La Guerra de 1967 no sólo modificó el mapa militar y político de Oriente Medio: el triunfo israelí introdujo en el discurso una concepción de expansión territorial como recurso de seguridad, idea que hasta la Guerra de los Seis Días era patrimonio del sionismo revisionista.
Cuando se habla de Oriente Medio es casi un lugar común referirse a los territorios ocupados por Israel: la virtual anexión israelí de la ribera occidental del Jordán, tierras cuya propiedad reclaman los pobladores palestinos que las habitaron o que arribaron a ellas y - enfrentados a ellos, Biblia en mano como alegato - los colonos instalados tras la Guerra de los Seis Días.
Ciertamente, un tema que enciende fuertes pasiones y eclipsa otros focos de conflicto en la región. Los medios periodísticos internacionales dedican mayor atención a Judea y Samaria que - tomemos un ejemplo de los últimos días - a la violenta e incontrolable masacre desatada por el gobierno sirio contra los manifestantes opositores.
En Israel, quien dice "territorios" establece, mecanicamente, un tópico de absoluta diferenciación entre izquierdas y derechas, "palomas" y "halcones".
En estos días se cumplen 44 años del acontecimiento que produjo un giro total en la historia del Estado de Israel a 19 años de su fundación.
La Guerra de 1967 no sólo modificó el mapa militar y político de Oriente Medio: el triunfo israelí introdujo en el discurso una concepción de expansión territorial como recurso de seguridad, idea que hasta la Guerra de los Seis Días era patrimonio del sionismo revisionista, por entonces minoritario y opositor a la tendencia moderada, formulada tradicionalmente por la corriente sionista laborista predominante.
Para entender la raíz psicológica del viraje registrado en la sociedad israelí desde 1947 debemos indagar en distintos procesos económicos y sociales como también fenómenos inmigratorios que incidieron en desmedro de la cultura sionista laica del tronco laborista en favor de una alianza entre sectores del judaísmo religioso ortodoxo con partidos liberales y revisionistas.
Pero, en mi opinión, tenemos que comprender el clima social imperante en Israel en días previos a esa guerra.
A fin de mayo de 1967, Israel percibie que se avecina una tormenta bélica. Para muchos de sus ciudadanos, sobrevientes del Holocausto, se repite la amenaza de muerte y la pesadilla de persecución.
Desde El Cairo, Nasser - deseoso de "tirar a los judíos al mar" - consolida un pacto militar tripartito entre Egipto, Siria y Jordania. El monarca saudita Faisal se apresura a definir el próximo emprendimiento bélico como "Guerra Santa".
El 4 de junio por la mañana, Irak se incorpora al acuerdo militar diseñado por Nasser. Siria y Líbano se añaden a la estrategia de asfixiante asedio contra Israel. Más se medio millón de efectivos militares de la órbita árabe disponen un cerco mortal.
A las 7:30 de la mañana del día 5 de junio, Israel resuelve tomar la iniciativa: su fuerza aérea, de producción francesa, logra demoler a la aviación militar egipcia, neutralizando el programa nasserista de agresión. En el norte, la infantería israelí doblega, tras intensos combates, a la artillería siria que acosó a la Galilea.
Por eso, cuando se habla ahora de la "Naksa" o "Najsa" (derrota), es importante recordar el orígen de este concepto en la cultura política árabe: la Naksa es la expresión del desastre ocasionado a sus propios pueblos por la dirigencia de los estados árabes.
En 1967, nacionalistas y panarabistas, laicos e islamistas hasta entónces duramente enfrentados, resuelven deponer las armas y poner coto a años de sangrientas hostilidades entre los distintos países árabes.
La reconciliación, originada en la derrota conjunta, apunta a unificar esfuerzos para reducir los efectos de ese fracaso militar contra Israel. No es producto de la solidaridad árabe-musulmana: es resultado de la frustración.