Según Netanyahu, la actual ola de ataques con armas blancas a judíos por «lobos solitaries» palestinos se debe por completo a la incitación de la Autoridad Palestina (AP) y páginas de Internet islamistas.
No hay duda de que entre todas las cuestiones sobre el estatus permanente que se resuelva sobre el futuro entre Israel y Palestina, el más difícil por muy lejos es el estatus de Jerusalén. Emocionalmente, es el tema más cargado de implicaciones; políticamente, es el más complicado. Desde un punto de vista religioso, llegar a un acuerdo entre los mundos judío y musulmán sobre la cuestión de Jerusalén parece una «misión imposible».
Probablemente no se pueda encontrar mayor similitud al conflicto israelí-palestino que la conocida fábula del escorpión y la rana. Una y otra vez los líderes de ambas partes recurren a la rana (negociaciones de paz) para que los suba a su espalda y los ayude a cruzar el rio (acuerdo de paz), hasta que en el medio de la corriente un escorpión (extremistas de cualquiera de los dos bandos) se encarga de descargar su veneno para terminar matando a la rana. Todo ello, como en la fábula original, es una cuestión de instinto natural sin tener en cuenta la tragedia que en última instancia ello implica para si mismo, es decir para su sociedad.
Hace unos cincuenta años, en la academia general de la Fuerza Aérea de Israel, recibí mis alas de las manos del jefe de Estado Mayor de la época, el teniente general Itzjak Rabin, quien poco después, se convertiría en el héroe de la Guerra de los Seis Días. Más adelante fue embajador en Washington, primer ministro y también ministro de Defensa bajo el Gobierno de unidad nacional. Yo lo observaba desde la distancia, ocupado como estaba con mi propia carrera militar.
Infructuoso, cada vez más infructuoso, es recurrir a la fórmula de lobos solitarios para describir a esos puñados, puede que mañana decenas y, pasado mañana, centenares de asesinos de judíos linkeados por miles de «amigos», seguidos por decenas de miles de tuiteros y conectados a una constelación que, al menos en parte, orquestan el sangriento ballet al que estamos asistiendo.
Hace aproximadamente una década que la zona del mar Mediterráneo oriental esta aumentando su importancia en hidrocarburos, sobre todo gas. Es por eso que al conflicto que hay en Oriente Medio principalmente por la tierra - aunque está cruzado por lo religioso, político y económico - hay que sumarle la disputas por las aguas.
Terminé de escribir este artículo, que en un principio trataba sobre antisemitismo, justo cuando empezó la nueva escalada de violencia en Israel-Palestina - nada extraordinario en un estado de excepción permanente que es como un volcán siempre a punto de hacer erupción.
La desaparición generalizada del pensamiento crítico es uno de los síntomas más evidentes de un pueblo en decadencia. Desde el punto de vista práctico, se dice que individuos o grupos de una sociedad se apoyan en el pensamiento crítico cuando recurren al conocimiento, la experiencia y la inteligencia para formarse una idea propia ante acontecimientos y procesos sociales. Estos individuos o grupos no están dispuestos a aceptar tácita y mecánicamente toda aseveración categórica, conducta y/o consigna por el sólo motivo que se origine en el poder gubernamental o en grupos dominantes.
De un lado, miedo a salir de casa, a despertar sospechas sólo por pisar la calle y a ser abatido como un perro rabioso. Del otro, miedo al extraño de piel morena que habla árabe.
Un estudio dado a conocer recientemente por la fundación norteamericana «Population Action Internacional» llegó a la conclusión de que gran parte de los conflictos internacionales de mayor gravedad de los últimos tiempos - Irak, Afganistán, Sudán y Congo - se produjeron en países que tienen de común una población muy joven. Según el informe, el 80% de los conflictos que estallaron entre las décadas del '70 y '90 se llevaron a cabo en países en el que al menos el 60% de la población tiene menos de 30 años.