Sería ilógico determinar de antemano que todo está perdido y que no tiene ni sentido intentar. Sería anti natural para quien vive en una zona que tanto precisa la paz, ponerse en la tesitura que es perder el tiempo volver a intentar.
Pero claro está que las esperanzas de quienes quieren un resultado positivo, al oir que Israel y la Autoridad Palestina vuelven a la mesa de negociaciones, van acompañadas, en el mejor de los casos, de una gran medida de escepticismo.
De ambos lados; tanto israelíes como palestinos sienten que el otro los ha engañado, que no ha puesto todo en el intento de salir adelante y que es el otro el que tiene la culpa del estancamiento.
Lejos estamos de creer que el hecho que aún se hable de «intentar», aunque hace más de 20 años que se comenzó el proceso, sea culpa enteramente del lado palestino. Entre las dos partes se ha desarrollado una dinámica por la cual ambos cometieron errores. También Israel.
Aún así, conociendo los vientos que soplan a menudo en la opinión pública mundial, la tendencia casi automática a ver en los palestinos a las víctimas y en Israel a los verdugos, sentimos que es imperioso hacer unas aclaraciones.
El estancamiento de los últimos casi cuatro años, no fue culpa de Israel. Que el premier israelí Binyamín Netanyahu habría preferido no tener que pronunciarse nunca a favor de «dos Estados para dos pueblos», no significa que no haya comprendido - y no pocos de sus adversarios políticos estiman que lo ha hecho - que no hay alternativa y que debe ser creado un Estado palestino. Está desde hace años proclamando una y otra vez que quiere negociar y los palestinos colocan continuamente obstáculos en el camino, rehusando hacerlo.
¿Qué Netanyahu preferiría no tener que renunciar a nada? Claro que lo preferiría. Pero es irrelevante. ¿Acaso los palestinos han renunciado a algunas de sus exigencias? Absolutamente a ninguna. Al menos públicamente, ni siquiera dejan de hablar del «derecho del retorno» de los refugiados, determinando así un discurso con el cual no preparan al pueblo para aceptar un acuerdo al que eventualmente se llegue.
La condición clave de los palestinos todos estos años era que Israel congele totalmente la construcción en los asentamientos, ya que de lo contrario, ellos no aceptarían volver a negociar. Esto hace imperioso, a nuestro modesto criterio, aclaraciones - si cabe el término - a dos puntas.
Por un lado, aclararíamos que de los temas en disputa se habla en la mesa de negociaciones, no se puede exigir su solución como condición para sentarse a negociar. También recordaríamos que los asentamientos no fueron nunca el motivo del conflicto y por cierto no fueron su origen. Israel fue atacado repetidamente por los países árabes y fue víctima de atentados palestinos, también cuando no existía aún ni un asentamiento. Los territorios en los que luego fueron construidos estaban en manos árabes en la guerra del 67, que todo el mundo conoce como «comienzo de la ocupación», una guerra que - recordemos - no habría estallado nunca si el mundo árabe no hubiera estado preparando otro ataque de intento de exterminio de Israel.
Al mismo tiempo, claro está que hoy en día, sin resolver el tema de los asentamientos, que se han convertido en un símbolo claro, no se podrá llegar a nada. Debe hallarse una fórmula que permita al grueso de los habitantes de los asentamientos judíos permanecer en territorio que sea israelí, al parecer en el marco de acuerdos de corrección de fronteras e intercambios.
Y las zonas que sean destinadas al Estado palestino, deben gozar de una situación soberana que permita viabilidad y continuidad. Tampoco sería buena receta para el futuro un continuo roce, que a nada conducirá.
Aquellos elementos dentro de la coalición israelí que se oponen declaradamente a un Estado palestino y que se paran alertas cuando se vuelve a negociar, si bien es legítimo que tengan esa opinión, parecen no percatarse de que Israel no está solo. ¿Qué habrá que desconfiar siempre y tener extremo cuidado? Sí, por supuesto. Siempre. Israel no podrá nunca bajar la guardia. ¿Pero acaso se puede determinar la política como si los bíblicos Judea y Samaria fueran hogar sólo de 350 mil judíos y no, también, de más de un millón de palestinos?
No, es imposible. Hay que hallar una fórmula que garantice que Israel siga siendo un Estado judío y democrático. Lo contrario, echa por la borda el sueño sionista.
El primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, aseguró que «la reanudación del proceso de paz sirve claramente a un interés estratégico de Israel», destacando que es clave mientras de fondo están los «serios desafíos» que supone la situación en Irán y en Siria.
«Al volver a negociar, tendré claros dos objetivos: impedir que entre el Jordán y el Mediterráneo Israel se convierta en un Estado binacional, lo cual sería el fin del Estado judío, e impedir la creación de otro Estado terrorista, armado por Irán, que nos ponga en peligro».
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay