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Bibi ya extraña


De todos los líderes mundiales, Mubarak fue quien más cerca estuvo de Netanyahu; ambos mantuvieron reuniones muy a menudo. Ahora, lo único que queda es la nostalgia y la imperiosa necesidad de reformular una nueva política.


Binyamín Netanyahu no estaba equivocado al advertir que los acuerdos de paz habrían de ponerse en peligro si los gobiernos que los suscribieron se desquiciaban y perdían el poder.

Su evaluación acerca del presidente egipcio, Hosni Mubarak, como un aliado crucial de Israel fue completamente acertada, tanto como su seria preocupación por lo que habría de suceder en Egipto en una era post Mubarak.

Netanyahu tampoco se equivocó al exigir con insistencia una mayor atención sobre la seguridad de la frontera sur de Israel. Los miles de inmigrantes que llegaron a nuestro país, procedentes de África, a través de Egipto, pusieron de manifiesto la creciente dificultad de El Cairo para imponer su voluntad y soberanía sobre la península del Sinaí.

Pero realizar análisis acertados y elaborar predicciones no es suficiente; ahora, el primer ministro tiene que lidiar con las consecuencias de sus tan precisas evaluaciones. No tiene suerte: Mubarak se desplomó prácticamente durante su vigilia. De todos los líderes mundiales, el presidente egipcio fue quien más cerca estuvo de Netanyahu; ambos mantuvieron reuniones muy a menudo. Hace tan sólo cuatro semanas, estuvieron reunidos en Sharm el-Sheikh. Ahora, lo único que queda es la nostalgia y la imperiosa necesidad de reformular una nueva política.

La agitación en Egipto ha llevado ya a Netanyahu a tomar una drástica decisión: permitir que dos batallones del ejército egipcio entraran en Sharm el-Sheikh por primera vez desde que Israel se retirara del Sinaí. Netanyahu ha argumentado durante años acerca de la necesidad que Israel tiene de estrictas disposiciones en materia de seguridad, que operen como una póliza de seguro para respaldar los acuerdos de paz. Era él quien había de decidir lo que resultaba más importante: adherir al principio de desmilitarización, independientemente de lo que sucediera, o bien, ayudar a las autoridades egipcias a aplacar el descontento de los beduinos en el Sinaí.

Los egipcios perciben las restricciones a su soberanía en el Sinaí, establecidas en el tratado de paz entre Israel y Egipto, como un duro golpe a su orgullo nacional. Ahora, se han aprovechado de la situación y han redistribuido su ejército en la península desmilitarizada. Ningún futuro gobierno en El Cairo volverá a poner esta fuerza del otro lado de Suez. Sin duda, el Netanyahu ideólogo se hubiera ceñido firmemente a la letra del tratado, sin posibilidad de ninguna concesión, condenando al "suave" gobierno israelí que se decidió a entregar Egipto. Pero Netanyahu el hombre de Estado, optó por dejar de lado los acuerdos de desmilitarización, por temor a lo que sucedería si las masas descontentas se hicieran cargo de los Estrechos de Tirán y ganaran una posición desde la cual podrían amenazar la libertad de navegación a Eilat por parte de Israel.

Si las sombrías predicciones de Netanyahu se hacen realidad y Egipto se convierte en un nuevo Irán, Israel habrá de enfrentarse a un dilema mucho más difícil: ¿Debería volver a la situación estratégica que prevalecía antes del acuerdo de paz? ¿Debería prepararse para una confrontación en todos los frentes, ampliar las fuerzas terrestres y, en consecuencia, incrementar los gastos de defensa? ¿O debería mejor acordar la paz en el este y en el norte para concentrar así toda su fuerza contra un nuevo enemigo en el sur?

La reacción instintiva en vista de las enormes manifestaciones en El Cairo, es resguardarnos a nosotros mismos detrás de una mentalidad de torre y empalizada, detrás de la creencia de que nunca se puede confiar en los árabes. Pero esta política tiene un precio: déficits presupuestarios, crecimiento deprimido, impuestos más altos y más servicio militar. ¿Está la sociedad israelí dispuesta a pagar tal costo, renunciando a su sueño de una economía occidental? ¿Y quién exactamente habría de prestar servicios en este ejército ampliado? ¿los ultra-ortodoxos y los árabes, que están más o menos exentos de servicio militar obligatorio? ¿O tal vez los inmigrantes de Eritrea y Sudán, conscientes ya del estado general de cosas?

Los tratados de paz no son una expresión del mesianismo de izquierda, tal como lo argumenta la derecha. La diplomacia es una alternativa al uso de la fuerza. La paz con Egipto ahorró a Israel enorme cantidad de recursos, anteriormente destinados a la disuasión y a la guerra, lo cual pudo garantizarle a Israel bienestar económico y le permitió ajustar su control sobre Cisjordania y concentrarse en términos militares sobre Siria, Líbano e Irán. Comprendiendo todo este contexto, Menajem Begin decidió la cesión del Sinaí para establecer 100 asentamientos en los territorios. Si una república islámica se apodera de Egipto, Netanyahu se enfrentará a una situación inversa y se verá obligado a decidir sobre la posible retirada de Cisjordania y los Altos del Golán, en un esfuerzo por estabilizar el frente oriental y concentrar una fuerza disuasiva en el frente sur.

En las últimas semanas, Netanyahu ha estado explorando la posibilidad de un avance diplomático con los palestinos y los sirios para revertir el aislamiento de Israel. Su silencio acerca de las revelaciones de Al Jazeera y Ehud Olmert en relación a las negociaciones que el gobierno de Kadima llevó a cabo con los palestinos indica que Bibi está dispuesto a mostrarse flexible. Los acontecimientos en Egipto lo han paralizado, obligándolo a pensar todo de nuevo, pero no será capaz de ejercitar la duda para siempre.

Si cae Mubarak, Netanyahu tendrá que decidir entre atrincherarse en una ciudadela o firmar acuerdos de paz.

Fuente: Haaretz - 4.2.11
Traducción: www.argentina.co.il