En un mundo globalizado, donde las relaciones interdependientes entre actores gubernamentales y no gubernamentales de los Estados del mundo, adquieren creciente relevancia, la proyección internacional que obtuvo la problemática ambiental hace que ésta ocupe en la agenda de muchos países un rol fundamental.
Hoy hablaré sobre los atentados en París, pero antes de hacerlo, quiero compartir aquí dos noticioas, en caso de que se las perdieron: Nació la primera cría de un camello clonado en un centro de investigación en Dubái y una nueva empresa local de taxis está compitiendo con Uber en el mundo árabe.
La sociedad israelí vive la cotidianeidad como un triunfo diario por sobre la violencia. Todo el mundo sabe, y más aún los jóvenes, que la vida puede detenerse en cualquier instante. Se trata pues de aprovechar y disfrutar cada momento.
«Alá es el más grande», gritaban los terroristas mientras fusilaban uno por uno a los espectadores del teatro El Bataclan en París.
En la historia contemporánea, Europa es víctima de sus propias decisiones a la hora de suavizar las relaciones con Oriente Medio. Cuando los europeos tomaron las riendas de sembrar odio entre sus propios compañeros y abrieron las puertas a personajes que «fueron alertados» por otras naciones, las consecuencias resultaron nefastas para dicho continente.
El silencio ha sido roto. La palabra jamás pronunciada ha sido dicha. Ya no hay vuelta atrás. François Hollande ha violado el tabú pero también ha dicho lo que todo el mundo sabía: la lucha en contra del Estado Islámico (EI) no es en contra de un terrorismo internacional abstracto.
Pues bien, aquí está la guerra. Una guerra de un nuevo tipo. Una guerra con y sin fronteras, con y sin Estado; una guerra doblemente nueva porque mezcla el modelo desterritorializado de Al Qaeda con el viejo paradigma territorial que ha recuperado el Estado Islámico (Ei). Pero una guerra, en cualquier caso.
No es la primera vez que surge la pregunta. Tampoco será la última. Cada generación se la replantea y cada vez las respuestas son diferentes. Es que el tema tiene infinitas variaciones. Cambia constantemente y al mismo tiempo se mantiene igual, en su obstinación, en su irracionalidad, en su primitivismo. Es un hecho, millones de personas nos odian.
«Cuando un extranjero resida con vosotros en vuestra tierra, no lo maltrataréis. El extranjero que resida con vosotros os será como uno nacido entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto; yo soy el Señor vuestro Dios». Vaikrá; 19-34.
Hoy ya se sabe y quedó confirmado. El virus del mimetismo político con el que Shimón Peres y Ehud Barak contaminaron al laborismo israelí es muy resistente y sus perjuicios perduran por mucho tiempo. Fracasos en elecciones los tratan de compensar congraciándose con quienes formaron el gobierno, aquellos que en la campaña proselitista del día anterior fueron sus acérrimos adversarios ideológicos.