«Y sólo yo, de tanto amor, callo» (Yossi Banai)
Un análisis de los acontecimientos político-sociales en Israel no puede aspirar a ser denominado serio si pasa por alto dos aspectos aparentemente independientes uno del otro, aunque conjuntamente se potenciaron y adquirieron notoria relevancia en la última década.
El primero es el admirable y prodigioso poder de persuasión y manipulación que posee Netanyahu sobre la opinión pública israelí, especialmente en momentos de toma de decisiones importantes. El segundo se refiere a una significativa e inexplicable pasividad masoquista de gran parte de la sociedad israelí que se conforma sólo con protestas anodinas o refunfuñando delante del televisor cuando el poder central mete groseramente la mano en su bolsillo.
Las masivas manifestaciones del verano de 2011 con la participación de ciento de miles de jóvenes indignados demandando justicia social, y la respuesta con la aprobación oficial del informe de la comisión presidida por el renombrado economista Manuel Trajetenberg, representan el ejemplo más significativo y relevante de los dos rasgos mencionados en su interacción.
En octubre de 2011 el Gobierno israelí aprobó las recomendaciones de dicho informe que incluían un amplio paquete de medidas destinadas a romper el enraizado canibalismo capitalista y promover un ansiado estado de bienestar social.
Hoy, tras la decisión de Netanyahu y Lapid de reducir significativamente el ritmo de crecimiento del gasto público, se puede decir que se incrustaron los últimos remaches en el ataúd para sepultar definitivamente las aspiraciones populares de un cambio de rumbo social.
Existe un consenso generalizado entre los analistas que el efecto de la protesta social de 2011 se borró totalmente de la memoria nacional. «La Comisión Trajtenberg fue instituida para reducir el alto costo de vida en el país, para ayudar a llegar a fin de mes a las clases media y baja de la sociedad, para incrementar las inversiones estatales en infraestructura, educación, salud y bienestar social. Las recomendaciones no fueron revolucionarias, pero incluyeron propuestas detalladas de un cambio en el orden de prioridades.
Con el pasar de dos años y medio se puede afirmar que la protesta social desapareció, gran parte de las sugerencias se esfumaron, otras tantas no se aplicaron, y en los últimos meses da la impresión que el Gobierno va en camino inverso. El dúo que controla la economía, Netanyahu y Lapid, declara a viva voz que su proyecto es de un Ejecutivo más chico que ofrezca al público menos servicios, menos educación, menor infraestructura, menos bienestar social y menos salud. El argumento: cobrar menos impuestos. Todo lo contrario de las recomendaciones de Trajtenberg» [1].
El modelo de Netanyahu, como ya quedó demostrado durante la última década, beneficia a grandes emporios económicos y un reducido grupo de multimillonarios del país a cuenta de la gran mayoría de sus ciudadanos. La continuidad de este plan recibió confirmación con declaraciones oficiales de los últimos días. Eugene Kandel, Director General del Consejo Nacional Económico de Israel y uno de los allegados más cercanos a Netanyahu en políticas económicas afirmó que «no se puede subir los impuestos a los ricos» y «la generación de jóvenes debe trabajar más y ahorrar más» [2]. Yair Lapid, ministro de Finanzas, atacó a los «chillones populistas» y confirmó que continuará repartiendo fortunas a los multimillonarios: «Continuaremos otorgando beneficios fiscales a las grandes empresas» [3].
Todo el prestigio y renombre de Trajtenberg, afamado economista de origen argentino, se convirtió en un simple analgésico y sedante político que hábilmente fue manipulado por Netanyahu para calmar la irritación popular momentánea y así retornar rápidamente a su conocido sendero del canibalismo capitalista.
Frente a una apatía generalizada de la sociedad que se arrodilla ante un saqueo a vista de todos, nadie debe sorprenderse que el Estado judío adopte para su liderazgo una consigna económica parafraseando el mensaje de Kandel: «Trabajen más holgazanes, que el beneficio se lo damos a los millonarios».
Un «prominente intelectual judío», según AMIA, nos trata de convencer que los judíos son los más indicados para enseñar al mundo lo que es inclusión y solidaridad social. «Un principio pilar del mensaje moral trasmitido por la divinidad al pueblo judío, es el que somos responsables el uno por el otro. Para la ética judía está prohibida la indiferencia frente al sufrimiento. La ética que propone el Antiguo Testamento, que dio su ser y esencia al pueblo judío, se convirtió en pilar de la ética cristiana e incidió fuertemente en otras éticas» [4].
Si suponemos que estas aseveraciones son ciertas, aunque en la actualidad hay suficientes motivos para dudarlo seriamente, loa ciudadanos de Israel deberían exigir de su Gobierno la imposición de políticas económico-sociales en concordancia con la ética judía, mucho antes de exigir ridículamente a los palestinos que reconozcan a Israel como Estado judío.
[1] «¿Hubo protesta? Los impuestos bajan y el presupuesto de seguridad se infla»; Moti Basok; The Marker; 31.12.13.
[2] «Entrevista a Eugene Kandel»; The Marker; 30.12.13.
[3] «Lapid: Continuaremos dando beneficios fiscales a empresas»; Ynet; 7.11.13. Según el último informe, estos beneficios contabilizaron el importe de 8 mil millones de shekel en 2012, lo que representa un costo por familia media que se aproxima a un sueldo promedio por año. Ver: «Beneficios fiscales a grandes empresas»; Ynet; 3.1.14.
[4] «Valores éticos y vida cotidiana»; Bernardo Kliksberg; Editorial Milá; 2005; Pág. 17.