El proceso de paz entre israelíes y palestinos, obstaculizado por las diferencias irreconciliables entre las partes, siempre dependió del contexto estratégico regional. Nació, al fin y al cabo, a raíz de la primera Guerra del Golfo, y fue facilitado por las consecuencias del fin de la Guerra Fría. En la actualidad, el proceso está moldeado por dos grandes dinámicas, la denominada «primavera árabe» y el acuerdo nuclear con Irán.
Este último se ha convertido en una de las crisis de confianza más graves de todos los tiempos en lo que se refiere a las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados en Oriente Medio. A pesar de que no tienen otra alternativa, tanto a Israel como a los Estados árabes les resulta difícil confiar en los futuros compromisos que pudiese realizar Estados Unidos en relación con la seguridad de sus países.
Para el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, el presidente Barack Obama traicionó a Israel cuando sacrificó al ex presidente de Egipto, Hosni Mubarak, y allanó el camino para el ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes. Ahora Obama ha blandido el cuchillo por segunda vez al llegar a un acuerdo con Irán, supuestamente a espaldas de Netanyahu.
La convencional sabiduría estratégica de Israel se basó en la ecuación «Bushehr versus Yitzhar», es decir, en la disposición de desmantelar los asentamientos en Cisjordania si ocurre lo mismo con las centrifugadoras iraníes en Bushehr. Según Netanyahu, esto no está ocurriendo.
Las revoluciones árabes tampoco son situaciones que aconsejen que los planificadores estratégicos de Israel tomen riesgos de seguridad. Se podría decir que en la actualidad Israel se encuentra rodeado por Estados/regiones en proceso de deterioro e implosión - Líbano, Siria, Gaza y la península del Sinaí, en Egipto -, así como por un Estado colchón que es vital: Jordania, cuya supervivencia a largo plazo no se puede dar por sentada.
La anarquía a lo largo de las fronteras de Israel se está convirtiendo en un caldo de cultivo para los extremistas sunitas, para quienes el Estado judío es su máximo enemigo. Crear un Estado palestino cuando los Estados árabes ya existentes se están desmoronando - y cuando parte de Palestina se encuentra bajo el control de Hamás - no aparenta ser una idea brillante.
Netanyahu es un conservador en tiempos revolucionarios. Sin dejarse impresionar con lo que otros vieron como el comienzo de una era de democracia en el mundo árabe, prefirió no ceder en ningún frente, incluido el palestino. Ahora tiene que hacer frente a una pesadilla estratégica que se puede tornar en realidad: la posible integración de Irán a la comunidad internacional, sin que ese país desmantele su potencial de construcción de armas nucleares.
En este contexto, la iniciativa de paz de John Kerry, secretario de Estado de la administración Obama, ha quedado atrapada en un juego de poder paralizante. El canciller advierte que, si el proceso falla, Estados Unidos no podrá rescatar a Israel de la ola de condenas y sanciones internacionales que se desataría en su contra. Sin embargo, la carta que tiene Netanyahu es más que una amenaza. Sus amigos en el Senado estadounidense ya han presentado un proyecto de ley, que en la actualidad tiene 59 copatrocinadores, que impondría nuevas sanciones contra Irán y que equivale a torpedear el acuerdo con Irán en su totalidad.
Es esta realidad la que ha llevado a los estadounidenses a respaldar dos posiciones israelíes - el reconocimiento de Israel como un Estado judío y medidas de seguridad intrusivas - que los palestinos se encuentran obligados a rechazar. Reconocer al 'Estado judío' sería una traición al etos constituyente del nacionalismo palestino, mientras que las medidas de seguridad intrusivas serían una invitación permanente a los grupos radicales para que luchen contra lo que sería visto como una ocupación disimulada. En lugar de controlar a los extremistas, una robusta presencia de seguridad israelí en Palestina podría precipitar el colapso de sus instituciones.
Irán no cambiará sus políticas de la noche a la mañana. El acuerdo nuclear no es el «gran compromiso» que Irán propuso a Estados Unidos en 2003 y que se suponía que debía abordar, además de la disputa atómica, una amplia gama de asuntos regionales, incluido el conflicto israelí-palestino. Para Irán, una alianza estratégica con Estados Unidos sería la traición máxima que pudiese cometerse contra la revolución islámica, un cambio inconcebible de identidad.
Con o sin un acuerdo nuclear, Irán, al que se le retiró la invitación a la Conferencia de Ginebra 2 sobre Siria por haber rechazado sus términos de referencia - de inspiración estadounidense -, aspira a desafiar las políticas de Estados Unidos y a representar una alternativa para la región. «No acordamos desmantelar nada», dijo el ministro de Exteriores iraní de manera insistente y desafiante al referirse a la interpretación estadounidense del acuerdo nuclear.
Esa forma de hablar permite que Netanyahu persista con su retórica llena de catastróficos augurios. Se podría esperar que, debido a la creciente amenaza iraní, que fomenta la tácita cooperación en el ámbito de seguridad entre Israel y sus vecinos árabes más estables - en especial Arabia Saudita -, el premier israelí aspire a resolver el problema palestino, eliminando de esta forma el último obstáculo para una asociación estratégica que sea de conocimiento público. Esta fue exactamente la forma de pensar detrás del respaldo que dio el primer ministro Itzjak Rabín al proceso de Oslo, desde su inicio.
Pero la escuela de pensamiento de Netanyahu es radicalmente diferente. No sólo propugna una presencia israelí en Cisjordania - la patria bíblica de Judea y Samaria -, sino que también vincula las concesiones territoriales a los palestinos a la neutralización de las amenazas existenciales que emanan desde el círculo exterior de la región.
Entre los presidentes de Estados Unidos, George W. Bush fue quien se identificó más fuertemente con esta filosofía de la derecha israelí; además, su guerra en Irak y sus políticas con respecto a Irán concordaban perfectamente con dicha filosofía. En los hechos, tanto él como su padre se movilizaron para promover un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos sólo después de sus respectivas guerras en Irak. La Conferencia de Paz de Madrid de 1991 se celebró después de la Guerra del Golfo, mientras que la «Hoja de Rutas» se elaboró después de la guerra con Irak.
Hoy, sin embargo, la aceptación internacional de Irán como un Estado en el umbral nuclear y la amenaza que emana de los vecinos árabes de Israel contradicen abiertamente los supuestos de Netanyahu acerca de las condiciones que deben cumplirse para que Israel ofrezca «concesiones dolorosas» a los palestinos. Claramente parece que alguien va a caer en una trampa estratégica, pero aún falta saber quién será.
Fuente: Project Syndicate
Traducción: www.israelenlinea.com