El 23 de agosto pasado el diario «Los Angeles Times» contó la historia de Maher El Gohary, un musulmán egipcio convertido al cristianismo. Según el diario, desde que cambió su religión, él y su hija Dina, viven como refugiados, cambiando de apartamento cada pocos meses, temerosos de establecer contactos con sus vecinos.
Comenta el periodista Jeffrey Fleishman, que en Egipto la libertad religiosa está reconocida por la Constitución, pero las fatwas, o edictos religiosos someten a conversos del Islam a persecuciones y amenazas. El gobierno se maneja con mucha cautela, ya que teme irritar a los religiosos conservadores que mantienen un rígido control de la sociedad.
Según Abdul Aziz Zakareya, un clérigo y ex profesor de la Universidad Al Azhar «Los conversos como Gohary deberían ser ejecutados por las autoridades del Estado, porque las conversiones públicas pueden tener consecuencias peligrosas. La difusión de un fenómeno como éste en sociedades musulmanas puede causar resultados indeseables y tensiones entre musulmanes y no musulmanes».
«Gohary es el segundo musulmán converso al cristianismo que ha tratado de que su cambio de religión sea oficialmente registrado y reconocido. El primero, Mohamed Ahmed Hegazy, tuvo que esconderse después de que le quemaran la casa. Las estadísticas religiosas no son confiables, pero se estima que los conversos al cristianismo podrían oscilar desde unos pocos miles a centenares de miles.
Gohary dice que no teme al gobierno sino a los musulmanes conservadores, muchos de los cuales creen que si alguien lo asesina comete un acto piadoso.
Peor aún es la situación de los cristianos en la convulsionada Somalia. Según un informe del semanario británico «The Economist» del 24 de octubre pasado, todas las iglesias y los cementerios fueron destruidos. Los cristianos deben hacerse pasar por musulmanes para sobrevivir. Las últimas monjas extranjeras fueron expulsadas en 2007 y el año anterior una monja anciana que trabajaba en un hospital fue asesinada.
Los jóvenes combatientes islamistas son adoctrinados en el odio a Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, el Vaticano, además de Kenia y Etiopía, quienes son definidos como países cruzados que pretenden convertir a los somalíes al cristianismo.
Cada mes algunos somalíes son muertos por ser cristianos. A veces se trata simplemente de una etiqueta utilizada para justificar el asesinato de personas de quienes se sospecha que trabajan para el servicio de inteligencia de Etiopía.
Según informaciones de grupos cristianos en el extranjero, por lo menos 13 personas fueron muertas en los últimos meses. La mayoría eran menonitas, evagelizados por misioneros en el sur del país. Entre las víctimas se cuenta una mujer de 46 años que fue muerta a tiros después que se encontró en su choza una Biblia en idioma sawahili; un hombre de 69 años muerto cerca de un puerto de Mogadishu cuando se descubrió que tenía una bolsa con 25 Biblias, y dos muchachos de 11 y 12 años respectivamente que fueron decapitados porque su padre se negó a dar información sobre una iglesia clandestina.
La misma intolerancia del islamismo radical fue la que produjo la última matanza del mayor Nidal Malik Hasan, que en el campamento militar de Fort Hood en los Estados Unidos mató a 13 soldados e hirió a 42. Pero el temor a ofender a los creyentes hipersensibles del Islam ha producido una corrección política rayana en la estupidez.
El destacado arabista norteamericano Daniel Pipes entiende que las excusas encontradas para los numerosos casos de ataques de musulmanes a «infieles»: sentimientos de alienación, stress pre-traumático, problemas mentales, problemas emocionales, soledad, depresión, etc., son totalmente falsas. Hasan se veía a sí mismo como un combatiente de la guerra santa. El entregó ejemplares del Corán a vecinos y gritó «Allahu Akbar», el clásico grito de guerra de la «Jihad», cuando comenzó a disparar contra sus compañeros.
Vivimos en un mundo en el que oímos a diario noticias sobre la violencia islamista. Los atentados suicidas en Irak, Pakistán y Afganistán en los que mueren casi diariamente hombres, mujeres y niños ya no llaman la atención. Y por supuesto, son menos noticia, que cuando los perpetradores de las matanzas o sus autores intelectuales son castigados.
Por ello, es oportuno citar a la siquiatra norteamericana de origen sirio, Wafa Sultan, que en una célebre entrevista en el canal Al Jazeera en 2006, definió claramente el desafío al mundo civilizado: «El choque al que estamos asistendo en todo el mundo no es un choque de religiones ni de civilizaciones. Es el choque entre dos opuestos, entre dos eras. Es el choque entre una mentalidad que pertenece a la Edad Media y otra que pertenece al siglo XXI, entre la civilización y el subdesarrollo, entre lo civilizado y lo primitivo, entre lo bárbaro y lo racional. Es el choque entre la libertad y la opresión, entre la democracia y la dictadura, entre los derechos humanos y los que los violan, entre aquellos que tratan a las mujeres como bestias y los que las tratan como seres humanos. Lo que vemos hoy no es un choque de civilizaciones. Las civilizaciones no chocan, sino que compiten».
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¡Adiós Gerónimo!