Hoy, el nombre de José Millán Astray está complemente olvidado y sólo es recordado por unos pocos aficionados a la historia de la guerra civil española de 1936-1939. Pero hace no muchos años, la historia de su enfrentamiento del 12 de octubre de 1936 con el rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno, fue una de las anécdotas emblemáticas del terrible conflicto que desgarró a España. Fue entonces que el gran escritor y filósofo español pronunció su célebre veredicto: «Venceréis pero no convenceréis».
Su desafiante, José Millán Astray era un mutilado de guerra, que perdió un brazo y un ojo en acción y su slogan famoso era «Viva la muerte», que muchas veces las fuerzas franquistas gritaban al unísono antes de lanzarse a la batalla. Sin duda, fue un símbolo del fascismo duro y puro, el fascismo fascinado por la muerte, la destrucción y el odio.
Millán Astray tiene hoy singulares seguidores ideológicos en el fascismo islámico, representado por Hamás, la Yihad Islámica, ISIS, Al Qaeda y otras organizaciones musulmanas extremistas. Los guía la misma fascinación por la muerte, el mismo odio patológico a un enemigo mítico con el que su Dios presuntamente les impide toda reconciliación, la misma sensación arrogante de omnipotencia y superioridad, la misma obtusidad mental suicida elegida como destino.
Sin embargo es necesario admitir que en la sistematización de su amor a la muerte los fascistas islámicos de hoy han superado a sus antecesores españoles del siglo pasado.
El 16 de enero de este año, el primer ministro de Hamás, Ismail Hanyeh, se dirigió a los graduados del campamento juvenil «Futuwwa» felicitándolos por sus logros en la educación para la guerra santa (Yihad) elogiando la gran tradición islámica de violencia y proponiendo que se creen campos para el «martirologio» destinados a las niñas.
En un discurso transmitido por la televisión de Gaza, Hanyeh dijo: «La mejor forma que tenemos de celebrar el cumpleaños del Profeta es seguir su ruta y dar a las futuras generaciones una educación yihadista. Seguiremos psu camino educando a las futuras generaciones a amar a la muerte por la causa de Alá así como nuestros enemigos aman la vida».
¿Era inevitable esa hostilidad? ¿No había una forma de convivencia posible? ¿El camino del odio y la muerte era el único posible?
De ninguna manera. En 2005 se produjo un cambio totalmente inesperado en la política israelí. Ariel Sharón, el gran «ogro» sionista, según la propaganda árabe, de repente se transformó en liberal y decidió desalojar unilateralmente de Gaza. En un muy democrático y ajustado referéndum la mayoría de la población israelí dio su aval a este audaz paso pacifista.
Los izquierdistas bien-pensantes y los liberales de buena voluntad del mundo entero celebramos esta iniciativa con júbilo. Para dar aún mayores incentivos para un futuro próspero de los palestinos y para una paz entre las partes, millonarios norteamericanos compraron los viñedos de exportación de los colonos israelíes que fueron desalojados de sus hogares en la franja, para dárselos intactos a los palestinos. ¿Qué hicieron los ellos con estos regalos? Los destruyeron por completo.
Lamentablemente quienes nos equivocamos fuimos los que creímos que el gesto israelí iba a ser correspondido y que la entrega incondicional de Gaza a los palestinos podía señalar un camino a la paz y el entendimiento.
Cuando Hamás tomó el poder en la franja, luego de una breve pero cruel guerra civil contra Al Fatah, su programa era claro. ¡Nada de paz ni de negociaciones! ¡Muerte a Israel! Obviamente un programa que no tiene nada que ver con la aspiración a crear un Estado palestino, que para funcionar no puede tener como primera prioridad lanzar una guerra contra un Estado vecino.
El mayor especialista en islam en el mundo, el historiador británico Bernard Lewis, autor de 30 libros, ha señalado en una de sus lúcidas conferencias en «Youtube» que uno de los grandes errores que solemos cometer en Occidente es creer que nuestra lógica cartesiana es compartida por personas de otras culturas. Por ejemplo, el creer que una política de generosidad y reconciliación será retribuida por una actitud similar por parte de islamistas radicales. Todo lo contrario. Son muy duros negociadores pero cuando finalmente obtienen las concesiones esperadas, muy lejos de valorarlas, las consideran una muestra de debilidad del adversario.
En su visión del mundo, el islam debe prevalecer siempre. El infiel es un ser inferior y engañarlo según la «taqquía», la tradición de «disimulo», es una virtud islámica. Eso significa, por ejemplo, guiarse por las pautas humanistas occidentales para la propaganda y por una cruel conducta bélica en la práctica.
Un ejemplo típico es la protesta indignada de Hamás contra las «matanzas israelíes» junto con el uso cínico de los civiles palestinos como escudos humanos. Cada muerto palestino es, en la estrategia de Hamás, una espléndida victoria propagandística.
Según Lewis, todos los grupos radicales islamistas, pese a sus diferencias teológicas, ideológicas o tácticas tienen un objetivo común: el dominio del islam en el mundo. Desde su punto de vista, la destrucción del mundo infiel comenzó con la derrota soviética en Afganistán en 1989. Al derrotar al imperio comunista, para ellos el más duro de los dos imperios occidentales, el islam obtuvo una gran victoria.
El más blando imperio occidental dirigido por Estados Unidos es más fácil de derrotar. Como primer paso hay que destruir al Estado judío que está asentado sobre tierras que alguna vez pertenecieron al islam, del mismo modo en que es necesario reconquistar España. Luego vendrá el resto del mundo.
Los ingenuos occidentales de derecha o de izquierda que por oportunismo, ignorancia o antisemitismo se pliegan con entusiasmo a la demonización de Israel y aplauden los ataques de Hamás, cometen el mismo error de Chamberlain y el bando del apaciguamiento en vísperas de la Segunda Guerra Mundial: creer en la ilusión de que es posible negociar racionalmente con el fascismo islámico y para ablandarlo nada mejor que demostrarle «comprensión».
Con el fascismo duro y puro no es posible negociar racionalmente. Hay sólo dos opciones: destruirlo o ser destruido por él.