El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, se está dejando la piel para lograr, al menos, un acuerdo marco entre israelíes y palestinos que sirva como base para las negociaciones. Se cuenta que incluso el propio Kerry perdió la cuenta de sus viajes a la zona.
Sea por ego o por pragmatismo político - una paz entre ambos pueblos sería sin lugar a dudas beneficiosa para el convulso Oriente Medio -, Kerry no se rinde. Piensa que si conseguió un acuerdo provisional con Irán, también será posible con israelíes y palestinos.
En el camino hasta alcanzar dicho acuerdo marco se encontró con varias piedras: una de ella es la negativa, por activa y por pasiva, de Mahmud Abbás a reconocer a Israel como Estado judío.
La pregunta razonable que surge es: ¿qué les importa a los israelíes que los palestinos les reconozcan como tales? Que cada uno se defina como quiera, es un asunto interno que compete a la soberanía de los Estados, y además no fue un requisito exigido en su día a Egipto y Jordania para los acuerdos de paz de 1979 y 1995, respectivamente.
Sin embargo, para entender mejor el porqué de la terquedad de Netanyahu ante esta demanda debemos atender, en primer lugar, a la definición de judío.
Ciertamente, la definición de Israel como Estado judío mueve a la confusión. De entrada, nos viene a la mente una connotación religiosa. Nos recuerda a una teocracia como Irán, que se define como Estado islámico. Desde otro punto de vista, la definición nos parece puramente étnica, un Estado sólo para judíos, dejando a los que no lo sean en un segundo plano en lo que a derechos y obligaciones se refiere. Ambos argumentos son utilizados diariamente como armas contra la legitimidad de Israel. Pero ambas acepciones son incorrectas. Es un asunto meramente nacional.
Según Wikipedia, el judaísmo es una etnorreligión, «una religión que está directamente relacionada con un grupo étnico o geográfico y que al ser practicada genera una identidad de pueblo». Una definición bastante atinada, pero incompleta. Hay muchísimos judíos que no tienen conexión alguna con la religión ni se consideran creyentes. De hecho, el laicismo fue un elemento definitorio en muchos pensadores judíos. En nuestros tiempos hay judíos ateos que son iconos. Además, en Israel no es obligatorio ser religioso: en el día de Yom Kipur, por ejemplo, sólo ayuna el 60% de los judíos israelíes, un porcentaje muy pequeño comparado con los judíos en la diáspora.
La religión, es cierto, es un componente nacional - la tierra que los judíos no tuvieron durante dos mil años, como ya explicamos -, una conexión innegable. Pero el pueblo judío no es un grupo religioso o étnico, es una nación errante que fue expulsada de su tierra por los romanos en el año 70 y que retornó en 1948. Que Israel se declare Estado judío está a la misma altura que el que España se declare Estado español, Francia Estado francés o, más concretamente, Palestina Estado palestino.
Por otro lado, hay judíos de todos los colores: los hay bereberes, negros, caucásicos; todo el catálogo completo. Pese a lo que digan los mitos sobre nuestras prominentes narices, no existen rasgos étnicos comunes a todos los judíos. El componente étnico, pues, tampoco es completamente definitorio.
En segundo lugar, y ya entendiendo el componente nacional - o si se quiere, y purgando el contenido de sus actuales connotaciones negativas -, la segunda razón de que Netanyahu no ceda ante Abbás en esto que nos ocupa responde también a una cuestión de legitimidad y supervivencia.
En este sentido, la carta que el filósofo francés, Bernard-Henri Lévy, dirigió a Abbás es reveladora:
«Cuando usted se niega a reconocer a Israel como un Estado judío, lo que está diciendo en realidad es que no hay realmente ninguna razón para terminar con el conflicto. Si no reconoce a Israel como un Estado judío, lo que está insinuando es que no ve a los judíos no como una nación con un derecho a la soberanía de su patria ancestral, sino como algo más, como una minoría religiosa que, a diferencia de los palestinos, no tiene ningún derecho especial de autodeterminación. Lo cual, a su vez, significa que no ve ningún fin a Israel, a excepción de que se vacíe el Estado de todas sus características judías y relegue a los judíos a la condición de grupo étnico y religioso entre los pocos que ocupan el territorio entre la Línea Verde y el Mediterráneo. Y teniendo en cuenta lo que ha dicho en repetidas ocasiones sobre no tolerar judíos en un futuro Estado palestina, hay pocas razones para creer que los va a tolerar en un futuro Israel».
Que los palestinos acepten la definición de Israel como Estado judío, pues, garantiza una legitimidad recíproca de existencia, un reconocimiento de que los judíos tienen derecho a tener un Estado en esa tierra. Si Abbás y los suyos se niegan, lo único que muestran es rechazo a que Israel exista a su lado; dejan entrever que eso de los dos Estados, uno al lado del otro, es algo que no terminan de encajar.
La definición de Estado judío es, también, un hecho fundacional: Israel nació como refugio para todos los judíos del mundo. Negar su condición de Hogar Nacional Judío es negar, consecuentemente, su razón de ser.
Aunque Israel, después de ya casi 66 años de existencia. tenga que seguir demostrando que es legítimo, si dicho reconocimiento estuviera sobre el papel, el respaldo legal para la existencia del Hogar Nacional Judío sobre su tierra ancestral sería incuestionable. Los países árabes, con Arabia Saudita a la cabeza, tendrían que aceptar también que Israel es un Estado judío y supondría el principio del fin de la mitología de «echar a los judíos al mar».
Reconocer a Israel como Estado judío, aunque Abbás esté temblando de miedo por las posibles represalias, supone confianza mutua y sentará una de las bases para la convivencia entre ambas naciones.
Fuente: Middle East Forum
Traducción: www.israelenlinea.com