Pocos creen en la reanudación del díálogo entre israelíes y palestinos que Washington prepara entre bastidores. Pero está a la vista que conviene a muchos. Al que más, al nuevo canciller de EE.UU, John Kerry, que consiguió en seis meses de intensa actividad que ambas partes aceptaran sentarse de nuevo a negociar.
Nada sería más gratificante para el jefe de la diplomacia norteamericana que obtener un éxito desde su cargo donde tres presidentes sucesivos cosecharon amargos fracasos.
Ni Clinton en Camp David en 2000, ni Bush en Annapolis en 2007, ni el mismo Obama en Washington, en las más recientes y breves conversaciones de septiembre de 2010, pudieron avanzar en la concreción de esos dos Estados, uno palestino y otro judío, en paz y seguridad.
Sin embargo, el anuncio de las tratativas, todavía sin fecha, llegó cuando más desprestigiada se halla la fórmula de dos Estados. Pero llegó también en un momento de cambios vertiginosos en la región, irreconocible respecto al contexto en que se celebró la anterior negociación.
No cambian los términos del problema, ni las objeciones y dificultades de una y otra parte. Siguen versando sobre las fronteras definitivas; el destino de los refugiados; el status de Jerusalén, la seguridad del Estado judío y la suerte de los asentamientos.
Todo parece la enésima y tediosa repetición de una idéntica jugada, pero el mundo de 2013 ya no es el mismo que el de las anteriores ocasiones fracasadas. Todos los protagonistas han cambiado y se hallan más debilitados.
Ya no está Mubarak, que garantizaba la paz «fría» a Israel; pero tampoco Mursi, que se dejaba llevar por su verbalismo antisemita, aunque nada tocó de los acuerdos con Israel.
Siria se halla en guerra civil y probablemente dejará de existir como Estado unitario.
Hamás está inerme sin los Hermanos Musulmanes en el poder en Egipto.
Pero quien lleva la marca de mayor debilidad, y desde hace tiempo es, por supuesto, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás, en falso en cuanto a legitimidad democrática.
El secretismo con que ha operado en Kerry, principalmente para eludir las condiciones previas exigidas para sentarse en anteriores intentos, impide conocer los detalles, pero no es aventurado cifrar en las debilidades de las partes la clave de las nuevas conversaciones.
Gracias a la debilidad funciona la presión de EE.UU y gracias a la debilidad adquiere mayor sentido el oxígeno político que puedan extraer Abbás y Netanyahu.
También es débil EE.UU, cuya influencia en la zona va disminuyendo, como muestra su incapacidad para influir en el escenario sangriento de Siria.
Y poco hay que añadir a lo mucho que se ha escrito sobre la debilidad congénita de la Unión Europea, capaz de definir a Hezbolá, al mismo tiempo, como sí y no organización terrorista.
La debilidad incluso se refleja en Israel. Netanyahu empieza a percibir la amenaza de una mayoría árabe entre el Mediterráneo y el Jordán, lo que convertiría la creación de un Estado palestino en la única fórmula para salvar a un Israel que quiera seguir siendo un Estado judío y democrático.
Paradójicamente. el Estado palestino no podría nacer de la escasa fortaleza de sus líderes, pero sí de la creciente debilidad de los dirigentes israelíes.