Nadie es bueno ni malo por su nacimiento, ni porque es de izquierda o de derecha, ni porque es blanco, negro o mestizo, ni porque es católico, musulmán o judío, ni porque es heterosexual u homosexual, a pesar de que a veces es difícil desterrar los estereotipos y los mitos que invaden nuestras mentes a lo largo de la vida.
Esto es necesario recalcar puesto que los últimos años y a raíz de varios atentados terroristas conocidos mundialmente y ejecutados por islamistas, se difundió la idea de que todo lo musulmán es malo. Y cualquier persona sensata sabe que no es así.
Pero sí hay, en cambio, dentro de la gente que conforma el mundo islámico - como en algunos otros ámbitos religiosos o no, pero quizás no tan visible - grupos fanatizados por odios patológicos que crean posturas que conducen a extremos como la práctica del terrorismo y la crueldad.
Ninguna otra cosa se infiere de los degollamientos de ciudadanos civiles cometidos con absoluta sangre fría y grabados o filmados para su difusión ante el mundo para escarmiento de otros y con una crueldad excesiva, ejecutados por personas alienadas integrantes de lo que denominaron como «Estado Islámico» y que actúan en escenarios de Oriente Medio como Siria o Irak. Una facción del islam en un estado formativo primitivo con expresiones de barbarie y ansias de matar para que se vea.
En este caso no sería posible aplicar aquel viejo aforismo de que todo es permitido en el amor y en la guerra, primero porque no hay formalmente una guerra, y segundo porque el terrorismo que envuelve a una de las partes no está dentro del panorama de lo que tradicionalmente es la guerra para los pueblos.
Se trata de una demencia especial que ya debe haber sido estudiada por los psiquiatras, pues luce como que nada les cambia aunque estén solos frente al futuro cadáver convertido en tal con sus propias manos o aunque hayan leído el espanto en los ojos de su víctima.
Como esa conducta paranoica tiende a extenderse y afectar a otras regiones de la comunidad internacional es que Estados Unidos, Francia, Reino Unido y varios países musulmanes decidieron atacar para extinguir al Estado Islámico sin recurrir previamente a la autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que dejó de ser, hace rato, un medio para evitar o limitar las guerras puesto que mientras los organismos que emiten criterios e imponen sanciones no tengan un poder coercitivo efectivo y real, sus resoluciones se detienen en el papel, perdiendo poco a poco credibilidad y confianza.
El desenlace dependerá de la forma en que los países amenazados por el Estado Islámico quieran protegerse sin esperar la decisión de terceros, entendible por razones de autodefensa y autoprotección.
Pero no deja de ser un retroceso esa vuelta a la individualidad en desmedro de las resoluciones colectivas que ayudan a equilibrar o racionalizar los excesos y que dieron origen, cada una en su momento, a la Sociedad de Naciones y a las Naciones Unidas.