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¡Olvídense de paz!


Israel debe orientar sus esfuerzos para la creación de un Estado palestino, no en razón de que con ello se alcanzaría la paz, sino porque el conflicto resultaría mucho más fácil de manejar contando con dicho Estado.

Dos errores fundamentales nos acompañan desde hace más de 30 años. El error de la izquierda es la creencia de que todas las personas - negras, amarillas, marrones o blancas - tienen un núcleo común. Compartimos una chispa de humanidad que trasciende todas las diferencias culturales y, al final del día, todos anhelamos lo mismo: vivir en paz y seguridad, criar a nuestros hijos, hacer una vida digna, sentarnos bajo un olivo, escuchar Bob Dylan en nuestro iPod y contemplar el crepúsculo.

Según esta teoría, si somos capaces de lograr que cada persona en el mundo disfrute de ello, terminaremos descubriendo que no existe diferencia alguna entre Dios y Alá, entre oriente y occidente, entre los jóvenes de Ramallah y los de Tel Aviv.

Hermosa idea pero, lamentablemente, falsa.

El error de la derecha es persistir en la creencia de que es posible ganar una guerra. Que el conflicto israelí-palestino se reduce a la lucha de un belicoso sionismo blanco y negro - el movimiento más nacionalista de los últimos 200 años - contra una primitiva banda de asesinos que sólo comprende el lenguaje de la fuerza.

Según esa teoría, el conflicto combate la noble idea del retorno de los judíos a su patria a raíz del Holocausto en contra de los palestinos, quienes a pesar de los 2.000 años que tuvieron para establecer un Estado, no hicieron nada al respecto y prefirieron ahogarse en un oscuro mar de nacionalismo islámico, mientras que nosotros logramos de la nada construir un país moderno. Es una lucha difícil y exigente, pero, al final del día, la justicia prevalecerá.

También esta es una idea muy bella, pero falsa, lamentablemente.

La izquierda está equivocada porque se niega a reconocer que los seres humanos pueden ser iguales, aunque no idénticos. Países diferentes tienen diferente carácter, y nunca se debe subestimar el poder de la religión. Los palestinos no están interesados en la vida pacífica, sino más bien en la realización de sus aspiraciones nacionales y religiosas; más que establecer un Estado, lo que los haría realmente felices sería poder crearlo sobre las ruinas del Estado judío.

El error de la izquierda es especialmente grave ya que hace la vista gorda ante el hecho de que vivimos en una región donde ni siquiera uno solo de los 57 estados islámicos es democrático. Ninguno de ellos nos quiere aquí, esa es la desagradable verdad; no nos querrían ni siquiera en el caso de que nuestra presencia aquí los beneficiara enormemente.

La derecha se equivoca ya que en el siglo XXI las luchas nacionales no pueden concluir con la victoria o derrota de alguna, por la sencilla razón de que no pueden concluir. El anhelo del mundo antiguo, conservador y absoluto, donde el ganador se queda con todo, resulta irrelevante para un conflicto administrado bajo la atenta mirada de miles de cámaras de televisión y millones de televidentes, lo que supone toda una serie de consecuencias globales desde Pekín a Washington.

Lo que es especialmente grave en el error de la derecha es su rechazo a entender que vivimos en una época en la cual el partido político débil no tiene menos poder que el fuerte. Los medios de comunicación y el terrorismo global - dos fuerzas que se retroalimentan - han cambiado por completo las reglas del juego. Mientras más fuerte golpeemos a los palestinos, más fuerte se volverán y el apoyo que recibirán será mayor aún.

La idea de que podemos hacer todo solos y de que “no necesitamos favores de nadie” no constituye más que un vacía arrogancia. Seis meses sin los EE.UU y el ejército más poderoso de Oriente Medio será sólo un depósito de oxidadas piezas de repuesto para armamentos.

Ninguno de estos hechos resulta especialmente agradable, y la naturaleza humana suele pasar por alto los hechos desagradables, especialmente aquellos que contradicen nuestra visión del mundo. La indiferencia de la izquierda ante la combativa naturaleza de los palestinos y sus motivos legítimos es del todo imprudente, al igual que el irresponsable desdén de la derecha ante el hecho de que, perpetuando las actuales condiciones, podría provocarse la pronta desaparición del Estado judío.

