No. No fue un impulso repentino el que llevó a Hassan Rohani y a Barack Obama a conversar por teléfono. No, detrás de ese llamado hay muchos encuentros, muchos correos, muchas consultas, muchos sondeos.
No. El llamado tiene que haber sido la culminación de un proceso que comenzó el día en que Rohani fue nombrado presidente de la República de Irán como intérprete y mediador de un vasto movimiento social y político que - después de la estagnación a que lo condenara el populismo religioso de Ahmadinejad - clama por reformas.
Nadie puede negar, que ese telefonazo fue un acontecimiento histórico. Tan importante que incluso hechos anteriores ocurridos en la zona islámica comenzaron a adquirir un sentido y una lógica que parecían no tener en el momento en que se originaron. Pongamos un ejemplo, el más impactante: La renuncia de Obama a atacar Siria.
La renuncia de Obama a bombardear objetivos estratégicos en Siria fue posible según muchos gracias a la «genial» movida de Putin al ofrecerse como intermediario para sustraer armas químicas que el mismo había entregado a Assad. En ese momento, casi no hubo quien no dijera que Putin se había convertido en amo de la situación, mientras Obama estaba reducido a un papel secundario, casi ridículo. No faltaron los que desde hace más de 50 años escriben sobre el fin de la hegemonía norteamericana en el mundo. No calcularon con el hecho de que la política internacional también es política y mucho menos que entre Irán y EE.UU estaba teniendo lugar un diálogo político.
Y bien ¿Cómo aparece la escena después del telefonazo?
Muy distinta, en todo caso, a la de los días en los cuales Putin emergió, no sólo como campeón del pacifismo mundial sino, además, como brillante estrella medial.
Obama calculó que una avanzada norteamericana hacia Siria cerraría por mucho tiempo la posibilidad de un acercamiento entre EE.UU e Irán. A la vez, ese acercamiento parecía a Obama como fundamental pues a partir de ahí podría desarticular el eje Rusia-Siria-Irán, a través del cual Putin intentaba lograr un lugar hegemónico en el Oriente Medio en contra de aliados de EE.UU como Turquía, Arabia Saudita e Israel. Y bien, ésa y no otra era la principal preocupación del Gobierno norteamericano.
Sólo con el leve acercamiento a Irán, que hasta ahora ha tenido lugar, Obama retoma la iniciativa en la región en condiciones políticas más ventajosas que antes. Pues, por una parte, al hacer suya la iniciativa de Putin, Assad será sometido a una revisión rigurosa de su arsenal químico, hecho que sólo puede ayudar a los rebeldes sirios. Por otra, Obama inaugura una relación que podría convertirse con el tiempo en una alianza económica y política pactada entre los EE.UU e Irán. Más aún, a través del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas EE.UU incorporará a Rusia, junto a Inglaterra, Francia y China, en la mesa de conversaciones donde participarán Rohani y Obama. Los chinos y los rusos sólo serán espectadores, pues ellos podrían oponerse a una iniciativa de guerra pero jamás a una iniciativa de paz. Putin quedaría así - si es que no tiene otra carta escondida en la manga - neutralizado.
Si el acercamiento entre Irán y EE.UU continúa, en la misma relación deberá tener lugar un alejamiento entre Irán y Rusia con inevitables consecuencias para Siria, hecho que sólo puede favorecer a Irán y a EE.UU.
Quién lo iba a pensar. Justamente en los momentos en que Putin celebraba su triunfo, las conversaciones entre Irán y EE.UU tenían lugar a todo vapor. Y, lo más impresionante, detrás de las propias espaldas de Putin.
La alianza entre Irán y Rusia es en cierto modo antinatural. Los monjes chiítas están empeñados en modernizar la economía de su nación, posibilidad muy lejos de agotarse con la simple posesión de armas atómicas. Porque el objetivo de la conducción persa no es convertir a Irán en un nuevo Pakistán, a saber, un país radicalmente empobrecido pero con bomba atómica. El objetivo es otro. El Irán de los chiítas quiere ser una potencia económica regional de no menor peso que Turquía. Pero para eso requiere de un tipo de tecnología - no me refiero sólo a la atómica - que nunca podrá proporcionar Rusia o China.
Quizás, es una suposición, el Irán de Rohani no sólo está posicionado en contra de Israel. Puede que tampoco esté demasiado interesado en ejercer un - por lo demás, imposible - liderazgo sobre semipotencias sunitas como Arabia Saudita o Egipto. Pero sí está interesado en ampliar, por ejemplo, influencias en Azerbaiyán, país donde la confesión dominante es la chiíta. Y Azerbaiyán es, digámoslo así, un problema congelado pero no resuelto entre Irán y Rusia. A largo plazo Irán, Irak y Azerbaiyán están destinados a formar un eje religioso, político y económico, posibilidad que aumentaría teóricamente las tensiones entre Irán y Rusia. Y en esa situación a Irán le convendría mucho más una amistad que una enemistad con EE.UU.
En fin, todo parece indicar que muchos conflictos de Oriente Medio serán tarde o temprano desplazados hacia el Asia Central. Del mismo modo, tarde o temprano naciones como Turkmenistán, Kirguiztan, Uzbekistán, y por cierto, Azerbaryán aparecerán de modo muy frecuente en los titulares de los periódicos occidentales. Todos esos conflictos tendrán que ver algo con Irán. Pero también con Rusia. Naturalmente, un Irán aislado del mundo tendría todas las de perder.
¿Cuál lugar ocupará Rohani en esta «otra historia» que recién está comenzando?
Lo más probable es que Rohani no es un lobo con piel de oveja como quiere presentarlo Netanyahu, pero tampoco es el Gorbachov del mundo islámico, como tituló en primera página un eufórico periódico alemán, al tomar noticia del histórico telefonazo entre Rohani y Obama.
Amanecerá y veremos. La historia es una dama siempre imprevisible.