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Fanatismo religioso no es espiritualidad


Decididamente cuando André Malraux hizo su célebre predicción en 1955: "El siglo XXI será espiritual o no será" cometió una gran equivocación. El fanatismo religioso no es espiritualidad. Más bien es todo lo contrario.

Con cada día que pasa, la posibilidad de la proclamación de un Estado palestino luego de un voto triunfal en la ONU, se hace más remota. No porque Israel haya convencido a los palestinos y al mundo de que la adopción de medidas unilaterales sin ningún acuerdo no es una buena idea, sino porque los palestinos temen que se convierta en un bumerang desencadenando la reanudación de la guerra civil entre Hamás y Al Fatah.

Por ahora el acuerdo entre ambas organizaciones no pasa de ser una mera aspiración. Todas las reuniones realizadas terminaron en fracasos o se postergaron sin mediar acuerdo alguno. Las partes ni siquiera pudieron concordar en la creación de un gobierno de transición de carácter técnico.

Es que las heridas que dejó la guerra civil de 2007 son muy profundas y las aspiraciones de ambos grupos son esencialmente diferentes. El politólogo norteamericano Jonathan Schanzer en su libro "Hamas against Fatah: the struggle for Palestine" cuenta que en los duros enfrentamientos entre ambos grupos hubo por lo menos 161 muertos, incluyendo 7 niños y 11 mujeres. Unos 700 palestinos fueron heridos. Hamás combatió con inusitada saña y crueldad, arrojando a sus adversarios de los techos, disparando contra heridos a quemarropa y atacacando a ambulancias y a equipos médicos.

En los primeros meses de gobierno hubo 1.000 arrestados y los propios jefes de Hamás admitieron que la tortura era una práctica generalizada. Las tímidas aperturas de liberalización de Al Fatah desaparecieron. Según un informe de la ONU "las mujeres se cubrieron la cabeza no por convicción religiosa sino por miedo". Gaza, bajo Hamás, es una sociedad profundamente represiva, dirigida por fanáticos religiosos. Un ejemplo típico es lo acontecido con un parque de diversiones acuático inaugurado en mayo del año pasado. El parque, construido a un costo de dos millones de dólares con capitales palestinos, constaba de tres grandes piscinas, un canal de 100 metros de largo, tres enormes toboganes, botes a pedal, un restaurante y un café. En sus primeros cuatro meses fue un éxito, pero luego las autoridades de Hamás lo clausuraron por haber transgredido la prohibición de que hombres y mujeres se entremezclen. En septiembre, "desconocidos enmascarados" incendiaron las instalaciones y destruyeron los toboganes y las piscinas. Las autoridades prometieron una investigación de la cual nunca nadie tuvo noticias.

El problema es que los objetivos de ambos grupos son esencialmente diferentes. Al Fatah quiere un Estado nacional. Hamás ve en la causa palestina (no en el Estado) un instrumento para hacer avanzar la doctrina del Islam en Oriente Medio y en el mundo. Su aspiración última es un califato religioso, no un país moderno o democrático. Mientras esa posición no varíe, aún las concesiones más generosas que Israel pueda hacer no traerán la paz. Y todo parece indicar que las chances de una renuncia de Hamás a sus posiciones fundamentalistas y beligerantes son ínfimas sino inexistentes.

Para complicar mucho más las cosas, por si no estuvieran suficientemente complicadas, también Israel debe enfrentar un grave problema de fanatismo religioso. Recientemente se produjeron serios incidentes en Israel con motivo de la breve detención de un rabino extremista. Se trata del rabino Dov Lior, guía espiritual de la comunidad de Kiryat Arba, junto a Hebrón, y considerado por sus partidarios un "gaón" es decir, un sabio en el conocimiento de las Sagradas Escrituras. Lior expresó su apoyo al libro "El Pentateuco del Rey", publicado el año pasado por el rabino Itzjak Shapira, en el que se justifica el asesinato de no judíos, por lo cual la policía lo llamó a declarar. La reacción de sus partidarios fue iracunda. Centenares de jóvenes judíos cubiertos con los famosos solideos tejidos que caracterizan a los nacionalistas religiosos, trataron de asaltar la sede del Tribunal Supremo. Muy justificadamente el incidente alarmó a la mayoría secular de la población que vio en el ataque un nuevo embate de las fuerzas teocráticas contra la democracia israelí.

Numerosas voces en la prensa dieron la voz de alarma. El diario liberal de centro-izquierda "Haaretz" escribió en un editorial: "El rabino Lior es una figura central en el seno de la derecha religiosa, es el rabino de una colonia y el director de un seminario rabínico acuerdista (es decir que combina los estudios religiosos con el servicio militar). Por lo tanto está obligado a observar las normas del Estado y a dar ejemplo de comportamiento cívico. Pero a pesar de que cuenta con todos los medios legales de protesta y la prensa está abierta a sus opiniones, él prefirió lanzar una campaña de incitación contra las autoridades legales, lo que llevó a una peligrosa radicalización de sus discípulos y admiradores".

"La batalla librada por Lior contra el Estado y sus instituciones es tenaz y constante. Así como elogió a Baruj Goldstein por la masacre en la Cueva de los Patriarcas en Hebrón en 1994 y cambió las palabras de la Oración por el bienestar del Estado después de la salida de Israel de Gaza, ahora incita contra el orden jurídico. Es necesario respetar estrictamente la libertad de expresión pero el rabino Lior debe ser despedido de todos sus cargos. No es un deber de la democracia emplear a quienes pretenden aplastarla en nombre de la ley religiosa".

Por su parte una columnista del diario "Maariv", Yael Paz Melamed, en un artículo titulado "La confrontación es entre la ley y la religión. No es posible ningún término medio", escribe: "Debemos enfrentar el más duro desafío: aquí viven dos pueblos, ambos son judíos. Ambos hablan hebreo pero de hecho uno no comprende el idioma del otro. Ellos no entienden como es posible que un rabino reciba el mismo tratamiento que un ciudadano común y nosotros no comprendemos que ellos no lo comprendan".

Decididamente cuando André Malraux hizo su célebre predicción en 1955: "El siglo XXI será espiritual o no será" cometió una gran equivocación. El fanatismo religioso no es espiritualidad. Más bien es todo lo contrario.