Enfrentar la realidad


Ambas partes, cada una por sus propias razones, porfían en la ignorancia de que el conflicto tiene una perdurable continuidad. No admite una solución absoluta - ni en la paz ni por medio de la guerra. Los palestinos no van a desaparecer pronto, como espera la derecha, pero tampoco se van a convertir en noruegos, como lo anhela la izquierda. Lo único que podemos hacer - lo que, efectivamente debe hacerse - es tratar de manejar el conflicto en los términos que resulten más convenientes para nosotros.

Esa es la razón que señala que ha llegado el momento de separar el asunto del establecimiento de un Estado palestino de la cuestión de la paz.

Israel debe orientar sus esfuerzos para la creación de un Estado palestino, no en razón de que con ello se alcanzaría la paz, sino porque el conflicto resultaría mucho más fácil de manejar contando con dicho Estado.

El establecimiento de un Estado palestino le quitaría al mundo de su espalda, frenaría el continuo proceso que nos convierte en un Estado paria, nos permitiría mantener nuestra seguridad con menos restricciones, nos ayudaría con la carga que supone el control militar de tres millones de personas y nos haría capaces de administrar la discusión con los palestinos acerca de las fronteras definitivas y el futuro de los asentamientos en lugar de discutirlo nosotros mismos, siempre del lado de los culpables.

 

En lugar de ser el elemento perturbador, los colonos habrán de convertirse en lo que realmente son: ciudadanos israelíes a quienes alguien intenta expulsar de sus hogares.

Dos veces en el pasado, los palestinos amenazaron con la declaración unilateral de un Estado y dos veces hemos reaccionado como si hubiéramos sido mordidos por una serpiente. En cambio, ¿qué habría sucedido si Israel hubiera dicho: “Por favor, tengan a bien informarnos la fecha de la ceremonia y seremos el primer Estado en el mundo que envíe un embajador a Ramallah?”. En la práctica, muy poco. Tal como están las cosas, la Autoridad Palestina cuenta con una bandera propia, armamento para su seguridad y el derecho a gestionar sus asuntos en las zonas A y B de Cisjordania. Si desea llamar a esta zona “Palestina”, es su derecho, como es el nuestro llamar “Israel” a Gush Etzión.

En términos diplomáticos, los palestinos pasarían de una vez por todas de ser los niños victimizados del mundo a un Estado, otro más que sostiene un conflicto fronterizo con uno de sus vecinos. Conflictos similares existen en muchos otros países, y todos ellos resultan igualmente aburridos. Simplemente, al declarar su condición de Estado nacional perderían su principal arma: su papel de víctima.

En conclusión, no vamos a lograr una paz verdadera, pero tampoco tenemos una genuina paz en este momento. Además, es cierto que el terrorismo no va a desaparecer, pero la extinción del terror no depende de nuestros acuerdos de paz. Siempre habrá tipos lo suficientemente locos como para prenderle fuego a toda la región; sin embargo, si se establece un Estado palestino, el mismo estaría obligado, por lo menos, a hacerse cargo de sus propios locos. En caso de no poder contenerlos, ninguna Comisión Goldstone podría quejarse ante una inmediata respuesta de Tzáhal, haciendo uso de todo su poder de fuego.

El inconveniente de esta idea - pero también su ventaja - es que tanto a la izquierda como a la derecha, no habrá de gustarles. Posponer el sueño de paz no es nada fácil; es tan intolerable como admitir que el mundo, verdaderamente, no reconoce nuestra rectitud. Sin embargo, la realidad no está sometida a los sueños; la realidad es lo que es, y no nos queda más opción que reconocerla.

Ciertamente, hacerlo es difícil, pero aún en el caso de que no nos hayamos dado cuenta, tal como se nos presentan las cosas, cualquier otra alternativa parece peor.

Fuente: Yediot Aharonot - 26.11.10
Traducción: www.argentina.co.il