Es una de esas preguntas que parecen retóricas y sin embargo podría hacerse realidad en poco tiempo: ¿Irak, como nación, está en vías de dividirse? En los últimos 25 años, esa nación fue escenario de dos guerras con alianzas internacionales encabezadas por Estados Unidos, de una guerra de ocupación y de una guerra entre civil y religiosa que hoy tiene el país, aparentemente al menos, al borde del desmembramiento.
Pero es mucho decir en un país que lleva años sumido en un interminable ciclo de violencia sectaria y donde el gobierno carece prácticamente de credibilidad: hace tres semanas, carentes de mandos capaces, unos 30 mil soldados entrenados por Estados Unidos abandonaron posiciones y armas ante unos 800 yihadistas del movimiento extremista «Estado Islámico de Irak y Siria» (ISIS, por sus siglas en inglés) y los dejaron en posesión de Mósul, una de las mayores ciudades del país.
Ahí fue donde hace dos semanas se proclamó un nuevo «Califato Islámico». Pero al mismo tiempo no es que la situación de crisis sea nueva.
Ya por lo menos una vez, en 2006, hubo especulaciones sobre su posible división, en un texto publicado por «The New York Times», firmado por Leslie Gelb, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York y Joseph Biden, entonces senador por Delaware, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado y ahora vicepresidente estadunidense.
En ese momento, alegaron, sólo sería posible mantener un Irak unido «al descentralizarlo y dar a cada grupo etnorreligioso - kurdos, sunitas y chiítas - espacio para llevar sus asuntos mientras un gobierno central se ocupa de los intereses comunes».
Irak es nominalmente un Estado de 430 mil kilómetros cuadrados y 37 millones de habitantes, pero igual que otras naciones de Asia, es un país con una heterogeneidad enorme, donde conviven grupos religiosos y étnicos a veces de manera forzada. Y ahí está en parte la génesis del problema que hoy enfrenta Irak y hace pensar a muchos, expertos y no, en que pueda fraccionarse.
La situación que enfrenta el actual primer ministro, Nouri al-Maliki, no es simple: por un lado, una buena parte de su provincia norteña de Ambar, fronteriza con Siria, se convirtió en territorio del nuevo proclamado «Califato Islámico» creado por el ISIS.
Al mismo tiempo, en la región nororiental, la minoría kurda y sus fuerzas armadas subrayan ahora su autonomía y levantan de nuevo el sueño de un Estado kurdo, que en principio crea problemas diversos también para otros países donde hay una minoría kurda: Turquía, Siria e Irán.
En ambos casos, el acceso a yacimientos petroleros y refinerías, así como evidentemente a redes de distribución y comercialización, son factores que no pueden ser ignorados en cuanto a la viabilidad económica de los presuntos estados.
Al Maliki señaló que no puede ni debe haber una división de Irak, pero luego de años de un gobierno lleno de escándalos y denuncias todo parece indicar que no es la persona indicada para hablar, y menos para convertirse en el símbolo de unidad de un país que en su forma actual fue artificialmente creado al final de la Primera Guerra Mundial por los vencedores y se convirtió en una colonia inglesa hasta 1932.
Ciertamente Irak es una nación antigua; algunos dicen incluso que la cuna de la civilización. Ahí estuvieron Babilonia y Nínive, el imperio Asirio; los ríos Tigris y Eufrates están ahí, al igual que la Torre de Babel y algunos especulan que hasta el Jardín del Edén pudo haber estado ahí. El califato de Bagdad fue famoso por su opulencia y su desarrollo. Irak estuvo por momentos en el centro de la historia del mundo.
Pero cuando alcanzó la independencia como un reino hachemita que los británicos impusieron con el deseo de mantener una relación clientelar con el nuevo país, lo dibujaron de la misma forma arbitraria que a otros de la región. Y como ellos, Irak quedó distribuido entre sunitas, chiitas y kurdos, con un salpicado de cristianos y judíos.
El reino de Irak duró hasta 1958, cuando fue derrocado por una revolución nacionalista cuyos regímenes fueron a su vez desplazados una década después por el partido Baath, que tuvo a Saddam Hussein como hombre fuerte hasta 2003, cuando una intervención militar estadunidense lo arrojó del poder.
El actual primer ministro es considerado por algunos como el principal obstáculo para una solución de los problemas iraquíes, pero la situación puede ser mucho más complicada.
Y si bien es cierto que la perdurabilidad del moderno califato está sujeta a debate ante las propias debilidades del ISIS y sus excesos, su éxito en la ocupación de una amplia región de Irak se debe en buena medida a sus alianzas con grupos tribales y de religión sunita enfrentados con el gobierno chiíta de Al Maliki.
Los sunitas, que son mayoría en el mundo musulmán, son sin embargo minoría en Irak, 35%, y en Irán, 5%, frente a los chiítas. Peor aún, fueron el grupo de gobierno durante el régimen de Saddam Hussein, protagonista renuente de las dos guerras del Golfo: la de 1991 tras una invasión de Kuwait que supuso no encontraría oposición estadounidense, y en 2003, como el encargado de pagar los platos rotos tras los atentados del 11 de Septiembre de 2011 y la ocupación de Afganistán.
El gobierno de Al Maliki fue acusado de actuar hacia los sunitas con desdén y abuso similares a los que el gobierno de Saddam Hussein mostró hacia los chiítas; para complicar más las cosas, la administración estadunidense durante la ocupación expulsó del gobierno a los integrantes del partido baathista y a los oficiales del ejército de Saddam.
Y ahora, son las tribus sunitas y los exoficiales del ejército los que integran la mayor parte de las fuerzas que ocupan el norte de Irak y que de momento son los aliados principales del ISIS.
La combinación de las diferencias políticas y religiosas hace de esa situación un peligro para la integridad de Irak: si las ambiciones del ISIS se cumplen, tanto como si no, queda un importante sector de población resentida, organizada y armada.
Para complicar mas la situación, los kurdos ven ahora la posibilidad de cumplir con su sueño de establecer una nación independiente. Ya después de la primera guerra del Golfo habían logrado una autonomía luego de duros combates y gracias al respaldo estadunidense y el establecimiento literal de una zona restringida para las fuerzas militares de Saddam Hussein; esa autonomía les permitió crear un sólido ejército formal que les ayudó a resistir con éxito el empuje de los yihadistas.
El establecimiento de un Kurdistán parcial puede ser sin embargo la semilla de un problema a futuros.
La influencia chiíta en Irak no puede ser ignorada al mismo tiempo. Por un lado, el vecino Irán es la mayor nación chiíta del mundo y evidentemente tiene un interés político y religioso en lo que suceda en Irak; al mismo tiempo, otros países de la vecindad, como Arabia Saudita, que se precia de ser protectora de los lugares sagrados islámicos y de el más importante país sunita del mundo, tienen interés tanto en proteger a sus correligionarios como en un a complicada situación geopolítica, sin ignorar la competencia con Irán.