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La amarga verdad de dos pueblos

Los hechos que determinaron la realidad de Oriente Medio anterior a 1947, y que constituyeron el contexto de la Guerra de la Independencia y de la Nakba, fueron el resultado de la aceptación por parte de Occidente de la narrativa sionista tres décadas antes.

En su artículo "Verdad, no narrativa" (Haaretz; 20/6), el Prof. Shlomó Avineri hace un llamamiento a separar las narrativas nacionalistas de la verdad histórica al presentar los acontecimientos de la Nakba - la "catástrofe" palestina ocurrida al fundarse Israel.

Por un lado, según Avineri, tenemos la narrativa israelí-sionista relativa al vínculo del pueblo judío con su patria histórica y a la miserable situación de los judíos, mientras que por otro, está la narrativa palestina, que considera a los judíos sólo como grupo religioso y al sionismo como un fenómeno imperialista.

Más allá de estas afirmaciones, prosigue Avineri, hay una verdad histórica objetiva que no constituye una "narrativa": En 1947, el movimiento sionista aceptó el plan de partición de la ONU, mientras que la parte árabe decidió rechazarlo e ir a la guerra, resultado de lo cual sucedieron los eventos de la Nakba.

Pero los hechos históricos que determinaron la realidad de Oriente Medio anterior a 1947, y que constituyeron el contexto de la Guerra de la Independencia y de los acontecimientos de la Nakba palestina, fueron el resultado directo de la aceptación por parte de las potencias occidentales de la narrativa sionista tres décadas antes.

En 1917, después de la caída del Imperio Otomano, que dejó Oriente Medio en manos de las Potencias Aliadas, una de ellas declaró que el pueblo judío tenía derecho a establecer su hogar nacional en Eretz Israel. Tal declaración fue posible debido a que el gobierno británico reconoció la relación del pueblo judío con su patria histórica y la situación lamentable que padecían los judíos. El Movimiento Sionista tuvo éxito; su destino había sido puesto en manos de un poder que mostraba sensibilidad teológica frente a la noción de un vínculo entre el bíblico pueblo judío y su tierra.

Pero imaginemos si, tras su victoria en la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña y sus aliados hubieran adoptado la narrativa pan-árabe, o la narrativa palestina en desarrollo, así como lo hizo dos décadas mas tarde. Entonces, en el espíritu del principio de autodeterminación de los pueblos en cuyo nombre luchaban, los aliados habrían decidido que Palestina, incluyendo su emergente población sionista, formaría parte del estado-nación pan-árabe o del estado-nación palestino. Por supuesto, todo ese posible escenario habría incluido la garantía de que los derechos civiles y religiosos de los judíos palestinos no se verían amenazados, conservando en cambio el mismo valor que habían tenido siempre para los judíos bajo el dominio otomano hasta el estallido de la guerra.

Cabe suponer que los judíos no iban a quedarse de brazos cruzados y habrían intentado luchar contra el nuevo Estado-nación que se iría a establecer en su patria nacional histórica. Es muy probable que, ante la falta de apoyo de los líderes mundiales, esta lucha hubiera fracasado, originando toda una serie de expulsiones, masacres y operaciones de limpieza étnica, nada infrecuentes en el desaparecido Imperio Otomano, ni tampoco en los estados-nación cristianos o en las regiones de Eurasia.

Después de tal catástrofe nacional, ¿habría sido posible escuchar la queja de un intelectual sionista afirmando la existencia de una verdad histórica objetiva más allá de las dos narrativas nacionales? ¿Una verdad histórica en la que los árabes habían ofrecido a los judíos los mismos derechos colectivos que tenían bajo el dominio de los otomanos - cuyo alcance había sorprendido tanto a David Ben-Gurión en 1916 -, pero como los sionistas se decidieron por la lucha armada, tuvieron entonces que sufrir las consecuencias y asumir la responsabilidad de su decisión?

Lo dudo. Un intelectual sionista que pensara en esos términos habría sido considerado por sus compañeros un traidor, alguien que no está diciendo la verdad histórica sino aceptando la versión del enemigo opresor que, con ayuda de extranjeros, había tomado bajo su control la patria del pueblo judío.

Las narrativas nacionales constituyen una parte inseparable de la realidad fáctica que conforma la disputa nacional israelí-palestina. Estas narrativas le dan forma a la disputa, la nutren y la reconstituyen una y otra vez.

Por consiguiente, esta es la única verdad histórica - la verdad y no una narrativa particular. La amarga verdad de dos pueblos en una misma tierra.

Fuente: Haaretz - 26.6.11
Traducción: www.argentina.co.il