Parafraseando el título del libro de André Glucksmann («Occidente contra Occidente»), día a día, campaña a campaña electoral, pronunciamiento a pronunciamiento, con su miopía y su amnesia, Europa parece estar preparando la cuerda para suicidarse en materia de política exterior, comprometiendo, mientras amarra esa soga, al resto del mundo occidental.
Así, luego del conflicto en la ex Yugoslavia (donde los únicos «niños malos» del film nacían en Serbia y los malvados norteamericanos debían hacer el trabajo sucio), el único villano para estas cancillerías e intelectuales rentados se llama Israel.
En tal, el viejo continente - donde sobran los problemas como para buscar otros - decidió que «Todos los acuerdos entre el Estado de Israel y la UE deben inequívocamente y explícitamente indicar su inaplicabilidad en los territorios ocupados por Israel en 1967».
Esto afecta no sólo el comercio hacia y desde esas regiones, sino los intercambios académicos, sanitarios, culturales, proyectos diversos, etc. en Judea y Samaria, Jerusalén Este y los Altos del Golán.
La honorable e incorruptible Unión Europea, siempre tan humanitaria, no ha creído prudente pronunciarse sobre la masacre Siria (donde, gane quien gane, la democracia está definitivamente liquidada), porque, seguramente, para sus instruidos ojos 100.000 muertos, 200.000 heridos, violaciones por doquier - incluso alentadas por un perverso imán musulmán - y destrozos irreversibles, son un simple «daño collateral».
La Unión Europea no considera que las ambiciones nucleares de Irán, siempre tan inofensivo con sus vecinos y liberal con las mujeres y los niños, merezcan ser tenidas en cuenta. Al fin y al cabo, aunque los misiles iraníes puedan llegar al Mediterráneo, no se puede estigmatizar a los pacíficos ayatolás. Que unas mujeres adúlteras, unos apóstatas, o unos homosexuales ejecutados mensualmente no van a poner en riesgo las relaciones europeas con el nuevo imperio persa.
La Unión Europea no debe - seguramente - evaluar como necesario saber que está pasando en Chechenia. Si nuestro bien amado Príncipe Putin I cuida de sus súbditos con la más absoluta bonhomía y desinterés, quieran o no. Un gasoducto bien vale una repentina ceguera.
La benemérita Unión Europea, sin duda, en su sagacidad y entendimiento, no debe considerar peligroso, que - sea como semillero de terroristas sin fronteras, o como vanguardia para ocupar paulatinamente o inhibir una futura resistencia a su avance en el sur de España (perdón, Al Andalús) - en Ceuta y Melilla prolifere el clero musulmán radical y el reclutamiento de fanáticos dispuestos a todo, dificultando la vida de los europeos en esos lugares.
La Unión Europea, mucho menos, debe estimar como preocupante la multiplicación no sólo de la población musulmana en sus fronteras (por el momento, un buen caudal electoral), sino los voluminosos financiamientos a sus imanes y hasta de las mujeres que usen el velo, desde la ultraconservadora Arabia Saudita, por ejemplo. En tal contexto, los atentados del metro de Londres, o los de Atocha, deben ser simples incidentes.
Y que se quiera imponer la sharía en los barrios de emigrantes, que se insulte y manosee a las mujeres no musulmanas que por allí deban transitar, que se destrocen los suburbios de Estocolmo, o se expulse a los judíos de Malmö con apoyo oficial, no debe ser un tema de entidad, como tampoco cuando Polonia prohibe los cortes kasher o cuando Grecia y Hungría registran un enorme incremento de los grupos neonazis.
La Unión Europea, mucho menos, va a analizar la gravedad de los constantes ataques con cohetes de los terroristas de Hamás a Israel. Al fin y al cabo, no vamos a discriminar a los pobres e inocentes palestinos, sugiriendo barbaridades tales como «tierra por paz». Ellos son orgánicamente buenos e impolutos.
Menos aún va siquiera a recordar el contrabando de armas (¿o serían chocolates?) por los túneles de Gaza o las interferencias del amado Mohamed Mursi con el pasaje de navíos israelíes por el Canal de Suez.
Los sirios también son angelicales. ¿Quién sería tan malvado de pensar que desde las Alturas del Golán no van a hacer otra cosa que admirar el progreso del otro lado de la frontera, contentos y felices?
Pero señores burócratas europeos, conmovidos sólo por las desgracias palestinas, díganme:
¿Si Israel hubiese devuelto todos los territorios, ustedes le asegurarían la paz y le propinarían un duro y terrible castigo a quien se atreva a mandar un solo fuego artificial contra una ciudad judía? ¡Uy, no! Me dicen que la garantía la otorga Blancanieves (de burqa, obvio) y los siete enanitos.
Me quedo tranquilo. Era sólo yo, que en mi delirio creía que estábamos ante una versión «humanitarian» y activa del antisemitismo moderno.
Ahora, por las dudas, cuando Occidente tenga que pedir ayuda, nos quedará Canadá, y, por increíble que parezca, Japón, Corea y Taiwán (cuando no la propia China), junto a Israel y tal vez Alemania, para defendernos. Además de Suiza (como decían los comunistas soviéticos) para saber cuanto valen las cosas.
El resto de la OTAN, incluidos, dentro de poco, los amigos de Obambi, arrodillados cinco veces por día hacia La Meca.
Disculpen, señores europeos. Es otro delirio. Voy a llamar al médico. Espero que no haya estudiado en los territorios ocupados. ¿Ustedes qué opinan?
Que se cuide Chipre, porque dentro de poco los griegos van a tener que ceder algo a los turcos si no quieren ser castigados por los poderosos 27 puros e insospechados representantes del Viejo - cada vez más viejo - Mundo.
Y la Europa continental, con la bomba demográfica, será cuestión de (poco) tiempo.