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Entre la espada y la pared

En primer lugar, en lo que respecta a Irán, hay que reconocer que el primer ministro Binyamín Netanyahu está en lo correcto. Desde que los ayatolas tomaron el poder, los líderes iraníes no han dejado de hablar de Israel, refiriéndose a él en cada oportunidad como «el pequeño Satán».

Cuando esos líderes, cuyo mundo espiritual está amarrado por tales cadenas mesiánicas, no dudan en utilizar una expresión tan dura, queda claro que deben tomar medidas activas para hacer frente a dicho Satanás, aunque se trate de uno pequeño. Pero afirmar que Netanyahu está en lo correcto, es válido hasta cierto punto.

Como opio de las masas ignorantes, la religión siempre ha sido utilizada por políticos manipuladores para lograr sus objetivos profanos. El término «mal» le sirvió al presidente de EE.UU, Ronald Reagan, en 1982, cuando denominó a la Unión Soviética «imperio del mal». «Cruzada», en cambio, fue el término elegido por otro presidente estadounidense, como respuesta cristiana apropiada a los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Toda ideología que pretende poseer la verdad absoluta y la bondad absoluta necesita un enemigo ideológico de peso para prosperar. El Islam se desarrolló en el desierto de Arabia sobre la base de fundamentos judeo-cristianos, y vive totalmente inmerso en la polémica teológica cara a cara con judíos y cristianos. En esencia, el Islam combina el monoteísmo judío y la ideología misionera cristiana. Si se lo despojara de su relación con judíos y cristianos, no quedaría nada de él. El discurso islámico contemporáneo tiene su equivalente en el conflicto palestino-israelí, al igual que la confrontación musulmana primordial con «Ahl al-Kitab», el Pueblo del Libro, que desde una perspectiva musulmana incluye tanto a judíos como a musulmanes.

En lo que a Irán se refiere, no es casualidad que la doctrina chiíta prevaleciera entre los pueblos persas. Desde el principio, el chiismo fue el escenario de batalla interno del Islam, que sirvió para promover los objetivos nacionales iraníes frente a los árabes que conquistaron Persia y obligaron a sus habitantes a convertirse. Por lo tanto, no es de extrañar que el presidente Mahmud Ahmadinejad y otros líderes iraníes hagan repetidas referencias a la nación iraní en sus discursos.

Testimonio de la profunda animosidad histórica entre persas y árabes puede hallarse en la literatura chiíta sobre el fin del mundo. Un relato tradicional sobre la aparición del Mahdi, el mesías chiita, declara: «Ay de los dictadores árabes por el castigo que se avecina».  Y en su reaparición, en realidad comenzará a cuidar de los árabes: «Cuando venga el Mahdi, no mediará nada más que la espada entre él y los árabes y la Quraish (la tribu de Mahoma)», según afirma otro relato tradicional.

El Islam sunita-árabe se defiende y acusa a los chiítas de basar su doctrina en la colusión judía. Su fundamento es, por supuesto, la propia literatura chiíta, que también hace referencia a la «imposición de la justicia de David y Salomón» por parte del Mahdi. Además, si lo anterior no fuera suficiente, cuando reaparezca, «será él quien se encargue de llamar a la oración invocando explícitamente el nombre de Alá en hebreo», como dice otro popular proverbio.

Si ese es el caso, las cosas en este lado del mundo no resultan tan sencillas, por no decir otra cosa. En tanto único hijo - en la región - del «Gran Satán» estadounidense, además de su caro aliado, Israel juega en las grandes ligas, y sigue pateando a los palestinos.

La prolongada ocupación israelí satisface la necesidad de la existencia del mal, de Satán y la esperanza de justicia divina. Es el combustible que hace girar las ruedas de la manipulación ejercida por los seminarios de los sumos sacerdotes de las religiones monoteístas.

Entre otras cosas, el conflicto funciona como una herramienta de manipulación de los iraníes en su esfuerzo por restaurar la gloria persa. En el contexto de la antigua animosidad musulmana hacia los judíos, y mediante la utilización del pretexto de Palestina, ellos ganan seguidores entre las masas árabes.

Los mesiánicos cristianos y judíos tratan de forzar la situación, y de provocar la llegada de su mesías. Por ende, Israel se encuentra en el vórtice de la confrontación principal que conecta las piezas de esta constelación monoteísta de fuerzas.

Fuente: Haaretz - 4.4.12
Traducción: www.israelenlinea.com