Abu Mazen aprendió dos o tres cosas de Israel. La principal es que la negociación real que debe llevar a cabo no es con Israel sino con Washington. La segunda es que las tratativas no pueden desarrollarse en un campo de juego favorable a Obama, sino en las Naciones Unidas.
La memoria es corta y el olvido suele ser deliberado, pero hace 23 años atrás la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió trasladar su sesión de Nueva York a Suiza para que el líder de la OLP, Yasser Arafat, pudiera pronunciar un discurso. La razón: el Secretario de Estado de EE.UU, George Schultz, se negó a emitirle una visad de entrada a territorio norteamericano.
También ahora, en la Asamblea General, Washington se interpone como una muralla fortificada bloqueando la entrada de Palestina a la ONU. Si bien el presidente palestino, Mahmud Abbás, no tiene ningún problema para obtener una visa, el hecho de mostrarse firmemente decidido en su solicitud de reconocimiento de un estado para los palestinos lo obliga a tener que enfrentar una serie de cambios bruscos. La lista de amenazas y futuros castigos para él y para su país - en caso de que se establezca - le asegura al nuevo estado un decidido maltrato desde su nacimiento.
He ahí el colonialismo en todo su esplendor. Después de todo, Estados Unidos está de acuerdo con el establecimiento de un Estado palestino; incluso le torció un poquito el brazo a Binyamín Netanyahu, con cautela, cuidando de no lastimarlo, para que se decidiera a pronunciar finalmente la necesaria fórmula de "dos Estados para dos pueblos". Barack Obama hasta se permitió hablar acerca de los límites óptimos del Estado palestino.
La Autoridad Palestina ha cumplido con todas las condiciones mínimas, y aun así, este Estado tiene únicamente una sola oportunidad de nacer: a la manera norteamericana; a través de negociaciones que conduzcan a un acuerdo consensuado y a un apretón de manos final. Y si faltara la mano de Israel, no importa; los palestinos esperarán hasta que crezca.
Pero en todo este tiempo Abbás ha aprendido dos o tres cosas de Israel. La principal es que la negociación real que debe llevar a cabo no es con Israel sino con Washington. La segunda es que las tratativas no pueden desarrollarse en un campo de juego favorable a Obama, sino en la ONU. En ese ámbito, el mandatario norteamericano no se enfrenta a una suplicante Autoridad Palestina que puede ser asustada con un grito, sino a 193 países diferentes con los cuales se debe negociarde forma individual.
Nueva York no es Ramallah. Abbás vio cómo Israel fue capaz de elegir su propio campo de juego en el Congreso de EE.UU, y se ocupó de responder cuidadosamente del mismo modo. En lugar de arriesgarse a quedar completamente aislado, plantó el árbol por su cuenta; lo regó; reclutó con diligencia a la mayoría de los países del mundo; se benefició considerablemente de los errores de Israel; sacó una buena ventaja del aislamiento de Jerusalén; examinó los pros y los contras, y finalmente decidió que incluso una derrota supondría una gran ganancia.
Si Estados Unidos ejerce su poder de veto en el Consejo de Seguridad, causará más daño a Obama que a Abbás; si decide conformarse con el reconocimiento de la Asamblea General, será a cambio de un compromiso por parte de EE.UU de apoyar un Estado palestino en caso de que las negociaciones fracasen, tal como ocurrirá.
Abbás provocó que Washington quede envuelto en una disputa con sus colegas europeos, presentando a Israel como un inválido. Está obligando a la ONU a hacer lo que normalmente no hace: hallarle una solución pacífica a los conflictos. Como beneficio adicional logró que Netanyahu pronuncie un "discurso con sus verdades".
El pánico de Washington es auténtico. Quedó en evidencia cuando Dennis Ross, enviado especial de Obama, se mostró del todo incapaz de controlar su temperamento increpando directamente a Abbás al comprender que el líder palestino no tenía intención de cejar en su iniciativa.
La ira y la impotencia también se revelaron en la voz de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, al anunciar que EE.UU ejercería su poder de veto. De repente se dio cuenta de que el conflicto palestino-israelí no se reduce solamente al "asunto entre las partes involucradas", sino que amenaza el estatus regional e internacional de Washington.
Si Estados Unidos no reconoce al Estado palestino, tendrá dificultades para hacer a un lado a sus rivales en la primavera árabe, donde el pueblo tiene más poder que los gobernantes. Si se decide a reconocerlo, tendrá que asegurar su sostenibilidad. Dicho de otro modo, aumentar su presión sobre Israel. Realmente una situación muy complicada para una superpotencia que aspira a trazar el mapa del nuevo Oriente Medio.
Si tan sólo hubiera hecho un esfuerzo para lograr una verdadera negociación cuando todavía era posible; si hubiera invertido sus esfuerzos en alcanzar un acuerdo en lugar de invertirlos en evitar la declaración de independencia; si hubiera sabido repartir las amenazas equitativamente entre la AP e Israel, quizá no habría tenido que enfrentar la difícil situación en que se encuentra.
Obama haría bien en recordar lo que ha sucedido en Oriente Medioi desde aquella vez en que se le negó la visa a Arafat.
Fuente: Haaretz - 25.9.11
Traducción: www.argentina.co.il