La emociones hablan. De pronto, todo vibra y se expande por dentro y por fuera. El viaje que iniciamos con tanta expectativa para acompañar en oración la enorme personalidad en la que hoy se está transformando Francisco, comienza a no tener límites en lo que genera.
Vivimos con estos casi 100 peregrinos argentinos, judíos y cristianos, un Shabat inolvidable desde la cima del Monte Nebo, desde donde hace 3.300 años Moisés divisó la Tierra Prometida antes de morir.
Estudiando su libro descubrimos juntos que en su visión y mensaje también estaba incluida la esperanza de encontrarnos en su mirada, viendo al mundo como la Tierra Prometida a alcanzar. Una Tierra que será realidad cuando podamos, como hoy, caminar juntos en nuestras diferencias.
Somos sólo la gran familia humana la que puede lograrlo.
Al día siguiente, en Ammán, Jordania, un estadio repleto cantaba y vitoreaba al Papa que llegaba allí tras los pasos de Juan Pablo II.
El orgullo que sentí al ver a mi querido amigo, el Padre Pepe, con quien tengo la alegría de compartir este viaje y el viaje de una amistad de más de 10 años, sentado en el palco para oficiar la misa junto a otros sacerdotes que asistieron a Francisco, fue enorme. La sonrisa cómplice que nos regalamos viéndolo a él allí arriba, nos la llevaremos por siempre. Desde la Villa 21 a Tierra Santa. Imposible de creer.
Y al terminar el acto, rodeado de la rigurosidad del protocolo ceremonial, lo inimaginable. Aclamado y saludando desde el papamóvil, lo veo orgulloso en mi corazón como argentino, como religioso y como hombre con fe de que las cosas cambien.
La gente está exultante. Lo llama, le grita, llora, alza sus manos y banderas. De pronto, veo que me mira. Y como si estuviésemos en la esquina de la Villa 21/24, donde lo conocí por primera vez, levanta su mano y me saluda con su sonrisa tan característica. Me pide que me acerque. La gente de seguridad se desborda. Él hace frenar el coche y baja. El abrazo me hace temblar. No puedo creer lo que está haciendo. Sé que dispongo sólo de unos segundos para decirle las emociones que tengo en el alma: el viaje, los recuerdos, mi amigo Pepe, los 100 argentinos que vinieron a decirle que todo un país estaba orgulloso, lo indescriptible de saber que un Papa y un rabino se estaban abrazando en un país donde el 97% de la población es musulmana, nuestro último Jánuca juntos...
¿Cuál tenia que ser la frase? ¿Qué podía decirle en esos segundos? Y de pronto, me desarmó por segunda vez. Me frenó, me miró a los ojos y me preguntó él a mi: «¿Ale; y la familia cómo anda?»
Es lo último que hubiese imaginado.
Claro. Entonces quedé mudo y comprendí. No son las grandes frases ni los momentos y debates teológicos. No es el protocolo ni las frases políticamente correctas. Es la pregunta que si respondemos de manera sagrada, entonces sí, el mundo y las cosas cambian.
Después de haberme enseñado eso tan simple y tan profundo, le dije: «Chau Jorge...». Me salió así. Más allá del protocolo, en ese instante era el hombre, el hermano y el maestro.
Subió al papamóvil y partió dejando que las emociones hablen.
Al otro día, en Belén, lo escuchaba a unos metros invitar a los presidentes de la Autoridad Palestina y de Israel a que vayan a hablar y rezar con él a Roma. Seguramente les hará la misma pregunta.
Rezo porque sus emociones también hablen y porque la respuesta que elijan darle cambie el mundo.
* Alejandro Avruj es rabino de la Comunidad Amijai de Buenos Aires.