Nadie está feliz de cara a septiembre, ni los que amenazan ni los amenazados. Pero aún se puede hacer un cambio que mejore la situación. Es decir, una resolución equilibrada de la Asamblea General de la ONU que conceda a las dos partes la mayoría de sus exigencias.
Hay algo extraño en la idea palestina de llevar a la Asamblea de la ONU una resolución basada en la creación de un Estado palestino con las fronteras de 1967. Al gobierno de Israel le ha sorprendido esa idea, y el ministro de Defensa, Ehud Barak, ha alertado de un tsunami político.
El gobierno de Netanyahu-Liberman intenta, sin demasiado éxito, convencer a los países del mundo de que no confíen en la iniciativa palestina y amenaza con que, si se acepta la resolución, habrá consecuencias.
No se dice qué consecuencias serán, pero la prensa está repleta de hipótesis sobre una anexión parcial de territorios en Cisjordania, una interrupción oficial de las relaciones con la Autoridad Nacional Palestina y amenazas similares.
EE.UU ya ha informado de que, aunque la resolución será una cita textual del discurso del presidente Obama sobre la solución al conflicto en Oriente Medio, pondrá el veto a la propuesta de incorporar Palestina a la ONU, y se opondrá a la resolución en la Asamblea General porque, en principio, se opone a la internacionalización del conflicto.
El Congreso ya ha tomado la decisión (de momento no vinculante) de negar ayuda económica a los palestinos si toman una medida unilateral, mientras que el presidente Obama también está intentando convencer a algunos de los que son sus aliados en Occidente de que voten junto a EE.UU contra la resolución en la ONU.
Los palestinos, que se dirigieron a las Naciones Unidas después de llegar a la conclusión de que el gobierno de Netanyahu no llegará a un acuerdo permanente con ellos, y después de comprometerse a no utilizar la violencia, han disfrutado en los últimos meses de coqueteos e intentos de influirles para que no lleven la resolución a votación, a cambio de beneficios políticos y económicos, y han conseguido que el problema palestino vuelva a la agenda internacional, cuando hacía ya mucho tiempo que el mundo había dejado de intervenir en lo que ocurre entre Israel y los palestinos, sobre todo porque la violencia ha cesado casi por completo.
Pero, a medida que se va acercando la fecha de la reunión de la Asamblea General, se va aclarando el problema: con la amenaza de llegar a la ONU, ellos esperaban poder presionar a Israel para que paralizase los asentamientos durante otro periodo de tiempo y entrase con ellos en las Naciones Unidas. No tenían un interés real en lograr mayoría en la ONU para una nueva resolución sobre la creación de un Estado, ya que una resolución así ya fue aceptada en 1988, y la mayoría de las Naciones Unidas estaría dispuesta a volver sobre ella en cualquier momento.
El problema es que el Estado se cree sólo sobre el papel y, dado que sobre el terreno no cambiaría nada, es muy probable que aumentase la frustración entre la población palestina, lo que podría conducir a la violencia, ya sea contra Israel o contra la propia Autoridad Palestina.
Nadie está feliz de cara a septiembre, ni los que amenazan ni los amenazados. Pero aún se puede hacer un cambio que mejore la situación. Es decir, una resolución equilibrada de Naciones Unidas que conceda a las dos partes la mayoría de sus exigencias. Debe determinar que la solución se basará en las fronteras de 1967, con arreglos mutuos y semejantes, que en el territorio actual de Israel habrá dos capitales, de Israel y de Palestina, que se garantizarán acuerdos de seguridad para ambas partes, que los dos estados se definirán como los hogares nacionales de los dos pueblos, sin atacar los derechos de las minorías que vivan en ellos, y que el problema de los refugiados se solucionará, esencialmente, en el nuevo Estado palestino, mediante indemnizaciones por su sufrimiento y por sus bienes, y con consideraciones en casos especiales que les posibiliten ser acogidos también en Israel.
Una resolución así concedería a los palestinos sus principales exigencias, y otorgaría a Israel, por primera vez, el reconocimiento de Jerusalén como su capital, el reconocimiento de su frontera oriental, y la seguridad de que no será inundada de refugiados palestinos y no será socavado su carácter nacional.
Es una resolución que el mundo aún puede presentar. Es una resolución que EE.UU debe apoyar. Es una resolución en la que las dos partes podrían ver un enorme avance en su camino trágico y sembrado de víctimas para materializar sus aspiraciones nacionales y dar un paso más hacia la paz entre ellos.