Si le preguntan a Shimón Gafsou, Intendente de la ciudad de Nazaret Illit, la respuesta es positiva. Este alto funcionario de la localidad norteña no sólo que no pestañea ante una afirmación tan problemática sino que además vocifera a todos los vientos su orgullo de aportar su granito de arena para hacer más evidente este discutido carácter del sionismo y la sociedad judía de Israel.
El curriculum de Gafsou incluye una larga lista de aportes a este esfuerzo nacional. He aquí sólo algunas perlitas.
Con un trasfondo similar al que motiva a judíos del mundo en su fiesta de las luminarias a exponer candelabros alusivos en lugares públicos, ciudadanos árabes que residen en Nazaret Illit se propusieron lo mismo con un árbol de Navidad en las últimas fiestas cristianas de 2010. La democrática respuesta de Gafsou fue: «En tanto yo esté en funciones, no se expondrán en la ciudad árboles de Navidad o todo otro exponente no judío» [1].
Ante la necesidad reconocida por el ministerio de Educación israelí de más de 2.000 alumnos árabes residentes en Nazaret Illit de crear una escuela local y no viajar a distancia, Gafsou se empecinó en no permitir su apertura. «En tanto y en cuanto yo sea intendente, en Nazaret lIlit no se va a crear una escuela árabe. A quien no le guste puede mudarse a otra ciudad. Todo aquel que viene a vivir aquí sabe que Nazaret lIlit es una ciudad judía», declaró con firmeza [2].
En un panfleto que Gafsou difundió a la población de Nazaret Illit, el intendente se jactó que logró preservar una clara mayoría judía en la ciudad gracias a «medios que más vale mantenerlos en secreto». Esta típica expresión israelí insinúa claramente el uso de métodos ilegales o totalmente inadmisibles [3].
Con motivo de las próximas elecciones municipales, Shimón Gafsou cubrió gran parte de las paredes de su ciudad con carteles en los que se leía:: «Nazaret Illit judía por siempre» y con una frase de alto contenido racista: «No arrodillarse más ante la ley que permite a todo ciudadano vivir donde quiera».
Ante tremendas aberraciones, algunos columnistas de los medios locales publicaron notas catalogando al intendente de racista. Sorpresivamente y de forma insólita, el mismo Gafsou respondió a esas críticas con un artículo que no habría otra manera de describirlo como una triste confesión más de que el racismo es una cualidad inherente del sionismo y de la sociedad israelí. Hasta recurre al típico pretexto de los acérrimos antisemitas escudándose detrás de la afirmación que tiene amigos árabes.
Es de suponer que este tipo de material tan poco halagador de la sociedad israelí difícilmente llegue a ojos u oídos de las comunidades judías de la diáspora.
Seguidamente se ofrece una traducción completa del artículo de Gafsou.
Las diásporas judías deben tener presente que su continuo silencio ante tremendas aberraciones de la sociedad israelí las convierte en cómplices en ojos de las sociedades que las circundan con todas las serias implicaciones del caso.
Ojalá me equivoque...
[1] «La batalla del árbol de Navidad en Nazaret Illit»; Maariv; 22.12.10.
[2] «Intendente de Nazaret Illit: No se va a crear una escuela árabe»; Walla; 17..13.
[3] «Cuidamos la mayoría judía por medios que más vale mantenerlos en secreto»; Haaretz; 15.4.13.
¿Yo racista?
Shimón Gafsou
En los últimos días, muchos me catalogan de «racista». En otras ocasiones, «nazi», «matón» e inclusive «Hitler». Alcanza con leer los comentarios en el diario Haaretz para fusilarme.
¿Cuál fue mi pecado? ¿Cuál fue mi delito? ¿Dónde ven mi gansterismo? En una declaración clara y precisa de que Nazaret Iilit es una ciudad judía.
Sí; no tengo el mínimo temor en proclamarlo a viva voz, escribirlo y agregar mi firma, declararlo frente a las cámaras, en vivo o grabado: Nazaret Illit es una ciudad judía y es muy importante que permanezca así. Y si por ello soy «racista», me siento muy orgulloso de ser descendiente de una dinastía de «racistas» que comenzó con el pacto de los Beitarim y de la clara promesa racista de Dios cuando nos concedió esta tierra.
Cuando el pueblo judío regresaba a su patria tras una larga travesía por el desierto después de liberarse de la esclavitud racista en Egipto, Dios le explicó a Moisés la manera de actuar en la conquista de nuestra Tierra Prometida: Limpiar esa tierra de sus habitantes en ese momento. Y así, con racismo, Yehoshúa, el racista, conquistó nuestras tierras.
Más de 3.000 años más tarde, nuevamente el vapuleado y golpeado pueblo judío estaba frente a las puertas de su tierra, y otra vez Dios demandó liberarla de aquellas tribus que se la apropiaron en su ausencia. Y de nuevo una corriente de racismo se posó en nuestra tierra. El «racista» Herzl escribió «El Estado Judío» (y no el Estado de sus ciudadanos); Balfour, el racista, llamó a la creación de un hogar nacional para el pueblo judío; David Ben Gurión, Jaim Arlózorov, Moshé Sharet y otros racistas fundaron la Agencia Judía; y la racista ONU decidió la creación de un Estado judío, es decir, para los judíos.
Ben Gurión, el racista, declaró la creación de un Estado judío en el territorio de Israel, e incluso durante la Guerra de la Independencia trabajó enérgicamente para traer miles de judío al país, a la par que desterraba y expulsaba a cientos de miles de árabes que vivían en esta tierra; todo ello para permitir conseguir el carácter racista que se buscaba.
Desde entonces, aquí se crearon kibbutzim de pura raza, en los cuales hasta hoy no se puede encontrar ni un solo árabe; se creó el Ejército que cuida su especial tono racial; se crearon partidos políticos con denominaciones netamente racistas, como «Hogar Judío», y nuestro himno nacional racista no tiene en cuenta la existencia de una minoría árabe, aquella que Ben Gurión no alcanzó a expulsar en 1948. Si no fuese por todo ese racismo, tengo serias dudas sobre si hubiésemos podido sobrevivir aquí; tengo dudas de que hubiéramos podido existir.
En estos días de hipocresía y puritanismo político, de avalanchas de personas desvinculadas de la realidad, de una realidad de relativa seguridad que oculta peligros, podemos sentarnos en los aristocrático barrios del norte de Tel Aviv y vociferar «racismo» para mostrarnos a nosotros mismos como cultos y benévolos y enojarnos por la existencia de un alcalde que prefiere que en su ciudad, ubicada en las cercanías de la ciudad árabe más grande de Israel, se cuide de mantener una mayoría judía que no sea tragada por la región árabe que la rodea.
En el Estado palestino que se creará no vivirá ningún judío. Pero eso está bien; eso no es racismo.
Nazaret Illit es una ciudad judía; menos del 20% de sus ciudadanos son árabes que disfrutan de todos los derechos locales y civiles. Muchos de ellos son mis amigos y a muchos de ellos los respeto y estimo. Ojalá la población judía hubiese recibido el trato que recibe la población árabe en Nazaret Illit, no sólo en la Europa de entonces, sino también en los países árabes de hoy, incluso en los territorios actuales de la Autoridad Palestina. Esa no fue ni es la situación. Tal vez nosotros, en Nazaret Illit, no deberíamos ser «racistas».
Fuente: Haaretz; 8.8.13.
Traducción: Daniel Kupervaser