Si en Oriente Medio se produce un relevo político sin un cambio social basado en una mentalidad abierta hacia lo diferente, habrá sido una revolución incompleta, y el cambio económico, tan vital para impulsar la calidad de vida de las poblaciones, quedará inconcluso de igual manera.
Mientras las revoluciones en el mundo árabe se suceden una tras otra, en tal o cual medida, y plantean diversos interrogantes acerca de sus posibles rumbos, surge paralelamente una nueva polémica internacional relacionada con la cultura, la religión y la integración.
En Oriente Medio, dicha discusión se refiere a si Occidente admite el islam. Los conflictos israelí-árabe e israelí-palestino, por ejemplo, son parte de ella.
En Occidente el debate se basa en si los intentos de integración de culturas triunfaron o fracasaron; y en la medida en que existe una sensación de fracaso, si la voluntad de los países a la hora de abrir sus puertas a la inmigración y promover un multiculturalismo fue suficiente. Muchos ciudadanos de naciones occidentales se sienten frustrados de que inmigrantes musulmanes exijan derechos sociales pero desechen todo tipo de valores éticos de esas comunidades.
A la hora de ese enfrentamiento, la democracia y el cambio económico no son sufucientes. Hay también un desafío social. Seamos sinceros: ¿Queremos realmente sociedades abiertas hacia aquellos que tienen religiones y culturas diferentes a nuestras propias tradiciones; o deseamos, frente a la inseguridad, cerrarnos y ocuparnos de nuestros propios intereses? Y si deseamos comunidades abiertas, ¿cuáles son las condiciones para que prevalezca esa apertura?
La historia enseña que cuando nos cerramos, nuestros problemas tienden a empeorar. Así aconteció en otras épocas y sucede también hoy en una era de globalización en que tecnologías, medios y redes sociales limitan el tamaño del planeta.
En Oriente Medio existen tres parámetros fundamentales para ser tomados en cuenta:
El primero son los decadentes sistemas gubernamentales que deben mantener un control total sobre sus habitantes porque de lo contrario, según éllos, las fuerzas radicales fundamentalistas se liberarán para sembrar la anarquía.
El segundo son esas fuerzas propiamente dichas.
El tercero es un grupo de ciudadanos a los que se podría llamar reformistas que sostiene una postura abierta, política, económica y social.
Deberíamos apoyar una evolución constante de esta tendencia innovadora. Sin embargo, ella acciona en marcos en los que la religión ocupa un espacio vital, por no decir determinante, dentro de la sociedad. En la medida en que los actuales cambios vayan modificando la región, la forma en que la religión afectará dicha transformación es enormemente significativa. Si el tan esperado proceso de democratización llegará de la mano de una postura abierta no sólo a la economía sino también a la sociedad y a la religión, será beneficioso. Si no, agravará la sensación de inquietud y alienación entre las diferentes civilizaciones.
El factor interreligioso brilla por su ausencia en la política de Oriente Medio. Si uno de los principales problemas radica en que los musulmanes creen que el islam no es respetado suficientemente por Occidente, la respuesta debe ser la participación en un diálogo que demuestre que no es así; el mismo debe apoyarse en un intercambio político, social y cultural.
El motivo de que la religión islámica sea un factor determinante es que tiene que ver con mucho más que con la creencia misma. Forma parte de la historia, la cultura, la tradición, la identidad, la sensación de pertenencia y de importancia. Es toda una filosofía de vida.
Si en Oriente Medio se produce un relevo político sin un cambio social basado en una mentalidad abierta hacia lo diferente, habrá sido una revolución incompleta, y el cambio económico, tan vital para impulsar la calidad de vida de las poblaciones, quedará inconcluso de igual manera.
Dicho cambio no puede llegar sin que el islam, y en la práctica todos nosotros, aceptemos la realidad del siglo XXI. Por lo tanto nuestro deber es dialogar, abrir nuestras propias mentes, acentuar pautas de derechos sociales, justicia, dignidad y paz, y hacer causa común con los reformistas. Es su deber liderar, responder al diálogo, manifestar ese respeto entre personas de todas las religiones; tiene que ser un objetivo compartido, administrado con tiempo y con atención, pero que debe llevarse a cabo.
De lo contrario, incluso con democracia, los rebeldes de Oriente Medio se sentirán dentro de una competencia hostil con Occidente por ver cuál es la civilización que sobresale y en Occidente reaccionarán pensando que deben volver a atrincherarse. El resultado será una rivalidad inevitable, en lal que las mentalidades abiertas se sentirán desacreditadas y las cerradas aprovecharán la ocasión. En la historia, dichos conflictos siempre acabaron mal, muy mal para todos.
Ese es el motivo de que, aun con toda la incertidumbre y la inestabilidad del momento, debemos manifestar nuestro total compromiso con la seguridad de Israel y la dignidad de la independencia de los palestinos. Ahora es el momento de demostrar que si la paz entre nosotros se nos hace imposible de lograr, todavía hay una inmensa voluntad de seguir adelante.
Es hora de que nuestras ambiciones sean audaces al margen de la dificultad de poder llevarlas a cabo.