Sería una catástrofe para la influencia estadounidense en el mundo si el Congreso echara por tierra el tratado nuclear con Irán.
Lo que estoy por escribir no me será fácil. Solía ser una de esas personas que discrepaba con definir los problemas de Israel como apartheid. Era uno de esos de los que se podía contar para discutir que mientras las políticas de ocupación y asentamiento del Estado judío eran antidemocráticas y brutales, y en pequeñas dosis suicidas, la palabra apartheid no era aplicable.
Mis lectores son gente inteligente, pese a ello debo aclarar que ver tantos ceros juntos asustan y a veces nubla las mentes más preparadas, cualquier error es en menos y no en más, no sobran ceros; si existe error es posible que falte alguno.
Mathew Paul Miller nació en Pensilvania hace 36 años. Incursionó en la música y la actuación y encontró en el judaísmo, su religión de origen, una manera diferente y única de expresión artística cuando se vinculó con la línea ortodoxa judía de Jabad Lubavitch, haciendo de su música una exitosa mezcla de hip-hop, reggae y cantares judíos, menizado por los atavíos propios de la ortodoxia.
Quienes hacen seguimiento a la política internacional del presidente turco Recep Tayyip Erdogan, notan que hay un punto en el cual no se diferencia de sus predecesores. Ese punto dice: el principal enemigo de Turquía es el separatismo kurdo.
Como también pasó cuando unos criminales judíos quemaron vivo al adolescente palestino Mohamed Abu Khdeir, el argumento, tan ondeado por los israelíes, de la superioridad moral respecto del islam fundamentalista quedó totalmente desarticulado.
Con Estados Unidos e Israel discutiendo abiertamente sobre el acuerdo nuclear con Irán, me pregunté a mí mismo cómo me mediría con este asunto si fuera el dueño de una tienda en Israel, un general israelí o el primer ministro hebreo.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, participé en numerosas manifestaciones contra el Mandato británico que gobernaba entonces Palestina. En todas esas protestas gritábamos el slogan: «¡Libre inmigración! ¡Estado hebreo!». No puedo recordar una sola manifestación en la que la gente reclamara un «Estado judío».
El extremismo judío no se resigna en Israel. Tiene sus motivos. Ante declaraciones que se interpretan rutinarias y poco convincentes desde los más altos niveles políticos, el caldo de cultivo del fundamentalismo religioso y colonialista hierve y continúa burbujeando.
La carrera nuclear ya se dio y ya se acabó en Oriente Medio. El ganador es Israel, que en este momento cuenta con un arsenal de bombas atómicas, pero nadie quiere hablar de eso.