Dos años después de retornar al poder, Binyamín Netanyahu se encuentra enredado en una telaraña de restricciones, buscando la forma de liberarse. Las encuestas muestran la caída de su popularidad, y el sello de su partido, Likud, quedó desdibujado entre Kadima y Liberman.
La líder de Kadima, Tzipi Livni, se refugia firmemente en el centro político, el jefe de Israel Beiteinu, Avigdor Liberman, amenaza con desmantelar la coalición por derecha, y Bibi sufre el desgaste entre ellos, sin programa ni esperanza algunos.La relativa calma en materia de seguridad y el crecimiento económico no se han traducido en simpatía pública; más bien, han terminado generando lo contrario: apatía y una profunda sensación de cansancio con respecto a este gobierno.
Externamente, la presión internacional lo está cercando cada vez más ceñidamente. Netanyahu consiguió el veto de Obama a una resolución del Consejo de Seguridad que condenaba los asentamientos, pero, en definitiva, no hizo más que poner de relieve el aislamiento de Israel.
El mundo coincide en su creencia de que Israel se aferra irrenunciablemente al status quo, y exige que termine la ocupación y abandone los asentamientos como contribución al nuevo orden regional. Las advertencias de Netanyahu acerca de que las revoluciones en los estados árabes terminarán fortaleciendo a Irán y al islam radical - y por tanto, lo más prudente sería acuclillarse y esperar - han sido o bien ignoradas o bien rechazadas por un Occidente embelesado por el milagro de la "primavera árabe".
Los palestinos se están acercando al "Septiembre blanco", cuando habrán de declarar la independencia - y si sufren el rechazo por parte de Israel, será una revuelta popular al estilo de Egipto. Las condiciones que llevaron al levantamiento de la Plaza Tahrir de El Cairo también existen en Jerusalén Oriental: masas de jóvenes sin ninguna esperanza, pero expuestos a las tentaciones de la globalización e Internet. Si decidieran marchar de a miles hacia la Ciudad Vieja, Israel no sería capaz de detenerlos. Bibi no provocará una masacre entre los manifestantes tal como sí lo hizo Muammar Gaddafi en Libia.
Irán continúa su programa nuclear sin obstáculos, a pesar de que encabezaba la lista de prioridades de Netanyahu el detenerlo. Las sanciones internacionales, nunca suficientemente eficaces, han colapsado totalmente debido a la subida del precio del petróleo.
Los gusanos informáticos dañaron las centrifugadoras iraníes, pero no lograron detenerlas. La primavera está acercándose, y con ella, una fugaz "ventana abierta" para un posible ataque militar.
Entonces, ¿qué debería hacer Bibi? El ministro de Defensa, Ehud Barak, le ha propuesto una estrategia de dos puntas: una iniciativa diplomática para los palestinos y un ataque preventivo contra Irán. Darle al mundo el asentamiento de Itzhar y asegurarse legitimidad para bombardear la planta nuclear.
Los ministros Liberman y Moshé Ya'alon proponen fomentar un acuerdo provisional en Cisjordania y pasar por alto el ataque a Irán. En opinión de Ya'alón, potenciando la Autoridad Palestina en el contexto de un Estado con sus fronteras actuales habrá de eliminar todas sus amenazas contra Israel.
Como jefe de un Estado reconocido, no le resultaría fácil a Mahmud Abbás amenazar con invadir demográficamente a Israel, con abolir la Autoridad Palestina y restablecer el régimen militar o con ejercer presión para un estado binacional. Este punto de vista plantea que, si es posible otorgar a los palestinos un Estado sin ceder ni un milímetro más de territorio, Israel sólo puede resultar beneficiado.
Netanyahu ha estado examinando la idea de un Estado palestino en fronteras provisorias desde hace varios meses. Sus asesores están divididos, unos a favor, otros se oponen. Resulta difícil encontrar una fórmula que sea lo suficientemente generosa como para satisfacer a la comunidad internacional sin causar la ruptura del Likud.
El plan del diputado de Kadima, Shaul Mofaz, para un acuerdo gradual, parece ser una fórmula razonable, hecha a la medida para la política israelí de centro. Pero la derecha tendrá ciertamente dificultad para engullirla, ya que les promete a los palestinos que al final del proceso habrán de recibir un Estado equivalente en tamaño a Cisjordania y a la Franja de Gaza.
Netanyahu continúa decidiéndose, pero mientras tanto, se abre hacia el centro a través del método consagrado que aprendió de Ariel Sharón: un conflicto con los colonos por la evacuación de asentamientos ilegales.
Incluso su excusa resulta familiar: "Nos encontramos en una situación internacional muy difícil; no estoy dispuesto a enterrar a mi cabeza en la arena", tal como declaró hace unos días en una reunión del Likud. En su discurso ante la Knéset, la semana pasada, Netanyahu hizo alusión a un acuerdo provisional en el que Israel conservaría el Valle del Jordán y pospondría su exigencia del reconocimiento palestino a Israel como "Estado del pueblo judío" hasta una fecha posterior.
El problema de Bibi no está en la carencia de fórmulas diplomáticas, sino en la falta de credibilidad ante los ojos de los líderes mundiales. Necesitará un hueso bastante jugoso que arrojarles para ganarse su apoyo y refrenar el que pudieran otorgarle a un levantamiento palestino. Pero entonces correrá el riesgo de perder su coalición de derecha, y con ella, su trabajo - tal como hizo tras firmar el Acuerdo de Wye Plantation, durante su primer mandato como primer ministro.
Ahora, se enfrenta a la apuesta de su vida: ¿Debería sorprender a todos con una versión N° 2 del Discurso de Bar-Ilan, con la esperanza de revertir su caída en las encuestas para así lograr que el mundo le dé finalmente un respiro? ¿O terminará comprendiendo que es una causa perdida, y su mandato simplemente se desvanecerá como si nunca hubiese existido?
Fuente: Haaretz - 11.3.11
Traducción: www.argentina.co.il