La era de la enemistad traumática terminó. Estados Unidos e Irán se embarcaron en una nueva etapa de sus relaciones, una etapa marcada por las negociaciones bilaterales, las manos extendidas, las sonrisas, las banderas flameando juntas y varias concesiones relevantes, entre ellas, la aceptación de la Casa Blanca de que cualquier acuerdo a largo plazo con Teherán incluya «un programa de enriquecimiento de uranio definido conjuntamente» y el compromiso iraní «de no procurarse o buscar desarrollar, bajo ninguna circunstancia, ningún tipo de arma nuclear».
El acuerdo provisorio de seis meses entre las potencias mundiales e Irán, renovable por seis meses a la espera de un pactoo pleno - por un período a definir - congela el programa nuclear de Irán a apenas un paso, tecnológicamente, del uso militar. Pero el acuerdo implica un salto adelante en las relaciones entre Washington y Teherán, y tiene el potencial, por lo tanto, de redibujar el mapa estratégico de Oriente Medio.
Eso explica el rechazo de Israel, su insistencia en que un acuerdo que evite la escalada de la tensión hace que la zona sea más peligrosa. Israel es la potencia regional que defiende el status quo, porque el status quo es el cimiento de su predominio basado en armas nucleares. Cualquier cambio le resulta sospechoso, incluyendo los levantamientos populares contra el despotismo en los países árabes. Y en ese sentido el acuerdo norteamericano-iraní implica un gran cambio, casi tan grande como lo sería un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos.
Así como Estados Unidos tuvo que adaptarse a un mundo en el que su poder no tiene parangón pero ya no es determinante, el Estado hebreo tendrá que hacer lo mismo. Conducido por líderes esclarecidos, esa adaptación podría fortalecerlo, dándole seguridad a través de la integración regional, y no de la amenaza de sus vecinos. Pero, por ahora, Israel todavía está lejos de pensar así. El único prisma por el que ve las cosas es el militar. Fue importante que Obama dejó en claro sus intenciones con este tratado, ya que podría hacer que Israel deba repensar su estrategia.
Quiero ser claro. Éste es el mejor acuerdo posible. Nada, ni un bombardeo continuo y sostenido de las fuerzas israelíes, puede revertir el conocimiento nuclear que Irán ya posee. El objetivo debe ser cercar la capacidad que ya adquirieron para que sólo pueda usarse para la paz.
El acuerdo acerca a Irán al resto del mundo, que es donde la vasta mayoría de su joven población quiere vivir y donde Occidente quiere que ese país esté, porque el diálogo alienta la moderación y el aislamiento fomenta el extremismo. Como dijo Obama, «sólo la diplomacia puede traer una solución durable al desafío que plantea el programa nuclear de Irán».
La divergencia estratégica entre Estados Unidos e Israel no es meramente táctica. El canciller norteamericano, John Kerry, no fue totalmente honesto respecto de este punto. Estados Unidos reconoció que cualquier acuerdo duradero debe concederle a Irán un programa de enriquecimiento limitado de uranio.
Al referirse a un eventual pacto a largo plazo, el actual acuerdo menciona que el proyecto iraní «será considerado como si se tratase del de cualquier Estado no nuclear miembro del Tratado de No Proliferación», lo que coloca de esa manera a Irán en la misma categoría de Japón o Alemania, países signatarios del tratado que llevan adelante programas de enriquecimiento. Israel, por el contrario, pretende que Irán no pueda enriquecer uranio, con un desmantelamiento nuclear como el aplicado en Libia.
Estados Unidos está preparado para aceptar una República Islámica plenamente reintegrada al concierto de las naciones, con iguales derechos. Pero para eso falta mucho. Irán no logrará sacudirse de un día para el otro las sospechas que despiertan sus acciones y las deplorables palabras que profieren sus ayatolás. Y está bien que así sea. Pero Obama y Kerry están dispuestos a ocuparse de la rehabilitación internacional de Irán. No es el caso de Netanyahu, que quiere que Irán no levante cabeza.
La diplomacia implica hacer concesiones, con los riesgos inherentes. Irán estará a prueba y nadie sabe el resultado. Las cosas podrían desmadrarse, pero por lo menos hay esperanza. Tal vez sea eso lo que a Netanyahu le resulta más amenazante. Nunca estuvo dispuesto a darles una oportunidad seria a los palestinos: poner a prueba su buena fe, probar terminar con las humillaciones de la ocupación, probar la fuerza que tienen la justicia y la paz. Netanyahu siempre prefirió no avanzar en ese tema.
Obama y Kerry están invitando a Netanyahu a pensar nuevamente las cosas, y no sólo respecto de Irán. Y a juzgar por la respuesta de Israel, parece que nada les resulta más desconcertante. Y nada es más necesario. Unas pobres referencias a lo ocurrido en 1938 en Munich constituyen un pobre modelo para el Israel del siglo XXI.
Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com