El viaje de Barack Obama a Israel el pasado marzo daba la impresión de ser algo demasiado bueno para ser verdad. El presidente apenas presionó a los israelíes, mientras que instó a los palestinos a que no pusieran condiciones previas para las negociaciones y les exhortó a «reconocer que Israel será un Estado judío». Parecía algo impropio de él; algo que indicaba que después habría que pagar un precio.
Pues bien, ese precio se descubrió ahora, ocho meses después, y posee dos componentes. Si se me permite parafrasear la postura norteamericana: «En primer lugar, quédense sentados tranquilamente mientras llegamos a un acuerdo con Irán por el que su régimen paraliza, pero no desmantela, su carrera nuclear. En segundo lugar, detengan las ilegítimas construcciones de viviendas en Cisjordania o la Autoridad Palestina iniciará, con la aquiescencia de Estados Unidos, una tercera Intifada».
Las respuestas de Israel a ambas exigencias fueron más claras y contundentes que nunca. El primer ministro, Binyamín Netanyahu, atacó enérgicamente el posible acuerdo con Irán calificándolo de «error monumental» y, tras reunirse con el secretario de Estado, John Kerry, advirtió:
«Le recordé que dijo que no llegar a ningún acuerdo es mejor que llegar a un mal acuerdo. Y que el acuerdo que se está debatiendo ahora mismo en Ginebra es un mal acuerdo; un muy mal acuerdo. A Irán no se le exige que desmantele ni una sola centrifugadora. Pero la comunidad internacional está levantando las sanciones contra Teherán por primera vez en muchos años. En este punto, Irán consigue todo lo que quiere y no paga nada; y eso cuando está sometido a una intensa presión. Insto al secretario Kerry a no precipitarse a firmar, a que espere, a que reflexione, para llegar a un buen acuerdo. Éste es malo; muy, muy malo. Significa el acuerdo del siglo para Irán; es un trato muy malo y peligroso para la paz y para la comunidad internacional».
El ministro israelí de Economía y Finanzas, Naftalí Bennett, fue aún más directo; incluso planteó la hipótesis de una bomba atómica que podría destruir Nueva York:
«Estos críticos días de noviembre serán recordados en años venideros. El mundo libre se halla ante una bifurcación en el camino, y tiene una clara opción: o se mantiene firme e insiste en que Irán desmantele su programa de armamento nuclear o se rinde, cede y permite que Irán conserve sus 18.500 centrifugadoras. Dentro de unos años, cuando un terrorista islámico haga estallar una maleta en Nueva York, o cuando Irán lance un misil nuclear contra Roma o Tel Aviv, eso habrá sucedido sólo porque, en estos decisivos momentos, se hizo un mal trato».
«Como en un combate de boxeo, el régimen iraní está actualmente sobre la lona. Quedan unos segundos para que la cuenta llegue a diez. Ahora es el momento de aumentar la presión y de obligar a Irán a desmantelar su programa nuclear, no de cejar en ello. Sería peligroso levantar las sanciones y aceptar un acuerdo que le permita conservar todas sus instalaciones de producción de uranio. Sería peligroso, porque Irán, dentro de uno, dos o tres años, volvería a ponerlo todo en marcha y obtendría un arma nuclear antes de que el mundo pudiera hacer nada por impedirlo. No basta con apagar las centrifugadoras; deben ser completamente desmanteladas. Instamos a Occidente a que evite firmar un mal acuerdo».
«Es responsabilidad de Israel garantizar la seguridad de sus ciudadanos, y eso es exactamente lo que vamos a hacer. Nunca subcontrataremos nuestra seguridad».
En cuanto a la cuestión palestina, el ministro de Defensa israelí, Moshé Yaalón, fue quien tomó la iniciativa:
«No hay necesidad de temer las amenazas de si habrá o no una tercera Intifada. Estamos en un conflicto abierto y continuo con los palestinos que, por lo que respecta a ellos, no acaba con las fronteras de 1967. Están Sheikh Munis (su nombre para Tel Aviv); Majdal (su nombre para Ashkelón). Salimos de la Franja de Gaza y siguen atacándonos. Educan a sus jóvenes para que crean que Haifa y Akko son puertos palestinos, y demás.
Aquí no hay nada que indique un compromiso. Tendremos que estar alertas, y no temer las amenazas de si habrá o no una tercera Intifada».
Escribí antes de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos que los problemas de Israel empezarán de verdad si Obama lograba su segundo mandato. En la segunda investidura del presidente, predije que éste, «libre de restricciones preelectorales, podría expresar por fin sus ideas antisionistas, después de una década de posicionamiento político».
Y añadí: «Espérense un tono mucho peor de la segunda Adminstración Obama hacia el tercer Gobierno de Netanyahu».
Ese momento llegó.