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Una primavera cuestionada

Ni los expertos occidentales ni los árabes están seguros de la firmeza de las convicciones democráticas de los islamistas y de su disposición a respetar ideas frontalmente divergentes a las suyas. ¿En qué medida una religión exclusivista de fuerte identidad política es conciliable con la pluralidad de partidos y de ideas?

Rami G. Khouri, uno de los más influyentes periodistas del Líbano, propone en un artículo en el "Daily Star" (17.8.2011) abandonar la terminología impuesta en la prensa mundial acerca de la "primavera árabe". Escribe al respecto: "La razón más importante es que este término no es utilizado por esos valientes hombres y mujeres que han salido a las calles desafiando a la muerte durante siete meses. Cada vez que encontré a un tunecino, a un egipcio, a u libio, un sirio, un bahreini o un yemení y les pregunté cómo denominarían a su movimiento político, la respuesta más frecuente ha sido "Revolución" (o thawra, en árabe). También utilizan los términos "levantamiento" (intifada), "despertar" (sahwa) o "renacimiento árabe" (nahda). A mí personalmente me gusta el término "Rebelión ciudadana árabe" que interpreta cabalmente la exigencia común de todos los manifestantes de obtener plenos derechos ciudadanos acompañados de garantías constitucionales apropiadas".

Si Khouri desaprueba el nombre de "primavera" al que califica, en términos despectivos, de "orientalista" o sea exótico para los occidentales, otros muchos analistas de la prensa árabe e internacional dudan de la posibilidad de que logre sus objetivos. El tema más problemático para todos es si el sangriento enfrentamiento de los pueblos con las dictaduras árabes logrará su objetivo esencial: alcanzar la democracia. El escollo más evidente es la presencia del islamismo. ¿En qué medida una religión exclusivista de fuerte identidad política es conciliable con la pluralidad de partidos y de ideas? ¿Hasta dónde sectores con una definida visión teocrática de la sociedad y el estado estarán dispuestos a renunciar a sus convicciones más profundas en aras de la convivencia con sus conciudadanos totalmente opuestos a su concepción del mundo?

En un artículo titulado "Reexaminando la primavera árabe" el analista de inteligencia norteamericano, George Friedman, recuerda que si bien algunos líderes han sido destituidos, los regímenes mismos, que representan una forma de gobernar, no han cambiado. Algunos regímenes han enfrentado ataques masivos pero no han caído, como en Libia, Siria y Yemen. En muchos países como en Jordania, las manifestaciones contra el régimen, nunca llegaron a constituir una verdadera amenaza para el mismo. El rápido y completo colapso que se produjo en Europa Oriental con la caída del comunismo en 1989, nunca sucedió en el mundo árabe.

Por otra parte, a ningún observador, sea árabe o extranjero, se le escapa que entre las fuerzas que bregan por el cambio, una parte considerable aspira no a una democracia, sino a un régimen teocrático, con menos libertades cívicas aún que el régimen dictatorial al cual está destinado a reemplazar.

Varios artículos en el semanario oficialista egipcio "Al Ahram Weekly" se preguntan desde distintas perspectivas si los islamistas no acabarán secuestrando el movimiento popular que hizo caer a Hosni Mubarak. Azmi Azhour (4-10.8.11) analiza las posibilidades de una confrontación de la juventud laica y demócrata con los islamistas y plantea un gran signo de interrogación: si los jóvenes egipcios que se rebelaron exitosamente contra una dictadura de dimensión puramente política, podrán hacer lo mismo con una dictadura teocrática, particularmente si ésta se caracteriza por su rigidez y su visión salafista; la más extrema en su militancia y su rechazo a los "infieles".

Otro artículo en "Al Ahram Weekly", "El viernes islamista" de Amani Maged, hace un balance de la gran manifestación islamista en El Cairo y señala que contrariamente a la impresión corriente, los islamistas se sienten discriminados por el régimen militar en el poder. Cita al experto Ali Abdel-Aal, quien sostiene que los islamistas se sienten excluidos e ignorados por el gobierno y por otras fuerzas políticas y culturales, cuya actitud difiere muy poco de la que tenía hacia ellos el régimen de Mubarak. Ellos citan el hecho de que los gobiernos que sucedieron a Mubarak incluyeron a representantes de las tendencias liberales y de izquierda, coptos e incluso ex miembros del disuelto Partido Nacional Democrático, mientras los islamistas nunca fueron consultados, pese a que tienen un considerable apoyo popular y cuentan con relevantes personalidades académicas y científicas".

Pero evidentemente la desconfianza de los militares hacia los islamistas está muy difundida en todos los sectores seculares y modernizadores de la sociedad. El "Economist" de Londres (6.8.11), en un análisis sobre el islam y la democracia, comienza su reportaje en estos términos: "Por supuesto dicen cosas bonitas estos días, dice una mujer libanesa, una musulmana cincuentona, sunnita y sofisticada que pasa del inglés al francés y al árabe. "Ellos saben muy bien qué decir a quién. Pero es imposible confiar en su palabra". Una y otra vez, círculos seculares y liberales en Beirut, Cairo, Rabat, Túnez e incluso Ramallah, la sede de la Autoridad Palestina, formulan advertencias similares contra los movimientos islamistas que ganan terreno en el mundo árabe, a medida que los dictadores son derribados, o limitados en sus poderes y obligados a hacer concesiones".

La revista británica se pregunta a quién creer y llega a la conclusión de que en los turbulentos seis meses, cinco cosas se pusieron en evidencia: primero, que las insurrecciones que depusieron a los dictadores en Túnez y en Egipto, y amenazan con hacer lo mismo en Libia y en Siria, no deben nada al islam político habiendo sido motivados por el simple reclamo democrático de los pueblos de elegir libremente a sus líderes. Segundo: El ala extremista del islam político no se ha beneficiado de los cambios, quizás a excepción de Yemen. Tercero: Si bien el rol de los islamistas en las revoluciones fue muy limitado, las fuerzas políticas que lo representan, y especialmente la Hermandad Musulmana en Egipto y el Nahda en Túnez, tienen chances de convertirse en los partidos más grandes en las elecciones a realizarse antes de fin de año. Cuarto: Los islamistas no obtendrán mayorías absolutas en los nuevos parlamentos. Quinto: Como consecuencia de lo anterior, todos afirman que gobernarán en base a entendimientos con partidos seculares durante la frágil transición de la dictadura a la democracia".

Pero ni los expertos occidentales ni los árabes están seguros de la firmeza de las convicciones democráticas de los islamistas y de su disposición a respetar ideas frontalmente divergentes a las suyas.

Significativamente, el "Economist" termina su análisis con una cita muy compartible del intelectual tunecino Fares Mabrouk: "El problema que tenemos en el mundo árabe es que aún no sabemos qué es la democracia".