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Adiós a la paz

Digamos adiós a todo lo que pensábamos hasta enero de 2011. Oriente Medio se ha transformado de pies a cabeza. Se trata de una realidad nueva, elocuente, revolucionaria. Ya no hay ningún fundamento para conseguir una paz sólida como aquella con Egipto o Jordania.

Digámosle adiós a la paz con Siria. Aquellos que creen, como quien escribe estas líneas, en la necesidad de la fórmula "el Golán a cambio de la paz" no pueden cerrar los ojos ante lo que está sucediendo.

Con la gran revuelta árabe amenazando su régimen, no existe ninguna posibilidad de que el presidente Bashar al-Assad se decida a elegir el camino de la paz. De rebelarse el pueblo sirio contra él, no habrá ninguna posibilidad de que el mandatario apueste por un acuerdo con Israel.

Assad modelo 2011 carece de legitimidad para negociar la paz. No posee el mínimo margen de maniobra necesario para entablar tratativas. Aun cuando hubiera anhelado alcanzar la paz durante su juventud, ahora ya es demasiado tarde. No hay ninguna posibilidad de que el año que viene o en los próximos dos años el dictador sirio lleve a cabo algo parecido a lo que hizo en el pasado Anwar Sadat.

Digámosle adiós a la paz con los palestinos. Aquellos que creen, como el autor de estas líneas, en la necesidad de la solución de dos Estados menos aún pueden cerrar los ojos a lo que está sucediendo.

Con la gran revuelta árabe barriendo al presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbás, no existe posibilidad de que éste se muestre dispuesto a pagar el precio necesario para alcanzar la paz. Con el pueblo árabe agolpándose en masa en las calles, Abu Mazen no puede decirle a tres millones de refugiados palestinos que él ya ha determinado un compromiso sobre el derecho al retorno. Con las naciones árabes en pleno estado de ebullición, Abbás no puede decir que él está obligado a respetar un compromiso asumido con Jerusalén.

Abbás modelo 2011 también carece de legitimidad para alcanzar la paz. Abbás 2011 tampoco tiene el mínimo margen de maniobra necesario para llegar a un acuerdo. Aun cuando hubiera querido lograr la paz, ya es demasiado tarde. No hay ninguna posibilidad de que en los próximos dos años, el moderado líder palestino ejecute un acto similar al de Sadat.

Así que mejor despidámonos de un entorno tranquilo. Incluso aquellos que disfrutan de la aparente calma no pueden mantener sus ojos cerrados ante lo que está ocurriendo. La gran revuelta árabe aún no ha alcanzado los territorios ocupados por tres razones: el trauma provocado por el auge de Hamás en la Franja de Gaza, la prosperidad económica impulsada por el primer ministro de la Autoridad Palestina, Salam Fayyad, y la expectativa ante la posible creación de un Estado palestino en septiembre próximo con la bendición de la ONU.

Pero no es posible detener eficazmente la marea por siempre. Tarde o temprano, la revuelta árabe llegará a Cisjordania. Cuando toda esa expectativa por un Estado palestino reviente en septiembre, la prosperidad económica no logrará evitar el tsunami político.

Es imposible saber si el escenario será el de Túnez, el de Egipto o el de la primera Intifada. Pero en cualquier caso, la calma que hemos disfrutado hasta ahora se está acabando. Un torrente de rebelión habrá de golpear a Israel.

Despidámonos de todo aquello que pensábamos hasta enero de 2011. Oriente Medio se ha transformado de pies a cabeza. Se trata de una realidad nueva, elocuente, revolucionaria. Ya no hay ningún fundamento para una paz sólida como aquella con Egipto. Tampoco quedan ya poderosas fuerzas militares como Arabia Saudita, Jordania y los países del Golfo que garanticen la paz. Ya no existen socios potenciales como Assad y Mahmud Abbás.

Por otro lado, tampoco es posible hacer uso de la fuerza en contra de las masas rebeldes. La ocupación resulta aún más peligrosa de lo que era antes. Los asentamientos resultan aún más ilusorios que antes. El estatus quo se ha convertido en una trampa mortal y todas las formas conocidas de evitarla resultan obsoletas.

Al presidente de EE.UU, Barack Obama, le corresponde parte de la responsabilidad ante esta nueva situación. Al decidir jugar un rol activo en el derrocamiento del presidente de Egipto, no se percató de quede este movimiento habría de conducirlo al mes siguiente a lanzar misiles Tomahawk sobre Libia. No llegó a comprender que lo que estaba haciendo en realidad era socavar el antiguo orden de Oriente Medio sin ocuparse de la creación de uno nuevo. No comprendió que estaba acabando con la paz entre Israel y Siria y entre israelíes y palestinos y que ponía en peligro la paz entre Israel y Egipto.

Probablemente, Obama haya obrado bien. Tal vez sea recordado como el gran libertador de los pueblos árabes. No obstante, el presidente de EE.UU. debe reconocer las consecuencias de sus actos. Debe comprender que esta nueva situación histórica exige un nuevo paradigma diplomático. Lo que era apropiado en 2010 ya no es válido en 2011.

Esto significa que Obama debe rechazar la falsa dicotomía entre un impasse total y una paz total. Debe rechazar de plano la dicotomía entre reconciliación histórica y ocupación corrompida. En su lugar, debe proponer un nuevo tipo de vía diplomática sobre la base de una retirada parcial por parte de Israel y el fortalecimiento de Fayyad.

A fin de evitar que la revolución del Cairo termine incendiando a Jerusalén, Obama debe forjar urgentemente una tercera vía.

Fuente: Haaretz - 25.3.11
Traducción: www.argentina.co.il