos de la próxima guerra, en casas desde las que los chiítas radicales abrirán fuego a Israel cuando lo decidan, sabiendo que la respuesta puede terminar con la vivienda y su gente cuando el Estado hebreo decida que no puede abstenerse de responder.
Hezbolá ha creado un Estado dentro del Estado libanés, tiene su propia política exterior y sin duda un ejército mucho más poderoso y de armas mucho más sofisticadas que las que obran en poder del ejército de Líbano. Oficialmente, Líbano es un Estado soberano. En la práctica, es un rehén de Hezbolá. Y ese mismo Hezbolá actúa abiertamente en Siria, asesinando y sofocando la rebelión del pueblo sirio.
El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, confirmó en Ammán - una escala en camino a Jerusalén - que ya son «miles» los hombres de Hezbolá en Siria. La cifra podría ascender a 6.000. Tras la terrible masacre en Banias, hace algunas semanas, rebeldes sirios aseguraron que miembros de Hezbolá habían participado junto a las tropas sirias en el múltiple asesinato de mujeres y niños.
El presidente Assad suele afirmar en sus declaraciones, que hay una «conspiración» externa de elementos interesados en «dividir a Siria y provocar la caída del régimen». Es cierto que los yihadistas llegados de diferentes partes de la región, usan a Siria como campo de batalla para promover sus propios objetivos, entre ellos la imposición en Siria de un régimen islamista no menos radical que el de Assad, aunque religioso.
Lo que Assad no dice, sin embargo, cuando alega que «se presenta equivocadamente el cuadro actual», es que así como los elementos pro Al Qaeda se han instalado en el país para combatirlo, él hace uso de los radicales del otro lado del islam, los chiítas de Irán y Hezbolá, para mantenerse con vida.
Tampoco menciona, claro está, que la intervención de elementos llegados de afuera, entre ellos Al Qaeda, no fue la primera etapa de la revuelta en febrero del 2011. Primero hubieron manifestaciones pacíficas de ciudadanos sirios cansados de la dictadura y los problemas. Fue la represión violenta y terrible del régimen lo que convirtió a las manifestaciones en más fuertes y violentas, deteriorando totalmente la situación.
El abierto apoyo activo de Hezbola al régimen de Assad, le está costando serias críticas dentro del país. Hasta una de sus ex figuras más destacadas, el jeque Subhi al-Tufayli, declaró que «el comportamiento irresponsable de Hezbolá en Siria no llevará a cientos o miles sino a millones de muertos».
No sorprenderá por cierto que la parte yiihadista de la oposición siria - Jabhat Al Nusra que es afiliada a Al Qaeda, el Ejército sirio Libre y la Hermandad Musulmana, todos ellos sunitas - estén contra los chíitas radicales. Muaz al-Khatib, presidente de la Coalición Nacional Siria de oposición, exigió en un video que colocó en Facebook - según revelaron expertos del Centro de Investigaciones de Seguridad Nacional de Tel Aviv - que Hezbolá retire de inmediato a sus hombres de Siria. Aclaró que su involucramiento en el país es «una invasión» y que el jefe de Hezbolá, Hassan Nasrallah, es personalmente responsable por la «disolución sectaria de Líbano y Siria».
Los libaneses no olvidaron los años de la guerra civil en su país, cuyo entorno eran las crecientes diferencias y tensiones entre sunitas y chiítas, entre los que tienen más y los que tienen menos. Y la intervención en Siria está devolviendo a muchos la sensación de que ese peligro vuelve. En Trípoli, al norte de Líbano, hace pocos días, murieron más de 30 libaneses y más de 120 resultaron heridos en choques entre Hezbolá y otros libaneses opuestos a Assad. Y no fueron los primeros incidentes.
Al Nusra envió un dramático mensaje al presidente libanés Michel Suleiman: «Le informamos - y puede considerarlo como última advertencia - que usted debe tomar medidas inmediatas para frenar a los perros de Líbano (Hezbolá). Estallará el fuego pronto en Beirut. Si usted no actúa en 24 horas, lo veremos como cómplice de las masacres que los miembros del partido de Satán están cometiendo… Estaremos entonces obligados a dar pasos concretos y a quemar todo el que encontremos en Beirut».
La gran tragedia de la oposición siria no es solamente que Assad aún es fuerte y recibe ayuda de Irán y Hezbolá, sino que los rebeldes mismos están sumamente divididos y que los de mentalidad más democrática y abierta entre ellos, los más moderados, llevan por ahora las de perder.
Siria se ha convertido no sólo en escenario de matanzas por parte de su régimen sino también de choques terriblemente violentos entre dos extremos - sunita y chíita - del Islam fundamentalista.
Los primeros sirios que salieron a la calle a protestar, no tienen ahora a nadie que represente cabalmente sus deseos de cambio, pero para bien, no para que la alternativa sea distinta pero tan sangrienta como el régimen de Assad.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay