El jueves 17 de marzo el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución que autoriza a hacer uso de la fuerza militar e imponer en Libia la exclusión aérea a fin de evitar que las fuerzas de Muammar Gaddafi perpetren un nuevo baño de sangre en su avance hacia las zonas rebeldes, especialmente en Bengasi.
Al momento de escribir esta columna, y a pesar de que el régimen del dictador declaró el pasado viernes un supuesto cese al fuego unilateral mientras sus tropas se encontraban en Bengasi acosando a los insurgentes, se ha desencadenado la respuesta de la coalición occidental-árabe al amparo de la resolución de la ONU. Es incierto qué ocurrirá en las próximas semanas mientras los aviones de combate franceses y británicos y los misiles norteamericanos vuelan sobre Libia para contrarrestar las posible embestidas de Gaddafi.
El nebuloso panorama acerca de lo que puede suceder ante el accionar de una coalición tan frágil, no impide tomar nota de que en el caso libio se han derrumbado la mayoría de los esquemas que se tenían respecto a las reacciones y los intereses internacionales ante una crisis como ésta.
Aquí no se trata ya de una confrontación entre Occidente y el mundo árabe-islámico, ni de la lucha por adueñarse de los recursos petroleros de un pueblo objeto de las ambiciones imperialistas de las potencias.
En un polo de la ecuación libia actual se halla Gaddafi aplastando y masacrando a una parte sustancial de su pueblo que aspira a liberarse de su tiranía, y en el otro una alianza de las más importantes potencias occidentales respaldadas por la Liga Árabe que clamó por la aprobación de la zona de exclusión aérea, aprobación que finalmente contó con el aval de Naciones Unidas.
Muy pocos preveían que una resolución en ese sentido podría ser aprobada y sin embargo lo fue. Su perfil es ciertamente peculiar ya que cuenta con la participación no sólo de Francia, Gran Bretaña y EE.UU, sino también con el aval y apoyo logístico de casi todos los miembros de la Unión Europea y, no menos importante, de la Liga Árabe como organismo cúpula que agrupa a las naciones que conforman al mundo árabe.
De tal suerte que hoy militan en el mismo bando las fuerzas de Londres, París y Washington, con las de Jordania, Qatar y los Emiratos Árabes, decididas a impedir la masacre de los cientos de miles de libios atrincherados en la parte oriental del país para promover la caída del dictador que lleva 42 años en el poder.
Este cuadro representa así una realidad que no se ajusta a los esquemas tradicionales a los que tan comúnmente se recurre para interpretar la dinámica típica de las relaciones entre Occidente y los países árabes. Es más, no deja de ser sorprendente que en momentos en que las protestas de ciudadanos árabes descontentos proliferan en múltiples espacios - Bahrein, Yemen, Arabia Saudita, Siria, Jordania, Marruecos o Argelia - la propia Liga Árabe en la que los citados países están representados no sólo haya otorgado su aprobación del uso de la fuerza militar extranjera contra Gaddafi, sino que la haya promovido decididamente.
¿Cómo interpretar este comportamiento de la Liga Árabe en este particular contexto en el que muchos de sus regímenes miembros están siendo objeto de cuestionamientos y demandas similares a las que esgrime la población Libia contraria a Gaddafi?
Seguramente lo acontecido en Túnez y Egipto ha significado una lección para todos, tanto para Occidente como para cada uno de los gobiernos árabes hoy cimbrados por efecto de las protestas populares.
En el caso libio la confrontación ha llegado a límites extremos dada la brutal respuesta de Gaddafi que no ha ocultado su intención de acabar con sus opositores sin misericordia.
Es verdad que la campaña internacional contra Gaddafi puede estar fundada en una serie de cálculos geoestratégicos, económicos y políticos de quienes participan en ella, pero es necesario reconocer también que evitar una masacre de proporciones terroríficas ha constituido un elemento fundamental en la arriesgada decisión de intervenir militarmente.
Ojalá que las acciones derivadas de esta voluntad colectiva no fracasen.